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Viejo gobierno en Israel, fin de la esperanza

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(Para Radio Nederland)

 Por muy fuerte que sea el deseo de equivocarse, en algunas ocasiones es fácil acertar con un pronóstico. Tras los resultados de las elecciones en Israel del pasado mes de febrero era más que previsible que Benjamín Netanyahu sería el encargado de formar gobierno, como también lo era que el resultado de su esfuerzo por repetir en el cargo de primer ministro le llevaría a conformar una coalición gubernamental cortoplacista y condenada a la permanente inestabilidad. Ahora, con la aceptación final del partido laborista para incorporarse al gabinete de Netanyahu- en una señal más de su vocación de suicidio político-, se confirman los peores augurios para quienes aún alberguen alguna esperanza sobre una futura paz en Oriente Próximo.

Este negro presagio se basa, en primer lugar, en la propia figura del inminente nuevo jefe de gobierno. Netanyahu, como ya demostró en su anterior etapa en el cargo (1996-99), es un experto en dilatar ad aeternum cualquier posible proceso de paz, con la decidida voluntad de evitar la emergencia de un Estado palestino viable. Sin entender que ese empeño no solo frustra y desespera a los palestinos, sino que también va en contra de los propios intereses israelíes de encontrar algún día un acomodo estable en la región, el líder del renacido Likud está dispuesto a marear hasta el hartazgo a quienes pretendan cruzarse en su camino. Y eso vale tanto para la administración Obama como para el resto de los miembros del impotente Cuarteto (Unión Europea, Rusia y ONU), que se contentarán con confirmar que el proceso de diálogo vuelve a abrirse (solo en un sentido estrictamente formal) con la arruinada figura del rais Mahmud Abbas al frente de una Autoridad Palestina en sus horas más bajas de popularidad y poder.

Por si quedara alguna duda de lo anterior, no hay más que ver a los compañeros de viaje que han decidido acompañarlo en esta nueva legislatura. Avigdor Lieberman (líder del Israel Beitenu y próximo ministro de exteriores) es el ejemplo más notorio de la falta de voluntad para llegar a ninguna solución negociada que dé satisfacción a las mínimas aspiraciones palestinas. Su radio de contaminación racista alcanza no solo a los que habitan Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, sino también al 20% de la población israelí (que tienen, a sus ojos, el insoportable defecto de ser palestinos de origen, lo que los convierte, por definición, en quintacolumnistas a eliminar).

Nada nuevo cabe esperar a estas alturas del partido fundamentalista Shah, parásito del poder desde hace muchos años, en la medida en que su objetivo principal es integrarse en cualquier gabinete que le permita mantener su privilegiada relevancia social y económica en beneficio de su fiel clientela. Habrá que ver cómo Bibi va a encajar y gestionar las tensiones que, a buen seguro, se producirán entre los laicos de Israel Beitenu y los radicales religiosos del Shah. No es fácil que su evidente apego al poder sea un seguro a todo riesgo, cuando haya que debatir sobre el reparto de fondos entre diferentes prioridades en medio de una crisis económica que lleva afectando a la cohesión social israelí desde hace tiempo.

Más deplorable aún es la decisión del debilitado partido laborista liderado por Ehud Barak- que repetirá como ministro de defensa (como si su gestión de la campaña contra Hezbola (verano de 2006) y la más reciente contra Gaza no fueran suficientes para demostrar su nula idoneidad para el cargo)-. Nuevamente vuelve a repetirse el argumento de que su presencia en el gabinete servirá para atemperar la política dura que cabe esperar de Netanhayu; como si la experiencia acumulada (con Simon Peres en la misma tesitura en ocasiones anteriores) no mostrara sobradamente que su complicidad en el gobierno solo sirve para legitimar las opciones de fuerza y el desprecio a la legalidad internacional, mientras se arroja al propio partido al abismo. Hoy, el partido laborista es una sombra espectral de lo que fue algún día y no cabe descartar una fractura interna que ponga fin a su historia (de los trece diputados logrados en estas pasadas elecciones, al menos siete han mostrado públicamente su decisión de no apoyar a Netanhayu).

El final del proceso de conformación del gobierno deja a la formalmente victoriosa Tzipi Livni como espectadora privilegiada de un proceso del que espera recoger muy pronto los frutos de tanto despropósito como el que ahora se prevé a partir del próximo 3 de abril (cuando se oficialice el gabinete liderado por Netanyahu). Es un rasgo habitual de la política israelí la escasa duración de los gabinetes ministeriales y la necesaria convocatoria de elecciones anticipadas; por tanto, ésa es la hipótesis más probable a día de hoy. En todo caso, que caiga pronto este gobierno (también son recurrentes este tipo de previsiones, incluso antes de que llegue a constituirse) no debe interpretarse como una buena noticia. Por un lado, porque conviene no olvidar que la situación actual deriva de la soberana voluntad de los electores israelíes- claramente volcados hacia la derecha y extrema derecha del arco político-, y resultaría muy improbable que a corto plazo se vaya a producir un giro radical en sus opciones. Por otro, porque los posibles relevos, empezando por la propia Livni (que debe su pírrica victoria electoral a su apuesta por la campaña militar contra Gaza), no auguran nada mejor que lo que ya tenemos ahora. Hoy, en Palestina, no hay salida a la vista.

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