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Violencia en Marruecos

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(Para Radio Nederland)
Quienes tratan de explicar la violencia terrorista desencadenada el pasado viernes en Casablanca suelen poner el énfasis en los factores externos. Se hace mención al carácter de los objetivos elegidos para deducir que el alineamiento de los gobiernos español e israelí con Washington, en la campaña militar contra Iraq, habría estado tras el ataque a las instalaciones de La Casa de España (una entidad privada, en cualquier caso) y a la Alianza Israelita. Parece olvidarse que esa lectura no puede aplicarse, en ningún caso, a los otros tres objetivos (dos establecimientos hosteleros y el viejo cementerio judío de Mehara, que únicamente se cita por ser lo más representativo que había a unos centenares de metros de donde se inmoló, probablemente por error, el suicida). Así mismo, se destaca la idea de que Osama Bin Laden ya había hecho referencia a Marruecos como un posible objetivo y que, por lo tanto, ésta ha sido la plasmación directa de las amenazas del mal llamado terrorismo islámico, apresuradamente agrupado bajo el omnipresente paraguas de Al Qaeda (¿alguien se ha parado a pensar que cuando en España, en Irlanda o en otros países occidentales se realiza un acto terrorista a nadie se le ocurre calificarlo como «terrorismo católico»?, ¿no es ésta una denominación interesada, que sirve al discurso del choque de civilizaciones, equiparando Islam con terrorismo?)

Sin embargo, sin negar la significación de los errores cometidos por el gobierno español (que, entre otras consecuencias, pueden dificultar las relaciones con los gobiernos de la región, incrementar la antipatía de la calle árabe contra España o colocar a los intereses españoles en la lista de los grupos terroristas) y el interés de Al Qaeda por incrementar su radio de acción, financiando o instruyendo a otros grupos afines en su lucha contra los actuales regímenes de la región y contra quienes les apoyan (países occidentales), es preciso dedicar más atención a las motivaciones internas.

En Marruecos, y a pesar de la operación mediática que desde su llegada al trono ha tratado de presentar al joven monarca como el «rey de los pobres» y como un convencido de la necesidad de realizar profundas reformas del modelo económico y político del reino, el hecho es que la situación no muestra signos claros de mejora. Antes al contrario, junto a tímidas muestras de apertura (más simbólicas que efectivas), el entorno político continúa deteriorándose, con un gobierno y unos partidos políticos que no consiguen desempeñar el papel protagonista, mientras que los hombres de palacio y los militares aumentan su poder de manera más o menos encubierta. En el terreno socioeconómico, las perspectivas para sectores crecientes de la población se oscurecen a marchas forzadas. No mejora la situación del mercado laboral, mientras que ya un 20% de los treinta millones de marroquíes viven por debajo de la línea de pobreza. La aglomeración urbana, el bloqueo del proyecto de reformas para mejorar la situación de la mujer, el éxodo rural, la pervivencia de altísimos niveles de analfabetismo, la corrupción del sistema y los altos niveles de ineficiencia en la gestión de los asuntos públicos contribuyen, en un maremagnum en el que se entremezcla la dura realidad con la sabia manipulación por parte de quienes tratan de liderar la crítica contra el régimen actual, a generar un clima de inestabilidad estructural en el que no puede descartarse la violencia.

A estas alturas puede afirmarse ya que el supuesto blindaje marroquí ante la «marea islamista», aprovechando el carácter de líder religioso del monarca, se ha visto superado por una realidad en la que ocupan un espacio cada vez mayor grupos islamistas reformistas como el partido Justicia y Desarrollo (única oposición parlamentaria con respaldo social) o el movimiento Justicia y Espiritualidad que, pese a verse obligado a moverse en una situación de alegalidad, constituye la principal referencia popular de este signo. Mientras que los grupos citados tienen un claro perfil político, resistiéndose a validar las opciones violentas, no puede esperarse que en el caldo de cultivo propiciado por esas condiciones de frustración y desesperación creciente, no haya quienes apuesten decididamente por emprender la vía de las armas. En este camino se encuentran grupúsculos, que únicamente cuentan con unos centenares de militantes de primera línea, como los del grupo de La Vía Justa («salafistas combatientes»), supuestos autores de los recientes atentados, o Hegería y Excomunión (englobados en el amplio colectivo de los «afganos árabes»)

Aunque estos dos últimos no sean los más representativos, su potencial desestabilizador es enorme, en un contexto como el marroquí en el que prácticamente el 80% de los ciudadanos declaran que no se sienten representados por los partidos políticos legales y en el que, como se ha mencionado, la situación sociopolítica y económica no hace más que aumentar la exclusión y la pobreza. Lo ocurrido en Casablanca debería ser una señal suficiente para provocar un cambio de orientación efectivo para posibilitar la urgente reforma de un modelo que ha mostrado, sobradamente, sus limitaciones. Los marroquíes se merecen más que lo que ofrecen esos grupos violentos… y mucho más que lo que, hasta ahora, les han ofrecido sus gobernantes

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