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Benedicto XVI en Oriente Próximo: un peregrino sin rumbo claro

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Benedicto XVI

(Para Radio Nederland) 

No siempre es posible, ni deseable, contentar a todos. Cuando se actúa de ese modo se corre el riesgo de defraudar tanto a unos como a otros, desperdiciando además la oportunidad de fijar con claridad la posición propia y de contribuir positivamente a la solución de los problemas que puedan existir entre quienes nos escuchen. Así parece haberle ocurrido a Benedicto XVI con ocasión de su viaje a Jordania, Israel, Jerusalén y Cisjordania, a tenor de las generalizadas críticas que ha recibido a lo largo de su periplo.

Ya desde antes de aterrizar en el aeropuerto de Ammán, el pasado día 8, era evidente la inutilidad de su empeño por hacer del viaje una mera visita pastoral a Tierra Santa. El Papa no es solamente el jefe de la iglesia católica- pastor de sus apenas 180.000 fieles locales, interesado lógicamente en mantener el control de los Santos Lugares-, sino también un jefe de Estado- que desde 1993 cuenta con un Acuerdo Fundamental (una especie de Concordato) con Israel, todavía pendiente de ratificar por la Kneset. En esencia, su tránsito por la zona no puede ser calificado de ningún modo como el resultado de la devoción de un peregrino, sino como el de un actor político que se mueve en un escenario de alta tensión en el que son evidentes los signos de la violencia y de la miseria, en un claro desequilibrio que impide adoptar una postura de aséptica neutralidad.

Pero es que aún suponiendo que hubiera aprendido de sus recientes errores- desde su bendición a los obispos lefebvristas a su condena al uso del preservativo, sin olvidar la recuperación de la oración de Viernes Santo que pide la conversión de los judíos al cristianismo- y que no quisiera ser manipulado políticamente por sus anfitriones, el intento estaba condenado al fracaso desde el primer momento. Ni las autoridades israelíes ni las palestinas iban a dejar pasar la ocasión de defender sus intereses reinterpretando a su gusto alguno de los veinte discursos/homilías que el Santo Padre ha desgranado en estos días (no deja de ser sintomático que solo cuatro hayan sido en tierra palestina). Los israelíes han controlado en la práctica cada uno de los pasos que el pontífice ha dado en estas tierras, fijando prácticamente su agenda y hasta pretendiendo (ahí están los mensajes de algunos rabinos judíos) apuntarle cuál debería ser el contenido de sus palabras si quería evitar que se le recordara su juvenil afiliación a las Juventudes Hitlerianas y su servicio en las filas de la Wehrmacht. Y él, en gran medida, se ha dejado hacer, creyendo que con repartir halagos y tímidas críticas a diestro y siniestro lograría salir indemne de la empresa que él mismo se había comprometido a realizar.

Por lo que respecta a Israel, el balance lo estableció con nitidez un editorial del influyente periódico israelí, Haaretz, al calificar de ocasión desperdiciada la visita papal por el simple, pero vital, hecho de no mencionar explícitamente la palabra “perdón” en su discurso en el Museo del Holocausto (al que no llegó a entrar realmente, para no tener que ver la placa de frontal crítica a la interesada ceguera de Pío XII ante el brutal crimen que se estaba cometiendo contra los judíos durante su pontificado).

Por lo que respecta a los palestinos- sometidos a un castigo igualmente imperdonable por parte de la potencia ocupante en Gaza, pero también en Cisjordania y en Jerusalén, sin olvidar el drama de los refugiados en los países vecinos-, no parece que baste la explícita referencia al “muro” israelí en Cisjordania para satisfacer las expectativas creadas. Que el Papa usara esa palabra ni cambia la realidad sobre el terreno, ni añade nada sustancial en términos de resolución del problema. En lugar de contentarse con regalar momentáneamente los oídos de la frustrada y desesperada población palestina, el viajero vaticanista podría haber anunciado alguna medida de ayuda efectiva a quienes sufren diariamente los efectos de una campaña de asedio que les impide satisfacer sus necesidades básicas más elementales. Incluso, si no quería ser visto como un actor político, podía haber optado por darle a su agenda un perfil humanitario y solidario con la sufriente población de la zona. Por un lado, insistiendo- como ha hecho- que se debe evitar la tentación de la violencia porque nunca conducirá a la solución del problema (¿por qué solo le ha dicho eso a los jóvenes palestinos y no a los israelíes que con tanta facilidad asumen el desproporcionado empleo de la fuerza contra sus vecinos?). Por el otro, aprovechando- y no lo ha hecho- la relevancia de su posición para demandar una solución al drama humanitario que afecta a tantos palestinos.

Lo peor, en el momento actual por el que pasa Oriente Próximo, no es solo que la cabeza visible de Roma no parezca saber muy bien a qué ha ido a Oriente Próximo. A fin de cuentas su papel en este marco es secundario. Lo más preocupante es que, mientras tanto, los demás actores implicados en esta tragedia tampoco parecen mejor orientados. El rey jordano solicita con impotencia indisimulable al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu- con quien se acaba de reunir en Aqaba- que apueste por la creación de un Estado palestino, aceptando la oferta de la Liga Árabe (retirada israelí a las fronteras de 1967 a cambio de normalización de relaciones por parte de todos los países árabes). Ambos saben que ésa es una opción inviable por la resistencia israelí a volver a las posiciones anteriores a la guerra de los Seis Días.

Del Cuarteto (EE UU, Unión Europea, Rusia y ONU) no hay noticia desde hace mucho tiempo. En este impasse y para crispar aún más el oscuro panorama actual, el brutal ministro de exteriores israelí, Avigdor Lieberman, acaba de tener la ocurrencia de exigir que la conmemoración de la Nakba- la catástrofe palestina derivada de la primera guerra árabe-israelí, tras la proclamación del Estado por parte de Ben Gurion el 14 de mayo de 1948, y que desencadenó una primera oleada de 700-800.000 refugiados palestinos- sea prohibida. Esa mera proclama no solo habla de desprecio, sino también de ceguera y de incapacidad para reconocer los errores propios. Así no se puede avanzar hacia la paz que tanto necesitan unos y otros. ¿Cabe imaginar, en estas condiciones, que la visita de Netanyahu a la Casa Blanca, el próximo 18 de mayo, vaya a alumbrar un nuevo proceso de auténtica paz?

En definitiva, el Papa vuelve a sus aposentos sin haber dejado plantada ninguna semilla de paz en la zona, y en medio de la unánime desilusión e indiferencia de sus habitantes. Flaco favor del Vaticano a la causa de la paz, aunque quizás sí se lo haya hecho al negocio del turismo en esa hipotética Tierra Santa (un negocio que, como es obvio dado el control que ejerce sobre la totalidad del territorio, solo favorece a la economía israelí).

Entrevista a Jesús A. Núñez

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