Y en R. D. Congo se hizo la paz, ¿o no?
Hoy tanto RDC como los Grandes Lagos siguen sumidos en la violencia impuesta por ejércitos y grupos rebeldes de todo tipo, sin que el gobierno del presidente Joseph Kabila, ni tampoco la MONUSCO, hayan logrado estabilizar la situación, especialmente en la zona de los Kivus, fronteriza con Uganda y Ruanda. Sin llegar a suscribir la visión del presidente ugandés, Yowei Museveni, cuando habla de «turistas militares», es bien conocido que la MONUSCO no ha tenido ni los medios, ni el mandato, ni la voluntad de cumplir la tarea para la cual fue creada hace ya catorce años (si se cuenta desde la constitución de la MONUC): protección de civiles y apoyo al gobierno de Kinshasa para estabilizar el país. Con sus 19.000 efectivos y un presupuesto de 1.100 millones de euros anuales, está muy lejos de presentar un balance positivo.
Ahora, con la firma del acuerdo de Adis Abeba, vuelven a repetirse los anuncios de que la paz está a la vuelta de la esquina, en la medida que los firmantes se comprometen a no interferir directamente en los conflictos violentos que sufran sus vecinos y a no apoyar en modo alguno a los grupos rebeldes que se mueven en la región. Pero tanto la experiencia de varios planes y acuerdos fracasados como la realidad actual de la zona obligan a atemperar las expectativas.
En primer lugar, hay que recordar la debilidad estructural del gobierno de Kabila, incapaz de dominar de manera efectiva su propio territorio y de satisfacer las necesidades básicas y las demandas de sus casi ochenta millones de habitantes; todo ello en un país que está generosamente dotado de recursos naturales, lo que podría convertir a RDC en un foco de desarrollo a escala regional. A eso cabe añadir que Burundi, Ruanda y Uganda tienen intereses muy directos en RDC, tanto para lograr beneficiarse de la explotación de sus ingentes recursos como por su necesidad de contrarrestar la acción de grupos rebeldes que utilizan el territorio de RDC como santuario desde el que lanzar operaciones contra los gobiernos de estos países.
Además, resulta difícil evitar las dudas sobre el nivel de compromiso internacional en la apuesta por la paz- además de los países firmantes, también se han implicado en el acuerdo la ONU, la UA, la Conferencia Internacional de la Región de los Grandes Lagos y la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional. Hasta ahora su participación ha tenido efectos marginales (y no siempre positivos) y no es inmediato suponer que la activación inmediata de una Fuerza Neutral Internacional- de unos 4.000 efectivos, con aportaciones de países de la zona-, subordinada a MONUSCO, y la creación de dos organismos de supervisión vaya a cambiar drásticamente el panorama.
Por último, y probablemente eso es lo más relevante, ninguno de los cientos de grupos violentos que se mueven en el área ha firmado el acuerdo. Ni el ahora más conocido M23- que tomó la ciudad de Goma el pasado noviembre-, ni las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda, ni las Fuerzas Democráticas Aliadas-Ejército Nacional para la Liberación de Uganda, ni ningún otro parecen dispuestos a abandonar las armas (sea por razones políticas o meramente crematísticas). Y no basta para ello con que los firmantes cumplan a rajatabla lo firmado- lo que sería absolutamente novedoso-, dado que esos grupos cuentan con sus propias fuentes de financiación en la medida en que se aprovechan directamente de la explotación de las riquezas locales.