Y sin Schengen ¿qué quedará de la UE?
(Para Radio Nederland)
La libre circulación de personas ha sido, junto a la moneda única y la unión económica y monetaria, la realidad y el símbolo de los avances en el titubeante proceso de construcción europea de la última década.
El acuerdo de Schengen, con todas sus limitaciones, ha sido en estos últimos años el logro más visible y más sentido por los ciudadanos, no solo para los europeos, sino para los de todo el mundo. Por ello los ataques a la libertad de movimientos y la unidad de fronteras iniciados hace unas semanas por los mandatarios de Italia y Francia, y continuados con más vigor por Dinamarca, con el evidente apoyo de Alemania desde la barrera, ponen en cuestión todo el proceso de integración europea y van a suponer, en cualquier caso, y finalice como finalice la actual polémica, un claro retroceso para la realidad, la imagen y la credibilidad de la Unión Europea.
Escuche la entrevista con Francisco Rey Marcos
El rapto de las instituciones comunitarias
El saldo de las reuniones de las instituciones comunitarias durante esta semana tras las presiones de Italia, Francia y Dinamarca no puede ser más decepcionante. Las conclusiones del consejo de ministros de Justicia e Interior reconociendo los argumentos del ministro danés y queriendo dar a entender que «si se reforma Schengen será para reforzarlo», no pueden ser más falsas. Se aceptan de facto y sin rechistar las explicaciones de Dinamarca, de claro tinte xenófobo, y se pretende presentar como gran logro una retórica defensa de Schengen que no existe en la práctica, ni para la que se aprueban medidas. Que el consejo de ministros dé por buenas las explicaciones danesas que vinculan libertad de movimientos con aumento de la delincuencia debida a la entrada de inmigrantes, o que se quieran presentar como grandes avances el acuerdo para aceptar 850 refugiados procedentes del conflicto libio, son reflejo de la disonancia cognitiva de los mandatarios europeos. El aumento de la inseguridad en algunos países no es debido a la presencia de porcentajes ridículos de poblaciones inmigrantes de fuera de la Unión Europea – no más del 4% en el conjunto de la Unión- sino a causas internas que mucho tiene que ver con otras variables como la propia crisis económica y la ineficacia de las medidas adoptadas por Bruselas.
Por otro lado, la crisis del norte de África ha provocado un éxodo de refugiados, demandantes de asilo e inmigrantes de los que tan solo una pequeñísima parte llega a las costas europeas, siendo Túnez, Egipto y los países limítrofes quienes están acogiendo a cientos de miles de ellos ¿son 850 personas un gran esfuerzo ante un éxodo como el que se está produciendo?
El debate en el Parlamento europeo no ha sido mucho mejor y ha mostrado como muchos parlamentarios sintonizan claramente con las posiciones italianas, francesas y danesas y están dispuestos a apoyar el cierre de fronteras y, como ha dicho alguien, «la resurrección de los pasaportes».
Hipocresía respecto de la primavera árabe
Desde que comenzaran las revueltas en los países árabes, la posición europea no ha podido ser más contradictoria y, por qué no decirlo, hipócrita. Se aplauden y se alientan los movimientos de protesta popular, pero se cierran los ojos, y claro, las fronteras, a los efectos que esas protestas tienen en materia de movimientos de población y, por tanto, de asilo y refugio.
Que la llegada de no más de 20.000 personas procedentes de Túnez y otros países a las costas italianas, haya iniciado todo este proceso y esté poniendo en cuestión toda la construcción europea, muestra la cortedad de miras y la utilización con fines internos de las cuestiones migratorias. Tanto Berlusconi como Sarkozy no han dudado, en pleno periodo de descrédito público de sus políticas y encontrándose entre la espada y la pared ante futuros procesos electorales, en utilizar la llegada de migrantes para sintonizar con la extrema derecha de sus respectivos países, proponiendo el endurecimiento de las políticas migratorias y la revisión del acuerdo de Schengen.
Las presiones que ambos líderes han hecho sobre la Comisión Europea han sido, lamentablemente, aceptadas por ésta que se avino la semana pasada a estudiar la «posibilidad de restablecer temporalmente los controles en las fronteras interiores en caso de dificultades excepcionales en la gestión de las fronteras exteriores comunes». Más claro, cargarse la libertad de circulación volviendo al control de las fronteras interiores por cada país, y dando un paso atrás, tal vez irreparable, en uno de los pilares básicos de la Unión. Y en ese río revuelto, la decisión de Dinamarca no es sino la puntilla en este proceso de revisión a la baja de Schengen y de la libre circulación de personas.
Guerra de los Balcanes
Los tintes xenófobos de todo este debate están fuera de dudas si se analizan las actuales posiciones en comparación con las que mantuvo la Comunidad Europea de la época en los años noventa tras el estallido de la guerra en los Balcanes y el masivo éxodo de refugiados de la antigua Yugoslavia. En aquella ocasión, aunque la Comunidad no estuvo a la altura en materia política pues la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) era aún un sueño (ahora es poco más que una sigla), sí lo estuvo en materia humanitaria y migratoria acogiendo a más de 600.000 refugiados y estableciendo mecanismos temporales para facilitar esta acogida. Mecanismos que se profundizaron incluso algunos años más tardes en la guerra de Kosovo. Que ahora, como han señalado muchos analistas, un puñado de jóvenes árabes sean utilizados para poner en jaque uno de los avances más evidentes de la construcción europea, no deja de ser triste.