investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos en otros medios

Unión por el Mediterráneo, ¿borrón y cuenta nueva?

d51

(Para El Correo)
El generalizado empeño oficial por presentar la cara amable de la propuesta que el mediático presidente francés ha puesto sobre la mesa, no consigue ocultar que, en una lectura de urgencia de su reciente puesta de largo en París, está infectada por el virus del escepticismo, cuando no por el del rechazo más o menos disimulado. La Unión por el Mediterráneo (UpM)- que ya parece haberse desembarazado del incordio que para el afán de protagonismo galo suponía asociar su idea al Proceso de Barcelona- es un esquema imperfecto y de cortas miras que, en conjunto, supone un paso atrás sobre lo logrado por la iniciativa euromediterránea nacida en la ciudad Condal hace ahora trece años.

Sin necesidad de idealizar ahora lo que sólo cabe calificar de ejercicio insuficiente, el Proceso de Barcelona (AEM) es la más ambiciosa y omnicomprensiva fórmula ideada por la Unión Europea (UE) para lograr algún día que la región sea un espacio de paz y prosperidad compartida. Lo que ha faltado para que alcanzará su objetivo no es meter o sacar de sus tres “cestos” de cooperación (política y de seguridad, económica y financiera y social, cultural y humana) algún nuevo conejo, sino activar la voluntad política de los Veintisiete para romper sus propias inercias- atrapadas durante demasiado tiempo en la defensa de un statu quo ventajoso- y para empujar a sus socios del Sur y Este del Mediterráneo hacia la reforma profunda de unos modelos sociales, políticos y económicos manifiestamente mejorables.

Esa falta de voluntad, combinada con una coyuntura francesa de arranque de una nueva etapa política (simultáneamente más nacionalista y más proestadounidense, en la medida en que se constata la debilidad del proceso de construcción de la UE), ha llevado nuevamente a caer en el mismo error de antaño. En lugar de explorar las deficiencias acumuladas en el marco de Barcelona para mejorar sus resultados, se ha optado por crear otro nuevo juguete comunitario. En todo caso, nada habría que objetar a esta iniciativa si añadiera elementos sustanciales a lo que su antecesora no pudo o no quiso poner sobre la mesa, edificando sobre lo ya construido y ofreciendo una “zanahoria” más atractiva a unos regímenes reacios a perder sus actuales privilegios para que abran la mano a las demandas de sus propias poblaciones. Pero, a poco que se analicen los documentos difundidos por el Eliseo, se puede entender que se ha tratado, en orden cronológico, de reforzar las opciones electorales de un candidato presidencial, de recuperar protagonismo en el marco comunitario y en el mediterráneo (considerado casi como un asunto interno de la agenda gala), de idear vías de salida para asuntos delicados (la negativa francesa a la entrada de Turquía en la UE) y, sólo en última instancia, de atraer la atención comunitaria sobre una región que sigue caracterizada, hoy como ayer, por un profundo malestar e inseguridad.

En síntesis, no hay nada en la UpM que no estuviera o no se pudiera llevar a la práctica en la AEM. Así ocurre con la decisión de establecer cumbres de Jefes de Estado y Gobierno con carácter bienal (planteada ya en 1992 en la Política Mediterránea Renovada) y de crear una copresidencia y un secretariado permanente (fácilmente asumibles en el marco de Barcelona). Y lo mismo cabe decir de los seis proyectos que ahora parecen justificar por sí solos la cumbre de París- centrados en energía solar, autopistas marítimas y terrestres, universidad euromediterránea y programa de intercambio de estudiantes, lucha contra la contaminación marina, desarrollo empresarial y protección civil-, como si no hubiera precedentes de proyectos regionales, como el gasoducto Magreb-Europa o la inacabada autopista transmagrebí. Todo ello, si hubiera voluntad política, cabe sobradamente en la AEM.

Por repetir historias ya conocidas, incluso en relación con esos todavía indecisos proyectos se vuelve a hacer depender todo el éxito de la operación de la oportuna movilización de los capitales privados (ya se advierte de antemano que no habrá financiación adicional desde la caja de Bruselas). Se trata, como ya ocurrió en el pasado de edificar sobre la arena, en la medida en que esa variable inversora no está de ningún modo controlada por la UE o por sus gobiernos nacionales y cuando, hasta ahora, el capital privado se ha mostrado muy reticente a implicarse en una región tan fragmentada y cerrada como ésta.

Pero es que aun en el caso de que finalmente estos proyectos pudieran tomar fuerza en los próximos años, los fastos parisinos no pueden evitar las poderosas dudas que rodean a una iniciativa que tantas sensibilidades ha sacudido. No se trata solamente de que el rey Mohamed VI haya preferido enviar a su hermano o de que el inefable Gadafi haya aprovechado la ocasión para mostrar su falta de voluntad por someterse a los dictados de Bruselas. Es que también varios socios de la UE han manifestado su oposición (con Angela Merkel a la cabeza- por verse inicialmente eliminados de la lista de invitados cuando, en principio se pretendía contar con el beneplácito y el dinero común de la Unión en un asunto reservado únicamente a los ribereños-, y con otros más tapados, como España e Italia, aunque más obligados a comulgar con su necesario socio). Lo relevante, por encima de estas cuestiones coyunturales, es que la idea de Sarkozy supone un paso atrás en la construcción de una tupida red de intereses recíprocos en el área euromediterránea, volviendo la mirada únicamente a las cuestiones comerciales, más o menos atractivas desde la perspectiva de los negocios. Hacer eso significa, básicamente, volver a meter en el cajón de los recuerdos la imprescindible conexión entre los asuntos económicos- que en una lectura positiva implica crear empleo y mejorar los deficientes sistemas de nuestros vecinos del Sur- y los sociales, políticos y seguridad- sin los cuales no es posible construir paz y desarrollo comunes.

A quienes habitamos la orilla Norte del Mediterráneo nos interesa, por puro egoísmo inteligente, el desarrollo y la seguridad de nuestros socios y vecinos. Esto no será posible si no se asume que nuestro futuro sólo puede materializarse a través de un proyecto común que no puede dejar fuera asuntos tan relevantes como la satisfacción de las necesidades básicas del conjunto de una población aún hoy excluida de los beneficios de sistemas tan discriminatorios como los que allí existen. Tampoco puede lograrse si no hay serias reformas políticas que permitan la consolidación de sociedades abiertas, basadas en el disfrute de todos los derechos humanos y en la promoción de valores democráticos. Nada de esto está presente en la formulación de la UpM; como tampoco lo están el tratamiento de los flujos migratorios o del islamismo político, y muchos menos el contexto de inseguridad (conflicto árabe-israelí incluido) que, como ya sabemos por la experiencia de Barcelona, bloquea en gran medida cualquier avance sustancial.

París bien vale una misa, e incluso un desfile militar pomposo y festivo, y así han debido pensarlo algunos de los 42 mandatarios que se han dejado agasajar por Sarkozy Pero ése no es el camino para modificar las negativas tendencias de la región. El éxito mediático de la reunión parisina- logrado a base de dejar jirones de la idea inicial en el trayecto y de trasladar a la reunión ministerial del próximo noviembre todo lo que pudiera plantear problemas- puede tener un considerable coste. Para la UE- que se desespera queriendo presentar como compatibles la AEM, la Política Europea de Vecindad y la UpM- si no se cumplen mínimamente las infladas expectativas ahora difundidas, y para los mediterráneos- enfrentados nuevamente a un “lo tomas o lo dejas”. Mientras tanto, se vislumbra que Barcelona muy pronto pasará a ser una mera nota a pie de página de la historia de la región, sin que su sucesora llegue a enamorar a nadie.

Publicaciones relacionadas