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Y entonces … ¿por qué invadimos Irak?

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Siguiendo con la empatía con el ciudadano estadounidense, si no había armas de destrucción masiva y tampoco relaciones del régimen iraquí con los terroristas, ¿cuál ha sido entonces el motivo de la invasión? Ya van quedando pocas explicaciones posibles. Quienes sí parecen haber entendido bien el verdadero interés que está en juego en Iraq desde el principio, son los miembros de la resistencia, que en los últimos días han aumentado sus ataques sobre campos petrolíferos y oleoductos, obligando a la paralización del principal terminal exportador de petróleo en Kirkuk y asestando un duro golpe a las posibilidades de reactivación económica del futuro gobierno interino. Objetivos secundarios- relacionados con el control geoestratégico de Oriente Medio, con la hegemonía mundial, con la reducción del peso de la ONU…- puede haber habido muchos durante esta guerra. Pero dos cosas parecen evidentes: que la invasión ha tenido que ver, básicamente, con el control del petróleo y que, por el contrario, no ha tenido nada que ver con la lucha contra el terrorismo.

Es más, todos los análisis parecen coincidir en que los efectos sobre el terrorismo han sido, están siendo, perjudiciales. En primer lugar, porque la guerra de Iraq ha hecho focalizar en ella recursos que hubieran ayudado a la lucha contra el terrorismo en otros frentes. En otras palabras, esto ha hecho perder fuerza y eficacia a la verdadera y necesaria lucha contra el terrorismo internacional. En segundo lugar, porque tanto las mentiras para legitimar la guerra como los errores y brutalidades cometidos durante la misma, han hecho aumentar el apoyo con el que cuenta Al Qaeda y la solidaridad con la que es respaldado en numerosos sectores del mundo árabe. Al Qaeda crece, se ha descentralizado y se ha convertido en un enemigo mucho más difícil de combatir que hace dos años. Ha encontrado, además, elementos que le otorgan legitimidad, aprovechando la victimización de muchos sectores. En tercer lugar, porque ha contribuido a la desunión y a la confusión entre aquellos que honestamente están contra el terror y mostraron su solidaridad con el pueblo estadounidense tras el 11-S. El gobierno de Bush ha dilapidado el patrimonio de afecto con el que contaba Estados Unidos, tras los brutales atentados en Nueva York y Washington, y ha aumentado su aislamiento en la escena internacional. Los acercamientos entre ambas orillas del Atlántico en la últimas semanas, al calor de la nueva Resolución de Naciones Unidas sobre Iraq o de la Cumbre del G-8, sólo pueden ser calificados como episódicos y coyunturales.

La historia está demostrando ser bastante benévola con los ex Presidentes norteamericanos, pero tal vez Georges W. Bush tenga menos suerte que sus predecesores. El fallecimiento de Ronald Reagan y la catarsis generada en sus exequias en el pueblo estadounidense son una buena muestra de cómo las opiniones públicas son olvidadizas y elevan a los altares a muchos bastante alejados de la santidad. Sobre todo, cuando desde el actual gobierno se vuelcan en esa “beatificación“ de modo interesado. Es curioso ver como un Presidente que apoyó el apartheid en Sudáfrica, financió los escuadrones de la muerte y la contrainsurgencia en Centroamérica, incrementó el armamentismo invirtiendo cuantiosas sumas en la llamada “guerra de las galaxias“, hizo negocios con el propio Sadam Hussein, o triplicó la deuda de los Estados Unidos, entre otras perlas, es recordado hoy como un héroe porque era “simpático“, tenía buena presencia o hablaba, ¡¡obviamente!!, como un actor. El actual Presidente estadounidense no parece contar con ninguno de esos positivos atributos. Cabe esperar que pronto pase a la historia como lo que de verdad ha sido. Las recientes experiencias electorales de sus compañeros en la foto de las Azores permite ser optimistas.

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