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Un año sin Bin Laden: ¿qué hay del terrorismo?

(Para Radio Nerderland)

Un año después de su desaparición de la escena, pocos pueden sostener que el mundo no sea un lugar mejor sin Osama Bin Laden.

Sin embargo, ese amplio consenso se rompe de inmediato cuando se trata de calificar su eliminación- acto de venganza impropio de un Estado democrático, para unos, y acción perfectamente ajustada al derecho para otros.

Menos acuerdo aún existe a la hora de evaluar la gravedad de la amenaza terrorista en nuestros días. Algunos prefieren considerar que el simple hecho de que Estados Unidos no haya vuelto a recibir un ataque similar al del funesto 11-S justificaría, por sí solo, la nefasta «guerra contra el terror». Quienes así piensan plantean un balance positivo, que habría convertido al terrorismo en una amenaza poco menos que residual, en el que directamente incluyen a Iraq- presentado como un éxito- y a Afganistán- interpretando que Al Qaeda ha sido drásticamente eliminada de ese país. Y ya puestos, pretenden también convencernos de que la guerra- utilización de medios militares como instrumentos protagonistas- es la vía más adecuada para hacer frente a una amenaza que han querido ver como la más importante que pende sobre nuestras cabezas.

Otra interpretación

Frente a esta visión (muy lastrada por la ideología neoconservadora dominante), otros hacen una interpretación muy distinta de esta cuestión. Por desgracia, Al Qaeda no ha desaparecido, sino que se ha transformado. Por decirlo de otro modo, el monstruo creado hace ya algo más de veinte años, ha sido capaz de sobrevivir no solo a la muerte de su líder carismático (que en los últimos años de su vida era más un símbolo que un jefe ejecutivo), sino también a la presión militar contra su núcleo central (el ubicado en la zona fronteriza de Pakistán/Afganistán, aceleradamente descompuesto como resultado de la eliminación de muchos de sus componentes). Y lo ha hecho, entre otros métodos, aumentando aún más la descentralización de una red que ya en sus inicios era vista como un modelo (abominable) de empresa moderna.

Grupos y grupúsculos

Así, hoy no solo tenemos que seguir contando con ese núcleo central (con Ayman Al Zawahiri a la cabeza) sino, sobre todo, con las franquicias que han ido desarrollándose en diferentes regiones del planeta- con Al Qaeda para la Península Arábiga, el Estado Islámico de Mesopotamia y Al Qaeda para el Magreb Islámico, como las más obvias.

Además, hay que sumar grupos, como Al Shabaab- que a principios de este año ha «oficializado» su sumisión a la cúpula central- y otros como Boko Haram (en Nigeria) o Abu Sayyaf (en Filipinas), que tienen vínculos operativos con la red. Y todo ello sin olvidar a las decenas de grupúsculos de muy diversa capacidad operativa que se sienten inspirados (sin ninguna subordinación formal) por el ideario terrorista de Al Qaeda. Al margen de todo lo anterior, todavía quedaría por incluir a otras organizaciones terroristas, que nada tienen que ver con el yihadismo salafista, en distintos rincones del planeta.

Fuerzas militares: papel complementario

Si algo sabemos después de décadas amenazados por el terrorismo internacional, es que los medios idóneos para hacerle frente tienen que combinar- en un esfuerzo multidimensional, multinacional y de largo plazo- instrumentos policiales, de inteligencia, de carácter legal, jurídico y económico para atender a las causas estructurales que sirven de caldo de cultivo para la radicalización y activación de individuos y grupos que decidan optar por la violencia.

Eso no quiere decir que los instrumentos militares no tengan ningún encaje en este esfuerzo colectivo. Pero su papel siempre tendrá que ser complementario (no protagonista), por la sencilla razón de que los ejércitos no están equipados ni instruidos para enfrentarse a este tipo de problemas. Basta con repasar lo ocurrido en Iraq- muy alejado de la visión optimista con la que Washington trató de presentar su retirada el pasado 15 de diciembre- y en Afganistán- sumido en un escenario de violencia creciente en el que los enemigos de Washington y Kabul ven aumentar diariamente sus opciones- para entender que la apuesta militar está condenada, por definición, al fracaso.

«Adelante»

En estas condiciones, solo las necesidades electorales explican que el presidente Obama haya realizado un nuevo viaje a Afganistán, el mismo día en el que se cumplía un año de la eliminación de Bin Laden. A caballo de su nuevo lema de campaña- «Adelante»- pretende presentarse como un comandante en jefe capaz de mejorar la seguridad de sus ciudadanos mucho mejor que su predecesor. En paralelo ha intentado enviar un mensaje a los talibán, traducido en un acuerdo para convertir a Afganistán en socio preferente, con un apoyo militar y económico (sin cuantificar) que irá más allá del fin de las operaciones militares en marcha (en 2014).

En definitiva, como ya era previsible, la eliminación de Bin Laden no ha ido acompañada de la desaparición del terrorismo. Un concepto, por cierto, aún por definir, dado que la comunidad internacional no ha logrado hasta ahora el consenso necesario para ello. Esta ausencia de definición ha permitido que cada cual haya definido como terrorista a su correspondiente enemigo, creyendo que así obtenía carta blanca para eliminarlo por la fuerza. Mientras tanto, se ha abandonado la atención a muchas otras amenazas mucho más letales en clave de seguridad humana (basta con pensar solamente las muertes diarias que produce el hambre, la pobreza o las pandemias), con el consiguiente deterioro del clima global de seguridad.

Guerra contra las drogas

Y en el horizonte ya asoma un nuevo marco- por si se desinfla el que ha obsesionado a algunos importantes actores internacionales en estos últimos años- de actuación: «la guerra contra las drogas», en la que curiosamente se tiende a considerar como malo al que las produce y no al que las consume (justo al revés de lo que ocurre con el mercado de armas). Solo cabe desear a sus promotores que no caigan en los mismos errores conceptuales y operativos que los que lanzaron la «guerra contra el terror». Y más suerte.

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