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Una rehabilitación que tenga en cuenta la vulnerabilidad de las comunidades

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(Para Entreculturas A Fondo)
Tras cada gran desastre – y no cabe duda de que el maremoto que ha asolado el sur de Asia ha sido una de las más grandes tragedias de las últimas décadas -, y una vez puestas en marcha las prioritarias tareas de ayuda de emergencia, surgen en las organizaciones humanitaria y de desarrollo las mismas preguntas. ¿Hubiera podido evitarse el desastre? ¿Hubieran podido, al menos, mitigarse sus efectos? ¿Estamos actuando correctamente en el planteamiento de la rehabilitación y reconstrucción? ¿Podemos hacer otra cosa?. Preguntas, sin duda honestas, pero que se repiten tras cada desastre como si se tratara de mantras y que reflejan las enormes dificultades de aprendizaje que tenemos en el sector de cooperación y ayuda. Nos las hicimos tras el huracán Mitch, tras las inundaciones de Mozambique, tras el terremoto de Bam, … y las repetimos hoy.

El patrón de respuesta internacional tras estos dramáticos sucesos es bastante recurrente: movilización masiva de recursos hacia la asistencia de emergencia, reacción compulsiva de las opiniones públicas y los medios de comunicación, autoafirmación de que esta «solidaridad» es lo único posible, frenesí activista en las organizaciones humanitarias, pugnas por el liderazgo y el protagonismo en el terreno,… en fin, desbordamiento de trabajo durante unos meses y escasa reflexión sobre si otra cosa hubiera sido posible o necesaria.

En esta ocasión, y pese a la magnitud de la catástrofe, la maquinaria de ayuda internacional ha funcionado con bastante eficacia y la respuesta, tanto ciudadana como de los gobiernos, ha sido enorme y ha permitido una reacción bastante rápida y razonablemente eficaz. La convocatoria de reuniones de donantes en Yakarta, Ginebra, Bruselas,.. y la labor coordinadora de Naciones Unidas, ha permitido una movilización de recursos veloz y un compromiso financiero por parte de los donantes muy significativo. Que se cumplan o no estos compromisos, es harina de otro costal.

En cualquier caso, una vez más, parecen olvidarse cuestiones que también en esta crisis se han demostrado ciertas. En primer lugar, que la primera respuesta y la que más contribuye a salvar vidas en las primeras horas tras el desastre es la respuesta local. Es la ayuda de los vecinos, de los familiares, de las organizaciones locales, de las autoridades locales en muchos casos, la que suministra, incluso en desastres de dimensiones bíblicas como éste, la asistencia necesaria inmediatamente posterior a la emergencia. Y, sin embargo, poco se está hablando estos días de la dedicación de fondos al fortalecimiento de capacidades locales, la creación de mecanismos de mitigación, la elaboración de planes de contingencia, … en definitiva la inversión de recursos en dispositivos de preparación ante desastres y prevención. El más rancio asistencialismo parece predominar.

En segundo lugar, se está pasando por alto la elevada vulnerabilidad de estas zonas de Asia antes de la crisis y la imprudencia con la que, en muchos casos por la presión turística, se habían edificado hoteles y viviendas en la misma línea de playa. Si a esta vulnerabilidad física, añadimos la extrema pobreza de las poblaciones mayormente afectadas y la derivada de la deforestación o del manejo inadecuado de los recursos, tendremos algunas de las razones del enorme impacto del Tsunami.

En tercer lugar, si no evitado, si que el impacto del desastre se hubiera podido reducir si hubiera existido un sistema de vigilancia de Tsunamis, como existe en otros Océanos y otras partes del globo, y mecanismos de alerta rápida previstos en zonas, como éstas, que sufren crónicamente eventos de este tipo.

Por último, los efectos del maremoto se hubieran mitigado si hubieran existido programas de educación sobre reducción y preparación ante desastres y organizaciones comunitarias formadas en esta materia. Las vulnerabilidades y capacidades de las comunidades tienen también un componente organizativo que sólo puede potenciarse a través de la educación. El ejemplo que ha dado la vuelta al mundo de la niña que supo prever el maremoto por que se lo habían explicado en la escuela y supo convencer y organizar a sus familiares y personas cercanas, debería ser algo más que una anécdota. Debería servir para convencernos de la importancia de la educación sobre estos temas y de la necesidad de fomentar la organización de la comunidad ante ellos. Ahora, esta tarea se convierte en fundamental pues el enorme estrés que han sufrido las víctimas, que en muchos casos lo han perdido todo, y su tremenda vulnerabilidad psicológica puede hacer fracasar proyectos de rehabilitación y generar más asistencialismo.

Por ello, reconociendo que durante algún tiempo la prioridad debe ser la ayuda humanitaria hacia las víctimas más afectadas y que esto va a durar muchos meses, las consideraciones anteriores deben servirnos para proponer algunas cuestiones relacionadas con el medio plazo.

La reducción de desastres como concepto englobador, tal como se ha propuesto en la Conferencia Internacional de Reducción de Desastres celebrada en Kobe (Japón) recientemente, debe incorporarse a todos los programa de rehabilitación y reconstrucción. De hecho, en zonas de alto riesgo y vulnerabilidad como son las zonas afectadas, todos los proyectos de desarrollo debieran incorporar esta dimensión. Esto se concretaría entre otras en las siguientes medidas:

– Fortalecimiento de las estructuras locales gubernamentales y no gubernamentales de preparación y respuesta ante desastres.
– Atención a la vulnerabilidad de base en todos las iniciativas de reconstrucción. La recuperación del potencial turístico es importante para muchas de las zonas afectadas, pero no a costa de aumentar el riesgo de las comunidades de pescadores, artesanos o campesinos que allí viven.
– La creación de sistemas de detección de Tsunamis y de sus correspondientes mecanismos de alerta temprana en el nivel local. El gobierno de Japón se ha comprometido a financiar un sistema centralizado de este tipo en el Índico, pero no está previsto su plasmación a escala local.
– Elaboración de planes de contingencia y de mecanismos de respuesta que clarifiquen las competencias y los procedimientos.
– Incorporación de la educación en materia de prevención de desastres en los currícula educativos y en campañas de educación no formal.

Es obvio que estas medidas requieren de financiación y por ello deben reservarse partidas para estas tareas y comprometer a los donantes con una visión de la reconstrucción que incluya la prevención y la preparación ante posibles nuevos desastres como un eje central. La ocurrencia de un fenómeno natural como el Tsunami no puede evitarse. Pero sus efectos pueden reducirse y su grado de destrucción puede mitigarse a través de estrategias de prevención y preparación. Y en ellas, los protagonistas deben ser las comunidades vulnerables. Si no queremos que vuelvan a ser víctimas.

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