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Argelia tras el vendaval

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(Para Civilización y Diálogo)
Aparentemente recuperado de sus graves problemas de salud, la imagen radiante del presidente Buteflika discurre en paralelo a la de una Argelia que acomete numerosas reformas y pretende alejarse a pasos agigantados de la “Argelia en el vendaval” (título de una ensayo de Juan Goytisolo), que sufrió la todavía reciente guerra civil. A juzgar por varios reportajes aparecidos en las últimas semanas en diversos medios de prensa franceses, una especie de milagro argelino, apenas salpicado por pequeños nubarrones, estaría en aras de fraguarse. Sin embargo, en contra de este contundente alegato mediático de reconversión hacia sendas tan prometedoras, numerosos indicadores apuntan a evaluaciones de futuro mucho más prudentes.

Por el momento, el precio del petróleo, aunque con un reajuste a la baja, permite las buenas noticias. El gobierno argelino, con unos 70.000 millones de dólares en reservas de divisas (y una nueva legislación sobre hidrocarburos, que eleva de un 20-30% a un 51% la participación del consorcio público Sonatrach en todas las actividades derivadas de su explotación), ha puesto en marcha un programa de inversiones (hasta 2009) por valor de 60.000 millones de euros, al tiempo que está procediendo a un recorte sustancial de la deuda externa nacional.

El cumplimiento de las previsiones del régimen argelino para 2010- aumentar de 1,5 a 2 millones los barriles de petróleo diarios y de 65.000 a 85.000 millones de metros cúbicos su capacidad de producción de gas-, le permitiría dar continuidad a dicho programa y, de paso, reforzar su condición de actor estratégico frente a la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos, ambos con una fuerte y creciente dependencia de hidrocarburos.

Argelia está empeñada en convertirse en un proveedor fiable de gas natural para una UE que cubre el 10% de sus necesidades con gas argelino (para España supone el 50%), que necesita diversificar sus fuentes de suministro debido a su dependencia del gas ruso y que actualmente está abordando tres nuevos proyectos de gasoductos de origen argelino. La reciente alianza estratégica en torno al gas entre Sonatrach y el gigante ruso Gazprom añade, por tanto, un punto de tensión a un tablero geopolítico ya de por sí muy cargado.

El despliegue internacional argelino, en pleno auge, está a su vez marcado por su condición de socio del gobierno Bush para la seguridad en el Mediterráneo y en la lucha contra el terrorismo (EE. UU. es, además, el primer inversor en hidrocarburos en Argelia, a gran distancia de Francia) y su apuesta por la articulación de un eje continental sólido junto con Nigeria y Sudáfrica.

En el plano interno, la agenda de Buteflika, cuyo lado más visible es la construcción de numerosas infraestructuras, se completa con una serie de medidas sociales, entre ellas una subida del 20% del salario mínimo garantizado y un porcentaje similar en otros sectores. Estas medidas, cuya finalidad es contrarrestar las masivas protestas populares diseminadas por todo el país, resultan claramente insuficientes en relación a las carencias básicas de una población cuyo descontento ha motivado una gran fractura social.

Lo que, sin embargo, sigue sin definirse es un programa de reformas en sectores clave (el bancario, empresas públicas, inmobiliario, agrícola y Administración, entre otros), en el que prime la excelencia profesional en los puestos de responsabilidad y que incida directamente en los grandes retos nacionales: la creación de empleo, la vivienda, la diversificación de un tejido productivo excesivamente dependiente de los hidrocarburos y medidas redistributivas eficaces. El sistema actual ha sido, además, incapaz de impedir escándalos de corrupción de magnitudes ingentes, con fugas de capitales que oficialmente son de 500 millones de dólares al año (con estimaciones más realistas de entre 2 y 5.000 millones). En esas condiciones, la ansiada atracción de inversión extranjera en sectores diversos (que en 2005 apenas superó los 1.000 millones de dólares, sin contar el sector de hidrocarburos, que acaparó un 75% del total) combina mal con la actual situación.

Por otra parte, el anuncio de un referéndum, que se celebraría a finales de año, para modificar la constitución, confirma que Buteflika es, más que nunca, un líder convencido de que tiene que cumplir una misión (un síntoma común a sus homólogos regionales Ben Alí y Mubarak, que también vinculan sus problemas de salud con la necesidad de una presidencia “a muerte”). Dicha reforma, cuyo contenido no ha sido todavía desvelado oficialmente, establecería un número ilimitado de mandatos para el presidente (lo que le permitiría acceder a un tercer mandato en 2009) y el nombramiento de un puesto de vicepresidente subordinado a la presidencia (que vendría a consolidar el tándem Buteflika-Beljadem, actual primer ministro con importantes simpatías en un movimiento islamista argelino con un peso electoral importante).

La reciente promoción de tres generales de la vieja guardia al máximo grado del escalafón militar- creado expresamente para quien hasta la fecha lo ostentaba en solitario, Mohamed Lamari- corroboraría, a juicio de algunos analistas, la hipótesis de un nuevo pacto entre un sector de los generales argelinos, llamados “legitimistas” por su sintonía con Buteflika, y éste y su partido (el Frente de Liberación Nacional), con el fin de obtener el respaldo necesario para la citada reforma constitucional.

El ejército, pese a sus tensiones, tanto internas como con el propio presidente (que ha destituido a varios generales), sigue estando en el centro del poder argelino y dirigiendo la política antiterrorista. Su impronta ha marcado el proceso de reconciliación nacional formulado por Buteflika, que ha derivado en una amnistía para determinados islamistas radicales y para los miembros del ejército y de los cuerpos de seguridad, implicados en una “guerra sucia” que dejó más de 150.000 muertos. Pese a las proclamas de erradicación del terrorismo islamista, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, oficialmente afiliado a Al-Qaeda hace dos meses, sigue dando quebraderos de cabeza, reivindicando un centenar de atentados, la mayoría mortales, en lo que va de año.

Como parecen indicar los factores referidos, la actual estrategia política no consiste ni en fortalecer democráticamente las instituciones, ni en mejorar el sistema educativo o el marco de libertades fundamentales, ni en sanear las mañas y reflejos autoritarios propios del sistema, sino en una simple alternancia “clánica” en el seno del poder. Tampoco en la escena internacional parecen existir actores, como deberían ser la UE y EE. UU., que adopten, más allá de intereses económicos y de seguridad, una política bien definida en materia de democracia y desarrollo hacia Argelia. De ser así, la actual fase de bonanza económica permitirá, en todo caso, modernizar la fachada del país sobre unos cimientos políticos y sociales más que endebles.

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