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La UE en el mundo: ni está, ni se le espera

(Para El País)

Con su ensimismamiento económico la Unión Europea (UE) ha terminado por perder el paso en el escenario internacional —donde nadie va a esperar por ella— y por poner en peligro sus intereses y el capital acumulado desde 1957. El proyecto comunitario aspira desde su origen, aunque hoy no lo parezca, a una unión política volcada hacia el exterior. Es, con diferencia, el club más exclusivo del mundo en términos de bienestar y de estabilidad, al que muchos sueñan con pertenecer. También es el actor multilateral mejor equipado —tanto por su experiencia para resolver conflictos sin recurrir a las armas como por su capital diplomático y económico para atender a las causas estructurales que alimentan la violencia— para responder a las amenazas actuales.

Y, sin embargo, desde la antigua Cooperación Política Europea (CPE, 1987) hasta la actual Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD, 2009) se repite cansinamente que la Unión es un actor imperfecto, incapaz de activar sus potencialidades al servicio de sus propios intereses y de los de sus vecinos. Por abreviar, tan desconocida es la señora Ashton como la PCSD, mientras que Libia y la admisión de Palestina en la Unesco han vuelto a mostrar la falta de una visión común de los Veintisiete. En paralelo, un suicida «sálvese quien pueda» se ha convertido en el lema dominante, arrastrando a cada país miembro y al conjunto a una irrelevancia aún mayor.

Para construir más Europa —conscientes de que individualmente nada podemos hacer y de que nuestra seguridad se juega más allá de nuestras fronteras— es preciso voluntad y medios. Si la primera no existe, de poco sirve el Servicio Europeo de Acción Exterior, ni recordar que, sumados, los Veintisiete acumulan 1,6 millones de soldados y 200.000 millones de euros dedicados a defensa. Tampoco basta con que, acuciados por la crisis, Londres y París decidan compartir algunos programas de defensa, cuando otros —como Suecia y Polonia— suben su gasto como resultado de cálculos estrictamente nacionales. Quizás la medida de la desorientación actual la dé el también desconocido Van Rompuy al afirmar que «el corazón de la Unión es el euro».

Para construir Europa, se precisan voluntad y medios

Sin una decidida apuesta común —que demanda un liderazgo hoy inexistente y una planificación comunitaria permanente sobre intereses, amenazas y medios de respuesta— difícilmente la Unión podrá llegar a ser, como pretende, una potencia civil con capacidades militares (¿dónde han quedado los Grupos de Combate?), al servicio de la gestión y prevención de conflictos. Corremos el peligro de que Alemania, en su afán por liderar Europa, tense tanto la cuerda —utilizando la crisis económica para imponer su visión y sus reglas— que termine por hundirnos definitivamente a todos.

Poco puede hacerse, asimismo, si no se dispone de los medios —humanos, físicos y presupuestarios— que hagan creíble a la Unión. Paradójicamente, su tradicional imagen —gigante económico y enano militar— es ahora una ventaja, dado que no son precisamente los medios militares los que deben protagonizar el empeño. El objetivo no es convertirse en un clónico militarista de Washington, gastando más, sino gastando mejor (y la crisis puede ayudar a hacerlo).

Para evaluar el grado de voluntad requerido para superar el reto basta pensar en cómo se responderá a la candidatura de Turquía, a la primavera árabe, a la necesidad de elaborar una nueva Estrategia Europea de Seguridad (que sustituya a la de 2003), a la idea de que Bruselas tenga asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU (sustituyendo a Londres y París)… De nosotros depende que esto sea una carta a los Reyes Magos o parte de la agenda política de un actor relevante en el mundo

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