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Afganistán y el principio de Peter

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(Para Cambio 16)

El principio de Peter es un principio axiomático que relaciona la capacidad de ascenso o éxito con el nivel de incompetencia y se define más o menos así: “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”.

Lo que quiere decir que con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones. Quizá nos sirva para entender qué pasa con Afganistán. España, y por extensión la OTAN y/o la UE, habríamos llegado a nuestro propio nivel de incompetencia y, en el peor de los casos, de aguante. Dedicarnos al trabajo de albañiles de países que no existen en la realidad, no es posible y, además, es inútil y falso. El problema, el reto, que representa el avispero afgano nos supera. En nuestro caso, la ministra Chacón no se cansa de repetir que hemos cumplido 20 años de exitosa experiencia en operaciones de paz pero lo cierto es que no sabemos o no queremos hacer lo necesario para resolver Afganistán.

Quizá porque hemos llegado a nuestro nivel de incompetencia. No es lo mismo —política ni técnicamente— inventarnos un estado en pleno continente asiático que vive en la Edad Media que enviar observadores desarmados a Centroamérica o un avión del Ejército del Aire con ayuda humanitaria en condiciones más o menos duras, por ejemplo en el Chad.

Son dos cosas bien distintas. Afganistán, el escenario más alejado y extraño al que han sido  desplegados nuestros soldados desde 1898, es misión difusa, difícil de definir y, por tanto, de ejecutar sin usar lo que los anglosajones llaman eufemísticamente “la fuerza letal”. Es decir, matar gente. Digamos las cosas por su nombre. Ayuda humanitaria, reconstrucción de un estado fallido, imposición de la paz o, siempre y llanamente, combate contra el terrorismo. Si es esto último, como decía Bush ( ¿dónde está ahora?), los españoles sabemos bien que no es fácil ni rápido obtener la victoria (si es que existe). Y, además, cuesta muchas vidas humanas, algo para lo que el estómago de la opinión pública española no esta preparado si el conflicto le toca tan lateralmente. Lo cierto es que tampoco lo está el alemán o el francés. Europa se muere de miedo sólo de pensarlo. Afganistán cada vez se parece más a Vietnam, quizá el Vietnam que los europeos nunca hemos tenido.

Por eso las opiniones públicas del Viejo Continente se creen cada vez menos eso de que estamos para repartir alimentos y poco más.
La guerra moderna es así. Un muerto aquí y otro allí. Cinco de golpe.

La búsqueda de un invisible que ataca cuándo y dónde quiere. La prueba de que los talibanes están ganando es la necesidad de enviar refuerzos no para reconstruir escuelas y hospitales sino para proteger a tus propias fuerzas. Lo resalta el último informe enviado por el Jefe del Estado Mayor de la Defensa a Chacón para justificar el envío de 220 militares más: “proporcionar seguridad y protección…”, “incrementar la seguridad en la provincia de Badghis…”. La guerra contra la insurgencia es así. O utilizas sus tácticas —el terror— o al usar las prácticas militares ortodoxas —bases fijas, patrullas con muchos hombres— sólo facilitas la labor de los guerrilleros: más objetivos para hacer daño. Las brillantes mentes militares del presidente Obama, quien llegó a la Casa Blanca aplaudido por los europeos por sus promesas de meterse de lleno en Afganistán y olvidar Irak, afi rman que la nueva estrategia debe estar basada en dos cosas: ganarse los corazones de la población y ‘afganizar’ la seguridad del país. Por cierto, algo en lo que coincide también nuestra ministra Chacón. El problema es que ambas parecen hoy en día tan difíciles como lograr la seguridad sin usar las armas. Los corazones se obtienen demostrando que la propuesta de vida de los extranjeros —cultural y económica— mejorará sus días. Es decir, que traeremos desarrollo y mejores condiciones de vida. Pero, como dicen nuestros buenos técnicos de A ECID, no se puede cambiar reconstrucción por seguridad. Si pagas por construir una escuela, durará lo que tu dinero. La reconstrucción y la ayuda humanitaria no puede ser parte de la estrategia militar, debe tener sus propios fines, métodos y objetivos. Y eso no es lo que ocurre en Afganistán. Con todo esto sólo nos queda una salida: que los afganos se encarguen del trabajo que no podemos/queremos hacer. Estados Unidos planea construir un Ejército de 130.000 hombres más otros tantos policías.

España comparte también esta idea y, por eso, se ha comprometido a gastar 22 millones de euros en la formación, adiestramiento, armamento e infraestructura de un batallón propio con base en Qal.i-Naw —255 dólares por cada habitante de esa ciudad— que nos permita retirarnos en cinco años, es decir, 2014. Para entonces, siendo optimistas, llevaremos 12 años buscando una quimera en la que ya han perdido la vida 87 militares nuestros. Hace unos días pregunté a un sociólogo amigo cómo podría solucionar el principio de Peter si me ocurría a mí y me dijo que no lo tenía claro: “lo único que se me ocurre es redistribuir la responsabilidad entre los demás y quedarte con la esquina que puedes manejar.

El trabajo real lo realizan aquellos empleados que no han llegado todavía a su nivel de incompetencia”.

Quizá España debe plantear con realismo cuál es su espacio y ambición respecto a las operaciones de paz en el exterior en este mundo marcado por la lucha contra el terrorismo y la ambición de delinear países imposibles. O, por el contrario, coger el toro por los cuernos, hacer de tripas corazón y lanzarse a la batalla. Espero que, sea cual sea la decisión final, los políticos de turno tengan el coraje de contarnos a todos aunque, como algunos, pierden las próximas elecciones.

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