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Argentina en la encrucijada

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Las elecciones argentinas del pasado 14 de octubre no sólo no han despejado las dudas que despierta el futuro de este país, sino que han  aumentado los temores a que se hunda aún más en el pozo de la crisis y la depresión, la cual ya cumple casi cuatro largos años.

En este momento, Argentina se ha convertido en el enfermo de América Latina (como Turquía lo fue de Europa en el siglo XIX). Si el país se hunde, es inevitable que arrastre a países tan estables como Chile o a Brasil, la única potencia regional.

Las elecciones no depararon ninguna sorpresa sobre los resultados esperados: Como se suponía, el primer gran derrotado ha sido el gobierno del presidente Fernando de la Rúa y la coalición de partidos, conocida como la Alianza (formada por la Unión Cívica Radical y el FREPASO), que le sostenía. De hecho, es cuestión de semanas, o días, que la Alianza salte en pedazos. El FREPASO ha perdido su aura de partido de izquierdas renovador y los votos que recibió en 1997 y 1999, ahora pertenecen a los partidos de izquierda emergentes. El duro golpe recibido va a provocar la definitiva salida del FREPASO tanto del gobierno como de la coalición para buscar por fuera del gobierno su resurgir. Pero sin líder ni votos, el futuro condena al FREPASO a la desaparición.

A dos años para que termine su mandato, Fernando de la Rúa es un presidente desahuciado. Ha perdido credibilidad y, tras las elecciones del 14 de octubre, mucha de su legitimidad. Seguir gobernando requerirá de la benevolencia de la oposición peronista, que tiene en sus manos la gobernabilidad. El presidente ha cometido muchos pecados en estos dos años, el principal su incapacidad para comunicar bien sus acciones a la población. Nadie le puede acusar de corrupto ni de falta de honradez, pero sí de ser incapaz de transmitir confianza a los ciudadanos. Además, no ha sabido encabezar una coalición que se le ha terminado deshaciendo entre las manos y las medidas económicas que ha impulsado han tratado de eludir la clave del problema (disminuir los gastos estatales). Al final la lógica se ha impuesto y tras dos años perdido se ha asumido el conocido como déficit cero (el Estado no gastará más de lo que ingresa).

Otro de los grandes perdedores ha sido el ministro de Economía, Domingo Cavallo. Su partido, Acción por la República, ha cosechado muy pobres resultados y Cavallo, que llegó al ejecutivo como salvador de Argentina y con la pretensión de alcanzar la presidencia, ha visto muy deterioradas sus posibilidades. Su futuro ya no mira tanto al año 2003 para conquistar la presidencia, sino a terminar esta experiencia de gobierno de manera digna que le permita mantener su prestigio y capital político.

Pese a las declaraciones triunfalistas, la agrupación que encabeza Elisa Carrió (Alternativa para una República de Iguales, ARI) ha fracasado también. Es cierto que, pese a contar con pocos medios y un año escaso de vida, se ha transformado en el tercer partido a escala nacional, pero también es verdad que no ha sido capaz de capitalizar el voto protesta. Pese a la popularidad mediática de Carrió, lider indicutible de esta coalición, muchos votantes han preferido votar en blanco, anular su voto o incluso escoger opciones minoritarias y antisistema, que inclinarse por ARI..

El triunfador indiscutible de estas elecciones ha sido el peronismo. Como nunca un partido de oposición tiene en sus manos la gobernabilidad del país. Lleva ya dos años apoyando las medidas más duras tomadas por De la Rúa para luchar contra la crisis, pero ahora con la legitimidad que le han concedido los resultados electorales seguramente continuará apoyando las iniciativas que impulse el Presidente, pero ahora podrá poner mayores condiciones.

Estos comicios han situado al peronismo como el favorito para imponerse en las presidenciales de 2003. Pero el justicialismo tiene un grave problema de liderazgo. La detención de Carlos Menem, involucrado en un escándalo de tráfico de armas, ha dejado huérfano al peronismo. Cuatro hombres van a luchar a lo largo de estos dos años para alzarse con el liderazgo interno del partido:

Eduardo Duhalde, candidato presidencial derrotado en 1999, cuenta con posibilidades renovadas tras su buena elección para senador del pasado domingo, ya que duplicó los votos a su principal rival (Raúl Alfonsín). Duhalde, que pertenece al sector más estatista e intervencionista, facilitará las relaciones del presidente con los gobernadores justicialistas.

Carlos Ruckauf, gobernador de la provincia de Buenos Aires, que partía como unos de los favoritos para ser presidente, se va a ver lastrado por la difícil situación en la que se encuentra su provincia con una deuda inmanejable y una situación política explosiva.

El gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, pese a no haber cosechado los brillantes resultados que se esperaban en su provincia, se ha perfilado en este tiempo como el dirigente con mayor iniciativa y capaz de impulsar medidas novedosas y arriesgadas. Ha demostrado saber captar muy bien el «humor» de la gente y a partir de eso encabezar los cambios reclamados por la «opinión pública». De la Sota representa el ala más liberal del peronismo.

Por último, se encuentra el candidato más imprevisible: Carlos Reutemann, gobernador de la provincia de Santa Fe. Tiene claras pretensiones presidenciales pero el ex-corredor de Fórmula 1 siempre adopta una actitud de auténtica esfinge cuando se habla de su futuro.

Más allá del éxito del peronismo, estas elecciones han llevado al Congreso a tres representantes de la izquierda, algo que no ocurría desde 1993. Su representatividad se circunscribe exclusivamente a la Capital Federal y fuera de allí no han sido capaces hasta ahora de crear una estructura que abarque todo el país. Su éxito se antoja pasajero ya que se debe en gran parte al rechazo que entre la población producen los políticos y las opciones más clásicas.

De las fuerzas gubernamentales sólo se puede destacar la victoria del radical Rodolfo Terragno en la Capital Federal. Una victoria escasa ya que quedó muy lejos del número de votos tradicional de su partido. Terragno, muy crítico con De la Rúa pese a ser ambos del mismo partido, intentará  alzarse con el liderazgo de la izquierda moderada y autocatalogada como progresista, y sobre esta base aspirar a la presidencia.

Pero más allá de vencedores y vencidos, el principal perdedor ha sido la clase política argentina. El voto en blanco y anulado, conocido en Argentina como voto bronca, ha tenido unos resultados sorprendentes. El voto bronca ha sido la primera opción elegida en la Capital Federal y en Santa Fe, y ha sido el segundo más votado en la provincia de Buenos Aires. Se ha tratado, sin duda, de un mensaje claro para los políticos (no tanto para el sistema democrático, aunque de no solucionarse los problemas uno y otro podrían ser difíciles de distinguir en breve). Los votantes argentinos han votado con rabia, para castigar a la clase política tradicional, votando en blanco, anulando su voto o escogiendo opciones minoritarias de izquierda, como Izquierda Unida o Autodeterminación y Libertad.

En resumen, Argentina tiene una crisis económica agravada por una crisis política, por lo que deberá arreglar ésta para solucionar aquella. De la Rúa, abandonado por su propio partido, tendrá que pactar con el peronismo, interesado también en que el país no se vaya a pique, para que en el año 2003 lo que herede no sea un erial. Sólo entonces, mediante la concertación y el diálogo, podrán llevarse a cabo las necesarias reformas que alejen las nubes de tormenta que se ciernen sobre el país; nubes que encarecen los créditos que pide Argentina, e impiden que llegue la tan necesaria inversión externa.

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