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Afganistán, ¿año cero?

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Con la celebración de la Conferencia Internacional convocada en Londres el día 28 de enero, a la que han asistido más de 70 representantes nacionales e internacionales, arranca un año decisivo para la guerra de Afganistán. ¿Será el año cero? Son, en todo caso, doce meses en los que el presidente estadounidense Barack Obama y sus aliados de ISAF tendrán que poner en práctica, y a contrarreloj, una nueva estrategia milagrosa que les allane el camino de salida y les salve del ridículo, evitando un estrepitoso fracaso que resultaría nefasto tanto para Estados Unidos como para la Alianza Atlántica. Son muchos los retos a los que tienen que responder cuando la guerra encara ya su noveno año, con un gobierno nacido de un proceso electoral fallido, una opinión pública local apática o defraudada y cada vez más reacia a la presencia de tropas extranjeras, una rampante corrupción en todos los estamentos del país y un recrudecimiento de la violencia insurgente, combinado todo ello con una creciente incomprensión de la opinión pública internacional sobre las razones de la presencia de sus ejércitos en el territorio afgano. Mirando hacia el futuro inmediato, seis son los puntos que sobresalen por su urgencia e importancia:

1. Controlar los ataques de la insurgencia – La inseguridad será uno de los principales retos de esta nueva etapa. «Nuestra prioridad es (…) recuperar la iniciativa y dar un vuelco a la situación de la insurgencia», escribía el General McCrystal (máximo responsable militar estadounidense en Afganistán) en su informe de agosto de 2009. Seis meses más tarde, no sólo no lo ha logrado sino que el pasado 18 de enero la capital sufrió varios ataques simultáneos en el corazón de la ciudad y en lugares tan concurridos como centros comerciales, ministerios y hoteles, probando que los violentos pueden atacar cómo, dónde y cuándo quieran. Aunque el atentado múltiple quedó eclipsado en los medios por la fuerza informativa de la tragedia de Haití, su importancia es crucial al poner de manifiesto que ya nadie está seguro en Kabul, ciudad supuestamente blindada, como se sospechaba cuando la insurgencia atacó en agosto pasado la residencia de la ONU, matando a cinco de sus miembros, y en posteriores atentados a objetivos extranjeros en otoño.

2. Protección de civiles (locales y extranjeros) y coordinación cívico-militar – Para revertir la balanza es importante poner los medios necesarios para evitar que 2010 se convierta en otro año sangriento como ha sido 2009, con más de 2.400 civiles muertos de modo violento (14% más que el año precedente) y 520 militares de ISAF (frente a los 232 registrados en 2008). Por lo tanto, garantizar la seguridad de la población civil (local y extranjera) y de los militares (tanto de ISAF como del ejército y policía afgana) es una tarea de la máxima relevancia. Para ello, puede resultar decisivo el aumento de 30.000 efectivos militares estadounidenses, a los que se sumarán otros 7.000 de algunos de los otros 42 socios de la ISAF. Este refuerzo sólo puede resultar eficaz si se acompaña de otros similares en el terreno social, político y económico y si se logra una correcta (y hasta ahora precaria) integración entre todos los instrumentos puestos en juego, bajo coordinación de una autoridad civil (que solo puede ser la ONU), sin olvidar el necesario contacto permanente con el gobierno afgano.

3. Acelerar la «afganización» de la seguridad nacional – Durante este 2010 debe también acelerarse la capacitación de las fuerzas de seguridad afganas que, en principio, deberían estar en condiciones de asumir sus responsabilidades plenas a partir de julio de 2011, fecha anunciada para el comienzo de retirada de las tropas estadounidenses. El ultimátum, en opinión de algunos expertos, resulta demasiado próximo si se toma en cuenta el escaso resultado de esfuerzos ya aplicados en esa misma dirección en años precedentes, el alto número de bajas (muchas de ellas por deserción) que sufre el ejército y la policía afganas, la falta de reclutas de etnia pastún y la corrupción endémica que azota al país en el corazón mismo de sus instituciones, incluidas las que afectan a la seguridad nacional.

4. Atajar la corrupción – Tras las elecciones fallidas de agosto, Obama y los principales líderes aliados instaron al presidente Hamid Karzai a atajar la corrupción, sin demora. Según el índice de percepción de la corrupción, publicado por Transparency International (2008), Afganistán ocupa el puesto 176 de los 180 países que figuran en el estudio. En un balance globalmente negativo, que afecta a todas las instituciones de la administración nacional, el sistema judicial es el que sale peor parado. La situación de la judicatura afgana es catastrófica, ya que el 80% de las disputas se dirimen a través de sistemas informales o tradicionales de justicia, las llamadas shuras o jirgas. De los 408 juzgados de distrito que deberían existir, 138 no son operativos principalmente por estar bajo control de los talibán y en la actualidad el país cuenta con sólo 1.300 jueces de los 2.216 que deberían existir. Además, el salario de un fiscal no supera el equivalente a los 90 dólares mensuales y el número de abogados registrados no sobrepasa los 600, todo ello para una población que ronda los 30 millones de habitantes, según datos de UNAMA (la Misión de Naciones Unidas en Afganistán).

A esto hay que añadir la enorme inseguridad de los magistrados. En los últimos años 18 jueces han sido asesinados a manos de los violentos y en provincias como Helmand o Kandahar el personal de la administración de justicia está sujeto a continuas campañas de terror e intimidación. Por último, la situación en las prisiones es más que alarmante, con una población reclusa que ha pasado de 600 en 2001 a casi 14.000 en 2009.

5. Implicación de Pakistán – Más allá de las fronteras afganas, es imprescindible implicar a Pakistán en la adopción de reformas internas de su propio sistema político, que, entre otras cosas, supone enfrentarse a los radicales islámicos y a los insurgentes de diferente naturaleza activos en diversas zonas del país. En la frontera entre Pakistán y Afganistán sigue aún hoy el núcleo de los terroristas que han perpetrado tantos atentados en el territorio paquistaní y afgano, así como en muchos otros lugares del planeta (tanto en su calidad de actores materiales como de inspiradores ideológicos). Paquistán se enfrenta al peligro de un colapso que puede amplificar aún más la inestabilidad de una zona de alta sensibilidad para la seguridad regional y mundial.

6. Negociar con la insurgencia – El presidente afgano- con el apoyo de Washington y otras capitales occidentales- ha dado pasos en la buena dirección, anunciando que habrá una amnistía para los talibán que deseen dejar las armas a cambio de un empleo. Se pretende con este tipo de medidas no solo reducir el nivel de la amenaza que representan estos grupos, sino también su fragmentación interna y su separación de los terroristas de Al Qaeda. A la espera de los frutos que pueda obtener esta medida, parece un buen comienzo para retomar la iniciativa perdida y terminar con aquellos que utilizan la violencia terrorista como un modo de sustento.

En resumen, seis puntos esenciales para este año que plantean, por sí solos, un ambicioso programa que pretenderá resolver en unos pocos meses los errores de nueve años de despropósitos.

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