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Camino hacia un nuevo gobierno palestino

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(Para Radio Nederland)
En Oriente Medio, aunque la atención mediática y política ha estado concentrada en estas últimas semanas en Líbano y en Irán, la violencia también ha afectado de forma muy directa a los Territorios Palestinos (con más de doscientos muertos desde finales de junio). Ahora, el anuncio de que estamos ante la formación de un nuevo gobierno palestino ha levantado ciertas expectativas de que se pueda modificar la tendencia y detener el grave deterioro de las condiciones de vida de los más de 3, 5 millones de habitantes de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.

La experiencia y un somero análisis de las condiciones en las que nacerá el nuevo gabinete palestino obligan, sin embargo, a adoptar una actitud de elemental prudencia. Y esto es así porque, en primer lugar, la constitución del nuevo equipo ministerial todavía no se ha producido y la historia reciente de la política palestina aconseja mantener abiertas todas las opciones hasta que se consuman los hechos. De momento, parece que se han logrado vencer los obstáculos que impedían a Ismail Haniya mantener su condición de primer ministro y así se entiende que la totalidad de los actuales ministros ya hayan entregado su dimisión para facilitar la formación del nuevo equipo en el que básicamente, y por primera vez, Hamas y Fatah compartirán responsabilidades de gobierno.

Pero a partir de que se cumpla esa hipótesis, se plantean interrogantes de todo tipo. Queda por ver, por ejemplo, si los líderes de Hamas en el exterior (con Meshal a la cabeza) aceptan lo que acuerden los del interior (con Haniya como representante más destacado). Cabe recordar aquí que la actual oleada de violencia arrancó con el secuestro de un soldado israelí, todavía hoy en paradero desconocido, ordenado con mucha probabilidad por quienes se mueven con libertad en Damasco, sabiendo que eso arruinaba, entre otras cosas, el acuerdo que ya Haniya y Mahmud Abbas habían alcanzado para poner en marcha precisamente lo que ahora se presenta nuevamente como un gobierno de unidad nacional. Un tipo de gobierno que, por cierto, ya había sido abiertamente ofrecido por Hamas en el instante mismo de su victoria electoral- consciente de Israel buscaría su ruina inmediata-, y que fue rechazado por Fatah- creyendo que así se aceleraría la caída de Haniya y, por tanto, su regreso al poder.

No menos preocupante es la actitud que pueden mostrar las diferentes facciones, hoy ya abiertamente enfrentadas en las calles palestinas, si no se ven adecuadamente representadas en el nuevo gabinete. En este terreno, el problema no es tanto lo que puedan hacer los dirigentes de Hamas, al menos mientras tengan la sensación de que siguen siendo la fuerza política dominante. El verdadero riesgo es el que suponen los distintos grupos que pugnan en el interior de Fatah por ostentar el liderazgo de un partido, que ha constituido la columna vertebral de la política palestina durante décadas, y que ahora sufre una fractura, probablemente irreversible, entre la “vieja” y la “nueva” guardia, para intentar recuperar su papel de antaño. Es bien sabido que en la actualidad, a la violencia que Israel ejerce a diario, se añade la que estos diferentes actores llevan a cabo en un clima que se asemeja cada vez más a una lucha abierta por imponerse a toda costa en un proceso en el que se entremezclan los intereses políticos con los económicos; todo ello en su afán por ocupar el, por otra parte, escaso poder que hoy pueden ejercer los palestinos en los Territorios Ocupados.

Otra de las principales incógnitas que debe despejar el próximo gobierno palestino es cómo piensa hacer frente a las demandas israelíes- asimismo reclamadas por la ONU, Estados Unidos y la Unión Europea- de reconocer su existencia, abandonar toda actividad violenta y aceptar los acuerdos firmados hasta ahora entre Israel y la Autoridad Palestina (AP). No parece probable que, en el mejor de los casos, Haniya llegue a ir más allá de declarar de facto una “hudna” (tregua) de larga duración, siempre a expensas de la actitud israelí en el terreno de la violencia, y que acepte alguna fórmula vaga de aceptación de la existencia de Israel con la que todos puedan sentirse relativamente cómodos. Nada, en sí mismo, que aclare de manera definitiva el panorama y que sólo permitirá seguir adelante si hay voluntad política para navegar en aguas necesariamente turbulentas.

Aún superando todas las pruebas que se derivan de los factores anteriores, nadie puede olvidar que Israel está muy lejos de facilitar las cosas a quienes, en línea con lo que ya Ariel Sharon inició en 2000, pretende forzar a aceptar una situación muy alejada de los requerimientos mínimos de viabilidad de un futuro Estado palestino soberano. Desde la victoria electoral de Hamas en el pasado mes de enero, se mantiene un absoluto bloqueo a las relaciones con la AP, tanto en el ámbito político como en el financiero (lo que se traduce en la imposibilidad de pagar los salarios a los casi 160.000 funcionarios de los Territorios). Se trata de una estrategia, apoyada por Washington y en la que equivocadamente ha entrado Bruselas, que se ha fijado como objetivo principal provocar la caída del gobierno palestino como resultado de un bloqueo global de la situación interna en los Territorios que, en un sueño que no resiste el más leve contacto con la realidad, debería llevar a los votantes palestinas a optar nuevamente por gobernantes más manejables desde Tel Aviv.

En este punto el asunto no mejora si se piensa que la acusada debilidad del gobierno de Ehud Olmert- derivada sobre todo de su mala gestión de la crisis con Líbano- puede provocar una reacción aún más agresiva ante el nuevo gobierno palestino, como una manera de hacerles pagar el coste de haber tenido de olvidarse del plan unilateral de retirada parcial de Cisjordania y como método desesperado para recuperar cierto apoyo social en un momento en que todo apunta a nuevas elecciones a corto plazo. En estas condiciones no cabe imaginar que Olmert vaya a embarcarse en un verdadero proceso de diálogo (no apunta precisamente en esta dirección la reciente aprobación de 690 nuevos permisos para la construcciones de viviendas en asentamientos inmediatos a Jerusalén Este), y mucho menos de negociaciones, que pudieran conducir a un proceso de paz en la región.

En definitiva, y a la espera de que se confirme la disolución del gobierno actual y la llamada de Mahmud Abbas a Ismail Haniya para que encabece uno nuevo, no se ha despejado ninguno de los negros nubarrones que, desde tanto tiempo, vienen ensombreciendo la vida y el futuro de los habitantes de la zona.

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