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Bush e Irak, más de lo mismo

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(Para El País y Radio Nederland)
¿Esto era todo? El envío de un 15% más de tropas y algo más de 900 millones de euros adicionales para la reconstrucción y la creación de empleo. ¿Puede esta decisión del presidente Bush ser considerada como una “nueva estrategia” en Iraq, que va a mejorar la deplorable situación de inseguridad y subdesarrollo derivada de los ya casi cuatro años de conflicto? La cuidada presentación mediática del plan presidencial no logra ocultar unas deficiencias y debilidades que sólo el tiempo se encargará de confirmar. En esencia y como apunte provisional baste con señalar que:

– No es una estrategia sino más bien un gesto político que busca mantener el rumbo hasta llegar a las elecciones presidenciales, a finales de 2008. Se trata básicamente de mostrar la determinación, en casa y en Iraq, de no abandonar la pieza que se persigue desde hace años: consolidación de la presencia estadounidense, con regímenes manejables, para asegurar el control estratégico de sus enormes reservas energéticas. La salida del país no es una opción, no porque ello pueda hacer más difícil la vida a los iraquíes, sino porque impediría dicho control (mientras Irán aumenta día a día la apuesta para liderar la región).

– No sigue las recomendaciones principales del informe Baker-Hamilton (más esfuerzo económico y diálogo con Siria e Irán), sino las propuestas que el jefe de Estado Mayor había presentado el 13 de diciembre al presidente: incremento de tropas (de ahí los algo más de 20.000 soldados aprobados ahora); concentración del esfuerzo militar en la destrucción de las milicias chiíes en Bagdad (16.000 de los nuevos efectivos serán dedicados a incrementar esa capacidad); ofensiva sostenida contra las milicias suníes que operan en la provincia de Anbar (a donde serán destinados los restantes efectivos ahora movilizados); y más ayuda económica para promover la creación de empleo (lo que explica los 900 millones ya citados).

– No es creíble, como pretende hoy Bush, que las fuerzas armadas y de seguridad iraquíes asuman eficazmente la seguridad nacional para noviembre de este mismo año. De momento sólo gestionan tres de las 18 provincias del país y nada indica que su operatividad se vaya a ver incrementada hasta tal punto. El problema fundamental no es tanto su nivel de preparación, muy limitado en todo caso, como el grado de infiltración en sus filas de insurgentes de todo tipo, su adscripción tribal/étnica/religiosa por encima de la obediencia a unos gobernantes nacionales muy cuestionados y su animadversión hacia las tropas extranjeras/ocupantes.

– No es un plan militar sólido. El despliegue será progresivo, de tal modo que sólo se movilizarán de inmediato dos Brigadas (estacionadas en Kuwait) y posteriormente, en un plazo que no ha sido anunciado, se irán sumando más tropas hasta completar el nivel previsto. Esto augura que el impacto militar sobre el terreno será muy limitado, insuficiente para modificar sustancialmente la situación actual. Interesa destacar en este punto que Washington tiene desplegados hoy en Iraq únicamente unos 40.000 soldados en línea- los que asumen en la práctica tareas de combate y de seguridad-, mientras que los 100.000 restantes están dedicados a misiones de protección de la fuerza, logísticas y de apoyo, así como de instrucción de las fuerzas iraquíes. En estas condiciones, y aunque se sostiene que las nuevas tropas serán empleadas principalmente en cometidos de seguridad y combate, la conclusión final sigue siendo la misma.

Para evaluar en su justa medida este volumen adicional de tropas hay que considerar, en primer lugar, que las estimaciones de fuerza de las principales milicias chiíes (Ejército del Mahdi y Organización Badr para la Reconstrucción y el Desarrollo) se elevan a 50.000 y 10.000 miembros respectivamente. Si a esto se suman los alrededor de veinte grupos menores, incluyendo a los de adscripción suní y a los yihadistas salafistas, y al conjunto de una población que, por encima de sus diferencias, muestra un claro y creciente rechazo a la presencia de tropas extranjeras en su suelo, es difícil imaginar cómo podrán imponerse las unidades estadounidenses en una lucha contrainsurgente que se desarrolle principalmente en las calles y barrios de la capital (chiíes, como Sadr City, o suníes, como Ghazaliyah, Amiriyah y Adhamiyah especialmente).

– No basta con quebrar la insurgencia en Bagdad. Todo se hace depender del hipotético éxito de la operación en la capital, ¿y si se cosecha un nuevo fracaso? Cabe recordar que la operación Forward Together concentró en 2005 a unos 60.000 efectivos, entre tropas estadounidenses e iraquíes, y los resultados fueron cualquier cosa menos positivos. Quienes se oponen por la fuerza a Washington y al gobierno del ya agotado Al Maliki cuentan, de partida, con su dominio del territorio, con el apoyo nada despreciable de un elevado porcentaje de la población (por temor o por simpatía) y con una opción que ya han empleado en otras ocasiones y que desbarataría el plan anunciado: la evaporación de sus combatientes si perciben que la presión es muy elevada, rehuyendo el combate y confundiéndose entre la población o, simplemente, moviéndose a otras provincias para esperar tiempos mejores.

Aún en el caso de que se logre un éxito puntual en Bagdad sería prematuro interpretarlo como una victoria. Es bien sabido que el número de actos violentos no hace más que aumentar en los últimos meses, con diferentes actores empeñados en lograr sus objetivos por la fuerza, y esto no afecta únicamente a la capital o al llamado “triángulo suní”, sino también al menos a otras nueve provincias.

– El aumento de tropas anunciado no puede ser considerado adecuado para el tipo de combate urbano que se prevé. Cuando los manuales al uso cifran como ideal el despliegue de unos 20 soldados por cada 1.000 habitantes, resulta ilusorio imaginar que se vaya a lograr en esta ocasión ese nivel de concentración de fuerzas durante meses. Tal vez, desde una perspectiva estrictamente militar, interesa refrescar la memoria sobre las reiteradas peticiones- rechazadas firmemente por el ex secretario de defensa Donald Rumsfeld- de llegar a los 250.000 soldados, que deberían ser acompañados por otros 200.000 iraquíes, para garantizar un efectivo control de la situación, una vez que terminó la fase de invasión del país y comenzó la de ocupación. Sin esos efectivos- y hoy es irreal suponer que Bush decida algo similar (con un despliegue militar muy cerca de su límite máximo) y que Al Maliki consiga unas fuerzas armadas de ese tamaño de modo inmediato- el objetivo parece imposible.

En definitiva, no estamos ante una “estrategia de victoria”, sea cual sea la manera de definir ésta, sino ante una medida previsible y continuista que únicamente trata de ganar tiempo. Bush tiene en contra a muchos iraquíes, a su propia población (61% según Gallup), a los demócratas (con Edward Kennedy empeñado en bloquear la aprobación de fondos para aumentar las tropas) y a relevantes mandos militares. Por si esto fuera poco, conviene insistir en que la fuerza militar no es la vía para resolver los errores cometidos en Iraq por quienes en su día decidieron, entre manipulaciones y equivocaciones estratégicas, desmantelar completamente las fuerzas de seguridad y el ejército iraquí. Hoy son esos mismos los que pretenden evitar que el país se fragmente sin remedio, sin entender que su propia estrategia ha contribuido de modo muy significativo a tensar aún más las rivalidades internas y a estimular la injerencia de algunos vecinos. Malos tiempos para la esperanza

Escucha la entrevista que Jesús A. Núñez concedió a Radio Nederland en relación con este mismo tema:  http://cgi.omroep.nl/cgi-bin/streams?/rnw/smac/2004/es_plan_iraq_jesus_nu_ez_2007_01_11_20070111.wma

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