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Turquía-UE: tira y afloja

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(Para Radio Nederland)
Ante la inminencia de una decisión que apunta a que se pueda producir un freno a la aspiración turca de formar parte de la Unión Europea, se suceden las señales de presión y reacción entre Bruselas y Ankara. En el contexto definido por la reunión de los ministros de asuntos exteriores comunitarios, el próximo día 11 de diciembre, y sobre todo por el Consejo Europeo de los días 14 y 15 de este mismo mes, podría parecer que la tensión es máxima y que la negociación está a punto de romperse. Por debajo de esa superficial apariencia, la realidad muestra un escenario menos oscuro.

Por una parte, Ankara lleva tiempo mostrando su resistencia a cumplir el compromiso de abrir sus puertos y aeropuertos a los barcos y aviones de Chipre (olvidando que se trata de un país miembro de la Unión). Parece claro que Bruselas no acertó con su decisión de permitir el ingreso de un Chipre dividido, pensando que eso impulsaría la resolución de un conflicto que se remonta a 1974 y que mantiene enfrentados a la mayoría grecochipriota (la única reconocida por la comunidad internacional como Estado soberano) y a la minoría turcochipriota (mucho menos desarrollada en términos económicos, pero apoyada militarmente por las tropas turcas). La apuesta de Bruselas sólo sirvió para estimular a los habitantes de la parte norte de la isla, que manifestaron su acuerdo a una solución que siguiera el plan diseñado por la ONU. Por el contrario, los grecochipriotas se vieron arrastrados por su sensación de seguros vencedores, y decidieron en el referéndum de 2004 dar la espalda a sus vecinos. El bloqueo entre las dos comunidades sigue lastrando hoy la solución de un conflicto que, formalmente, podría ser interpretado como la ocupación militar de territorio de la UE por parte de un país que precisamente está negociando su entrada en el club.

La dificultad de esta situación es obvia. Los Veinticinco no pueden hacer dejación de sus propias reglas y, por tanto, tienen que exigir al gobierno turco que reconozca abiertamente a Chipre como miembro pleno de la Unión. Así debe entenderse la decisión adoptada la semana pasada de congelar ocho de los 35 capítulos de la negociación para el ingreso, iniciadas en octubre del pasado año y que sólo ha logrado cerrar uno de ellos. De la misma forma deben interpretarse, en un planteamiento en el que se incluyen críticas sobre la lentitud de las reformas internas del país para adaptarlo a los estándares comunitarios, las advertencias formuladas por los principales opositores formales a la entrada de Turquía en el club comunitario- Angela Merkel, por Alemania, y Jacques Chirac, por Francia- de que no habrá excepciones en la exigencia de obligaciones al candidato turco.

Por su parte, el gobierno de Erdogan trata de evitar que la puerta de Bruselas se cierre, pero se encuentra asimismo atrapado en una coyuntura que no le deja mucho margen de maniobra. En el contexto político turco es necesario considerar que el factor principal que explica hoy la actuación de sus gobernantes es la inminencia de un proceso electoral, presidencial y parlamentario, para el año entrante. En esas circunstancias, Erdogan intenta rentabilizar sus bazas de buen gestor interno. El país está creciendo a un ritmo superior al 7% anual, su tradicional hiperinflación se ha contenido hasta el 10%, su deuda pública ha caído hasta el 70% del PIB y su déficit fiscal se ha reducido por debajo del 4,5% del PIB. Unos resultados que, unidos al amplio paquete de reformas legales promovidos en estos últimos tres años, le auguran buenos resultados. En esas condiciones, y tomando en consideración que cualquier gesto que pretenda contentar a Bruselas en relación con Chipre será utilizado por sus rivales en la competencia política nacional, no es previsible que Erdogan vaya a modificar sustancialmente el rumbo actual, al menos hasta que renueve su cargo de primer ministro.

Algo de esto han debido considerar en Bruselas, al menos quienes entienden que Turquía es una opción estratégica para la UE del mañana, cuando han modulado tan delicadamente sus aparentes exigencias. En la práctica sólo estamos ante una paralización en ocho capítulos- lo que quiere decir que puede continuar en los otros 27- y en una moderada presión para que los gobernantes turcos no frenen su ritmo de reformas, económicas pero igualmente sociales y políticas. Esperan a cambio que Erdogan muestre cierta flexibilidad en el tema chipriota; y así puede interpretarse el anuncio de la presidencia finlandesa, todavía por confirmar con hechos, de que Ankara permitirá la entrada en un puerto y en un aeropuerto a las naves y aeronaves grecochipriotas.

Se pretende por ambas partes mantener el barco a flote, tratando de sortear los obstáculos reales (no pueden rebajarse las exigencias a ningún candidato) y ficticios (¿a qué propósito sirve la condena francesa sobre el genocidio armenio?). Aunque entreabierta, la puerta sigue ofreciendo a Ankara opciones para continuar aspirando a anclar su futuro sólidamente como miembro de la Unión. Aprobar dicha asignatura depende en gran medida de la propia Turquía, pero también de una Unión que entienda los activos que ofrece un país de las características de la Sublime Puerta.

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