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Cambalache con los secuestrados

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Ingrid Betancourt en una fotografía reciente difundida por las FARC

(Para Radio Nederland)
Vaya por delante la alegría por el anuncio de la liberación de los tres primeros secuestrados por las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia): Clara Rojas, su hijo y la ex parlamentaria Consuelo González, tras estas últimas semanas de confusión. Y vaya también por delante, la denuncia por la criminal crueldad de las FARC que mantienen en su poder, en algunos casos desde hace más de diez años, a varios centenares de personas que en la mayor parte de los casos son civiles inocentes que nada tienen que ver con las hostilidades del conflicto armado.

Sin embargo, la espera esperanzada de que se produzca finalmente la liberación de estas personas, y la afirmación de que los primeros responsables de esta situación son los comandantes de las FARC, no evita que sintamos una sensación de bochorno y frustración por cómo se está llevando, desde diferentes instancias, un proceso de negociación que abrió las expectativas de los familiares de los secuestrados y del conjunto de la población colombiana.

Cuando en el mes de mayo de 2007 el presidente Uribe anunciaba la liberación unilateral de quinientos guerrilleros de las FARC detenidos en cárceles colombianas, todo el mundo se preguntó si detrás de esta medida existía un plan estructurado de conversaciones  con el grupo guerrillero que condujera, entre otras cosas, a la liberación de personas secuestradas. Lamentablemente, los hechos posteriores han venido a demostrar que, ya desde entonces, no ha existido esa visión estratégica del proceso y, por tanto, se ha ido caminando de modo improvisado, moviéndose de modo oportunista al hilo de los acontecimientos, cambiando inopinadamente de posición en no pocas ocasiones y tomando decisiones irresponsables que han ido generando una tremenda desconfianza en la población. Un día se rechaza cualquier mediación internacional, y al siguiente se ensalza y solicita  la colaboración de Chávez o Sarkozy; un día se niega cualquier posibilidad a un eventual despeje de alguna zona del país, y al siguiente se propone la desmilitarización de una zona –eso sí, sin usar la palabra despeje- para facilitar el intercambio humanitario; un día se habla de que no puede haber contrapartidas con los que se denomina terroristas, y al siguiente se dan cifras y listas de “canjeables”, “liberables” y otras categorías. La falta de rigor, de definición previa de hasta dónde se está dispuesto a llegar en un proceso que, no lo olvidemos, implicará cesiones, y de la mecánica y los procedimientos del propio proceso, han minado totalmente la credibilidad y posibilidades de éxito del mismo.

En cualquier caso, en todo este tiempo, no se ha tratado de nada parecido a un posible proceso de paz o de negociación de más altos vuelos. Se ha tratado y se trata, lisa y llanamente, de conversaciones para la liberación de personas secuestradas y su posible “intercambio” por guerrilleros encarcelados, de modo que se reduzca el sufrimiento y el coste humano del conflicto armado. A este intercambio se le ha apellidado, algo alegremente como hemos criticado en estas páginas, de “humanitario”, pero mucho nos tememos que se está convirtiendo más en un cambalache en el que cada actor implicado trata de ganar algo en términos de imagen o notoriedad nacional e internacional, que de un verdadero diálogo encaminado a mejorar la suerte de personas injustamente retenidas. La propia figura de Ingrid Betancourt ha sido utilizada por unos y otros de modo indign,o y la liberación de Clara Rojas, su íntima colaboradora, tras las impactantes imágenes del cautiverio de Ingrid Betancourt, añaden aún más dosis de indignidad sobre las FARC que contribuyen a este cambalache en el que lo que menos parece importar son las personas.

En este contexto, la figura del Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo, se ha convertido por su intransigente actitud en un verdadero freno para cualquier negociación y el presidente Uribe debería plantearse seriamente su sustitución. Como debería plantearse seriamente el recurrir a entidades mediadoras con solvencia y experiencia y no dar bandazos entre un día la Iglesia, el otro el Comité Internacional de la Cruz Roja, el otro el presidente Chávez,… La cooperación internacional, en este sentido, debiera mantenerse e incluso incrementarse, pero evitando ese sentimiento de necesidad de resultados inmediatos que el presidente Sarkozy imprime a todos sus actos, y retomando cuestiones que son esenciales en cualquier negociación: la discreción, la confidencialidad, el establecimiento de prioridades y “líneas rojas”, la búsqueda de mediadores que inspiren confianza a las partes o, al menos no generen recelos, la fijación de un método aceptable por las partes,… en fin, cuestiones que han demostrado ser útiles en otras ocasiones y que harían que no se caiga en eso que parece gustarle tanto a Uribe de “Colombia is diferent”.

La dramática situación de los secuestrados, las enorme expectativas creadas, y las ilusiones puestas en su liberación por parte de la sociedad colombiana y, por qué no decirlo, internacional, exigirían a todos los actores, pero especialmente al gobierno colombiano, más altura de miras y menos mezquindad.

Entrevista en Radio Nederland

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