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VERA GRABE: “La paz no es solamente negociación, es una decisión de vida”

 

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Vera Grabe Loewenherz es antropóloga y política colombiana. Ha sido miembro del movimiento guerrillero M-19 desde sus inicios hasta la dejación de armas en 1990. Fue representante a la Cámara y senadora de la República de Colombia y agregada de Derechos Humanos en la Embajada de Colombia en España. Con amplia experiencia en seminarios y conferencias sobre temas de procesos de paz y cultura de paz, se dedica a la actividad docente en la universidad.

Desde 1998 trabaja en el Observatorio para la Paz en la coordinación del diseño e implementación de cursos, diplomados, programas de Pedagogía y Cultura de Paz, del cual es actualmente su directora.

Vera participó el pasado 15 de octubre en el ciclo «Crisis olvidadas: haciendo visible lo invisible» organizado por el IECAH y la Casa Encendida en la sesión «Lo visible e invisible del conflicto colombiano» como ponente principal. Desde el IECAH, agradecemos su cercanía, tiempo y dedicación.

– ¿Cuál es la situación actual en materia de paz en Colombia? ¿Cómo ha evolucionado en los últimos dos años?

Existe una cuestión que ha evolucionado y que parece muy simple, pero es fundamental y es que en Colombia ahora se está hablando de paz, porque hasta hace dos años la palabra ‘paz’ estaba censurada y trabajar por la paz tenía otra connotación. Es importante que esté otra vez de moda, ya que denota que existe una preocupación.

De acuerdo con las negociaciones de la Habana, el simple hecho de que estén sentados en una mesa una guerrilla tan antigua como las FARC y el Gobierno desde hace ya dos años y que no se hayan levantado, como ocurrió a principios de los noventa con las mismas FARC y ELN, es un paso de gigantes. La gente espera que sea rápido, pero no puede serlo. No se puede salir de una historia tan larga y compleja y que tenga un proceso resolutivo fácil. En esas negociaciones se están abordando temas estructurales y se está dando todo un esfuerzo de comprensión, pero creo que falta mucha pedagogía. No solo de contarle a la gente qué se está acordando, sino cómo involucrar a la gente de este país y enseñarle qué es eso de vivir en paz, qué opciones tiene, qué facilidades nos abre… Creo que ahí falta mucho trabajo de los medios de comunicación que no ayudan mucho, porque tienen su visión clásica, cuentan lo que les interesa, pero no cumplen un papel de mayor comprensión.

En cuanto a los acuerdos, es evidente que no están firmados, pero ahí sigue rodando.

– Uno de los tópicos con América Latina es decir que la violencia forma parte de la cultura. En el Observatorio para la Paz hacéis todo lo contrario. ¿En qué consiste vuestro trabajo?

Nosotros trabajamos paz como cultura. En el año 2000, momento de negociaciones entre el gobierno de entonces y las FARC, nos planteamos que había que dedicarse más a ver la paz que la violencia trabajada a través de la transformación cultural, lo cual no quiere decir no conocer las formas de violencia. Nos planteamos que debíamos cambiar la mentalidad, las creencias, las prácticas, nuestra forma de relacionarnos en la vida cotidiana que es donde se reproducen las violencias; porque es en la cotidianeidad de las personas donde se legitima la violencia. Ese es nuestro perfil. En este aspecto tenemos un triple enfoque: desarticular las violencias (hacerlas visibles y conscientes en los lenguajes, en la memoria, en la historia, en el cuerpo…), dar mayor visibilidad a la paz y abordar la transformación de conflicto.

A partir de ahí, hemos desarrollado la pedagogía de la paz a través de programas de bachillerato, de alfabetización, estrategias de prevención de violencia en la familia, educación en emergencias en colaboración con el IECAH, es decir, darle a la paz un sentido en la vida de las personas.

– Cuando dice que si las decisiones político-institucionales no van acompañadas de procesos pedagógicos y culturales no se producen los cambios, ¿a qué se refiere con procesos culturales?

En Colombia tenemos siempre la idea de que tenemos que hacer cambios estructurales, pero hay una cosa muy sencilla que planteó la UNESCO cuando empezó a hablar de la cultura de paz: «la guerra nace en la mente de los seres humanos» y es ahí donde hay que trabajarla. Creo que hay tener una visión positiva del ser humano; es decir, el ser humano es un ser cultural que puede ser tanto violento como pacífico. Y puede ser las dos cosas en diferentes ámbitos. Nelson Mandela ya dijo «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo» y es a través de ella como creemos que se pueden cambiar comportamientos violentos en pacíficos.

Los seres humanos nos hemos formado en una cultura, en una manera de la historia, del uso del lenguaje, de vernos a nosotros mismos de una forma determinada. La violencia está en la cultura; es necesario no entender como única forma de violencia el golpe o el atraco, sino que existe una que está latente, la de los prejuicios, la excluyente, la cultural. La cultura no es la varita mágica, pero es necesario trabajar sobre ella. Si no cambiamos eso de raíz, no podemos hacer nada. Sin embargo, tiene que ser un comportamiento proactivo de cada ciudadano darle a la paz un sentido. Creo que cuando la gente cambia la mentalidad empieza a relacionarse distinto en el ámbito cotidiano, porque somos seres cotidianos. Y a veces siento que lo cotidiano se subestima muchísimo.

Por ejemplo, hay países como El Salvador que firmaron la paz y hoy en día es de los países más violentos en términos de muertes diarias. No sirve solo con firmar un acuerdo de paz, es necesario preparar a la gente para ello, desmontar a la población de los comportamientos violentos. Y esto se subestima muchísimo porque no es la Gran Paz.

– Hablamos de una paz más pequeña, más cerca del ciudadano pero que a nivel político cortoplacista no interesa tanto…

Claro, pero fíjate que las revoluciones de verdad; han sido siempre revoluciones culturales, porque por ejemplo, la Revolución de Octubre fue un simple cambio de bandera pues siguieron siendo gobiernos autoritarios. En cambio, revoluciones culturales como la de la mujer, la cuestión ecológica son ejemplos que plantean un cambio de visión del mundo y son las que de verdad generan el cambio. No creo que la paz sea un tema fácil, ni que se dé de la noche a la mañana, pero estoy segura de que es una de estas revoluciones necesarias, que la humanidad debe dejar la dinámica de que la historia se mueve con la guerra y que las armas son un factor de desarrollo. Colombia es un país donde si hay un problema, se saca una ley. Sin embargo, se pueden sacar leyes y considerar que este es el cambio estructural que todo el mundo reclama, pero si no existe una asimilación de esas leyes, si no se acompaña con un cambio de mentalidad, no servirán para nada. Estos cambios son posibles.

– Usted menciona en una entrevista que tras la Constitución del 91 «se da un antes y un después». ¿En qué sentido?

Antes de la Constitución del 91 (1991) regía la del 86 (1886) y era una Constitución con un marco muy cerrado. Colombia, antes de ella, no tenía los derechos plasmados en ninguna parte. La Constitución del 91 trajo consigo el reconocimiento de los derechos, un estado laico, el derecho de amparo, las minorías étnicas, los mecanismos de participación ciudadana, el pluralismo político. Se dio todo un cambio, que obviamente no ha resuelto muchos problemas, pero sí ha mejorado. Una cosa es hacer una Constitución y otra aplicarla; en su implementación entran los actores políticos y en Colombia existen estructuras tradicionales de poder que han intentado llevar a cabo procesos para echarla atrás. Hoy en día, hay expresiones políticas ciudadanas que no podrían haber existido sin esta Constitución.

– Actualmente, año 2014 ¿cree que se cumple la Constitución del 91?

La Constitución tiene fallos, tiene muchos aspectos que mejorar desde la perspectiva de la democracia, existen puntos que no se han desarrollado porque dependen de las políticas; pero es muy sólida y resiste. Lo que no ha acompañado a esa Constitución es una pedagogía constituyente; es decir, se firmó, se promulgó, generó entusiasmo, pero no hubo un diseño para acercarla a la cultura de la gente. Hay personas que sí la adoptaron, pero aún hoy hay regiones en Colombia que no conocen sus derechos y donde hay que trabajar mucho. Hasta hoy la Constitución ha tenido más de 30 reformas para echarla atrás. Ha sido herida, pero no hundida.

– ¿Qué es la paz territorial?

En la negociación actual del gobierno con las FARC está planteado que la forma de implementar los acuerdos del desarrollo de la paz tiene que darse en un territorio. La Constitución del 91 fue a nivel nacional, pero esto implica políticas sociales y económicas a nivel regional; por un lado, porque Colombia es un país diverso y complejo y, por otro, porque a día de hoy las expresiones de violencia están en territorio. No basta solo con políticas nacionales, hay que buscar soluciones a pequeña escala.

– Como exmilitante del M-19 y haber estado en los dos lados ¿cuáles podrían ser las lecciones aprendidas, las enseñanzas en el proceso de desmovilización?

Aprendí que la paz no es solamente negociación, es una decisión de vida. El proceso de paz del M-19 se dio porque hubo una decisión, había una consciencia de que la guerra no estaba dando resultados, de que no estábamos generando los cambios deseados, que estaba afectando a la población civil. Se produce una búsqueda interna en el grupo para pensar en la paz de otra manera y se dio la decisión de dar el salto. Eso es fundamental. No todo se resuelve en la mesa de negociación, tiene que haber una convicción de que vale la pena la paz y de que es necesaria la renuncia a la acción armada.

Por otro lado, creo que nuestro proceso fue posible porque había mucha claridad, mucha sinceridad, no había cartas debajo de la mesa, había transparencia; incluso en momentos de crisis se solucionaba porque existía una intención, una predisposición a que saliese bien. La dinámica de nuestro proceso fue política y la parte de la reinserción de los combatientes se fue construyendo sobre la marcha, porque antes de este proceso no se hablaba de reinserción en Colombia. Al no haber un precedente, se dieron muchos casos de prueba y error; faltó que estuviese más articulado a nivel político.

Se dieron aprendizajes como que el aspecto educativo es esencial o el hecho de desmitificar la idea de que todos los guerrilleros se vuelven empresarios, por ejemplo. A la reinserción de los combatientes hay que prestarle más atención, aunque en la actualidad hay experiencias al respecto con todas las desmovilizaciones individuales que ya se han dado. Es necesaria también una participación política, es todo un proceso de aprendizaje, porque una cosa es combatir el Estado desde fuera y otra muy distinta es participar en él, formar parte de la institucionalidad y no contaminarte desarrollando nuevos lenguajes. Es todo un reto.

– Muchas veces se recurre a la violencia como estrategia de transformación social, ante esta necesidad de cambio ¿cómo se puede evitar no caer en las armas otra vez?

En mi generación nos formamos con la idea de que la violencia era el motor de la historia y que las revoluciones armadas en la época del Che Guevara y las armas eran un camino; pero pienso que ese camino se agotó. Hoy la guerra y la confrontación sobre todo afecta a la población civil y no genera cambios. Hay un compañero que dice: «Ya no hay que hacer el cambio para la paz, sino la paz para el cambio». Es fundamental darle visibilidad a la paz, porque también ha habido experiencias revolucionarias de transformación no violenta como la de Gandhi o Mandela. Mandela, por ejemplo, también tuvo un momento en el que se vio obligado a dejar la lucha armada y a replantearse su situación; y fue entonces cuando dinamizó muchas cosas.

Hay que desmontar esa idea de que para transformar la sociedad se tiene que recurrir a las armas. En Colombia forma parte de lo establecido en la población, pero ya no genera cambios. Hay que ver cómo desde la no violencia podemos liderarlos.

– En el ciclo de debate que el IECAH ha organizado este mes en La Casa Encendida, uno de los temas que se trató en la sesión de República Democrática del Congo fue la violencia sexual y el uso de la misma como arma de guerra. Las compañeras de LolaMora Producciones presentaron cifras de este mismo tipo de violencia en Colombia, ¿cómo se está abordando este tema?

En la Habana hay una delegada del Gobierno que se encarga de la cuestión de género y se está planteando que este tema tiene que incluirse en la política. Las mujeres son las principales protagonistas liderando este movimiento, ya que son las más afectadas por esta guerra. Son grandes creadoras de paz. Estamos llevando a cabo una iniciativa de construcción de un pacto ético donde se trata de dar visibilidad a este tema, pero también mostrar que las mujeres son un factor fundamental para la construcción de paz. El problema de la violencia sexual es muy grave y hay que abordarlo. No solo existe como producto de la guerra, sino que hay entramados de prostitución, de violencia sexual a niñas… No obstante, esto no se va a resolver en la Habana, hay que aplicar políticas para actuar y transformar la sociedad. Es un enorme reto, pero afortunadamente hay sensibilidad y visibilidad.

– En estas mesas de negociaciones ¿qué posición tiene la mujer?

¿Hasta visto la mesa? Puro hombre. Creo recordar que hay una mujer por parte de las FARC en las negociaciones, pero es una mesa claramente masculina. No es solo cuán representadas están las mujeres, sino qué concepción tienen esas mujeres; porque hay mujeres más patriarcales que los hombres. Pero claramente esta situación refleja una realidad.

– En el actual proceso de negociaciones hay cierto optimismo con las FARC en 2015, aunque por otro lado se dice que con otros conflictos en Colombia no va a haber acuerdos. ¿Eres optimista con esto? ¿Cómo se puede contribuir a esto?

Se esperaría que de una vez por todas se acabara la guerra gracias a estos acuerdos y también está planteada la entrada del ELN, pero eso llegará a otro ritmo. No obstante, a pesar de las diferentes velocidades que existen, es importante ver que siguen sentados en la mesa y que el proceso sigue en marcha. Lo deseable sería tener soluciones ya, pero a veces lo deseable es enemigo de lo corriente.

– ¿Cómo puede ser el escenario que quede tras el acuerdo de paz desde la perspectiva de DDHH y humanitaria?

El tema de la seguridad es muy importante, pero ésta no se da solamente poniendo escoltas. Los procesos políticos son la mejor seguridad, los procesos políticos de reconciliación son los que te permiten desactivar la confrontación.

Una vez firmada la paz van a salir muchas cosas, porque se va un ruido y aparece otro. Van a aparecer otras problemáticas, pero por lo menos nos podemos dedicar a ellas. Obviamente un país con seis millones y medio de víctimas va a necesitar muchos recursos. Uno de los temas más complejos es cómo se van a administrar y distribuir los recursos y cómo se descentraliza para centrarse en paz territorial. Es muy importante, por ejemplo, llevar la mentalidad de paz a las alcaldías y las gobernaciones, no es suficiente que el gobierno lo interiorice si no se disemina. Falta preparar a las instituciones.

Estuve la semana pasada con la policía nacional en una charla con todos los subcomandantes y ellos decían que tenían que aprender a vivir en modo paz, que tenían que prepararse al posconflicto. Es muy buena señal que incluso los militares se lo estén planteando, porque otro de los problemas que va a haber es cómo se reintegran los guerrilleros.

– ¿No crees que parte de este proceso de reconciliación puede empezar por hacer públicas y transparentes las negociaciones de la Habana? Al verse evidente que en el momento en que haces partícipe a la población civil del desarrollo de un proceso, puede interiorizarlo más.

La información llega a través de los medios, pero el Gobierno dijo la semana pasada que había que quitarle el secreto al proceso, que había que contarle a la gente, porque si no se cuenta se generan rumores como que Colombia va hacia el castrochavismo; especulaciones que ensucian el proceso y le quitan fuerza. Es fundamental que haya transparencia en el proceso. Aunque también es necesario que la gente se sienta convocada, porque una cosa es que tú informes y otra que la población sea consciente de que en esas negociaciones también se habla de ella.

Ya veremos, poco a poco. Hay que ser optimista y confiar en la magia del diálogo.

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