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Vuelta a empezar en Palestina

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(Para Radio Nederland)
Tras muchos circunloquios entre bambalinas, los portavoces israelíes y palestinos han confirmado su voluntad de poner en marcha un nuevo proceso de diálogo con mediación de Estados Unidos.

La experiencia acumulada obliga a un elemental escepticismo tras las innumerables oportunidades perdidas por ambos bandos en las decenas de ocasiones en las que se ha anunciado un nuevo proceso de paz para resolver este amargo conflicto.
 
Desde esa posición y con intención de evitar la generación de expectativas infundadas conviene analizar la esencia de la iniciativa que ahora se pone en marcha. Se trata, en primer lugar, de un resultado forzado por la presión directa de Washington sobre ambas partes, en un intento por salir de la parálisis impuesta por los enemigos de la paz tanto en la sociedad israelí como en la palestina.

Igualmente, debe entenderse como un nuevo esfuerzo estadounidense por recuperar su imagen de intermediario honesto y eficaz, una tarea difícil tras hacerse visible su incapacidad para vencer la resistencia del gabinete comandado por Benjamin Netanyahu a la paralización de los asentamientos. Recordemos que ésa fue la exigencia inicial de la administración de Barack Obama, en su intento de vencer la resistencia palestina a un diálogo que siempre se ha traducido en nuevas pérdidas y, al mismo tiempo, mostrar su auctoritas como único actor internacional con poder real para influir en la solución del problema. Sin embargo, ya en noviembre pasado, se vio obligado a reconocer públicamente que Tel Aviv le había ganado una vez más el pulso político, negándose a aceptar esa condición como una premisa de partida para volver a la mesa de negociaciones.
 
Por otra parte, no cabe caer en el error de pensar que ahora se inicia un nuevo proceso de paz. En realidad estamos hablando solamente de reiniciar el diálogo- sin ninguna propuesta concreta sobre la mesa- y de hacerlo de manera indirecta- no habrá, por tanto, conversaciones cara a cara, sino empleando al enviado estadounidense como correo de unos y de otros. La mutua desconfianza y, sobre todo, la constatación de la desigual relación de fuerzas sobre el terreno- con Israel inalterable en su política de fuerza y de bloqueo total de cualquier posible desarrollo palestino, y con los palestinos divididos internamente, hasta colocarlos en un nivel de debilidad pocas veces visto en los más de sesenta años de conflicto- impide, de momento, escenificar un encuentro alrededor de una misma mesa. Solo si fructifica en algún sentido el esfuerzo diplomático que ahora arranca, será posible soñar con que posteriormente se pueda entrar en un diálogo directo, dejando la puesta en marcha de un verdadero proceso de paz como una opción hipotética para una indefinida etapa futura.
 
En este punto, ambas partes vuelven a mostrar las radicales diferencias que los separan, procurando simultáneamente no verse atrapados en un juego que no les garantice alguna salida airosa. A Israel le sirve ahora mismo la puesta en marcha de este ejercicio diplomático como un fin en sí mismo. Su incorporación al diálogo indirecto con los palestinos le permite mejorar su dañada imagen de ocupante insensible a las necesidades palestinas y a las peticiones de la comunidad internacional. A lo largo de estos pasados años ha demostrado una sobrada eficacia en el mantenimiento formal del diálogo sin sustancia, mientras se mantiene firme en su política de «deconstrucción» de cualquier Estado palestino mínimamente viable. No cabe esperar, en absoluto, que Israel vaya a detener la ampliación y construcción de los ilegales asentamientos que salpican Cisjordania por doquier, que vaya a levantar los centenares de controles que imposibilitan un normal desarrollo de la vida social, política o económica de Gaza y Cisjordania o que, por añadir solo un ejemplo más, vaya a liberar a Gaza del brutal asedio al que somete a sus 1,5 millones de habitantes desde hace años.
 
Por su parte, Mahmud Abbas ha intentado poner límites a este juego propiciado por Washington, fijando en cuatro meses el tiempo máximo para comprobar si esta etapa de contactos lleva a algún puerto. No ha logrado ningún compromiso al respecto, por lo que cabe deducir que es una mera declaración de voluntad que puede quedar difuminada en el aire de inmediato. En esa misma línea, el rais palestino ha hecho saber por carta al mediador estadounidense, George Mitchell, que su objetivo sigue siendo el fin de la ocupación israelí y el establecimiento de un Estado palestino en las fronteras de 1967.
 
Precisamente en relación con este último objetivo, la Autoridad Palestina acaba de acordar que, a partir del próximo año, serán penados con hasta cinco años de cárcel y multas de más de 10.000 euros los palestinos que trabajen en la construcción de asentamientos. Se trata de una decisión tan lógica como inviable, aunque solo sea porque los 25.000 palestinos que hoy realizan trabajos en esos asentamientos son una significativa fuente de ingresos en unos territorios ocupados en los que no es nada fácil encontrar alternativas de empleo. A estas alturas es ya un hecho sobradamente conocido que, derivado de la ocupación israelí, el territorio sobre el que los palestinos quieren construir su Estado carece de recursos naturales (incluso el agua presenta niveles de salinidad que la hace desechable para muchos usos) y no cuenta con una mínima base industrial o de servicios sobre la que poder edificar una economía viable. Aunque políticamente pueda entenderse la decisión de las autoridades palestinas, desde la perspectiva económica sería un golpe mortal para muchas familias que no tienen hoy otro modo de vida y a las que la Autoridad Palestina no podría ofrecer ningún apoyo efectivo.
 
Sin prejuzgar los resultados de este nuevo ensayo de diplomacia, poco hay a lo que agarrarse para transmitir un mensaje optimista. En todo caso, habrá que darle una oportunidad, convencidos, como estamos, de que por las armas no hay solución posible para ninguno de los bandos enfrentados desde hace tanto tiempo.

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