Turquía, frustración y giro decisivo en marcha
(Para Radio Nederland)
Turquía atraviesa por una profunda mutación interna y externa. Si bien sufre la frustración por la actitud de la Unión Europea, puede recuperar parte de su influencia en Oriente Próximo y Medio.
Turquía vive momentos de profunda mutación tanto en el ámbito interno como externo. El modelo diseñado por Mustafa Kemal Atatürk- que refundó el país que hoy conocemos a partir de 1923- parece claramente agotado, en la medida en que no ha logrado consolidar una democracia plena, ni insertarse sólidamente como una sociedad desarrollada en el escenario internacional, mientras sufre poderosos lastres internos que dificultan sobremanera la posibilidad de realizar las necesarias reformas. La entrada en escena del dos veces victorioso Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en sus siglas turcas), en 2002 y en 2007, está transformando las bases de un país que se debate entre la frustración generada por lo que perciben como un creciente desprecio desde la Unión Europea- y la posibilidad de recuperar gran parte de su influencia en Oriente Próximo y en Oriente Medio.
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan- de visita actualmente en España- ha vuelto a reiterar esa percepción de agravio comparativo con el que la mayoría de los turcos ven lo que Bruselas les demanda. El atractivo de formar algún día parte del exclusivo club comunitario ha sido un acicate fundamental para poner en marcha un ambicioso plan de reformas, que el AKP viene llevando a cabo desde su llegada al poder. Ha contado para ello con el apoyo mayoritario de una población que percibía que su inclusión en la UE era la culminación precisamente del sueño modernizador y ‘occidentalizante’ de Atatürk. En esa línea- y aún contando con que siguen quedando tareas pendientes- es justo reconocer que ningún otro gobierno anterior llegó nunca tan lejos en su intento por superar las pruebas que la UE le plantea. Por decirlo de otro modo, en estos últimos años se han alineado el estímulo externo por entrar en la UE y el convencimiento íntimo de que las reformas eran necesarias por sí mismas.
En ese proceso de avance se está llegando al núcleo central, tocando uno de los cimientos más sólidos e inflexibles del sistema kemalista. Nos referimos a las fuerzas armadas, auténtico pilar del modelo que el padre fundador puso en marcha tras la derrota del imperio otomano. Esa institución ha representado el pilar central en el que se ha sustentado la trayectoria turca hasta la llegada al poder del AKP. En esa tarea, los militares turcos no han dudado- hasta cuatro veces- en dar un golpe de timón cada vez que han visto en peligro su visión (y sus intereses), defenestrando gobiernos y partidos políticos e imponiendo la vigente Constitución, emanada directamente del golpe de Estado de 1980.
El gobierno de Erdogan ha sufrido directamente las acometidas de esas fuerzas armadas, rozando la ilegalización en el 2007, aunque hasta ahora ha logrado no solamente sobrevivir sino, tal como ahora estamos viendo, apuntillar definitivamente a un actor que se resiste a perder el protagonismo del que ha disfrutado tantos años. Si primero fue la operación Ergenekon, ahora se le ha añadido Balyoz (Mazo). El pasado lunes, y siguiendo órdenes de la fiscalía del Estado, la policía turca llevó a cabo una redada que se tradujo en la detención de unos cincuenta militares- entre ellos los anteriores jefes de la fuerza aérea, general Ibrahim Firtina, y naval, almirante Orden Ornek, así como del segundo jefe del Estado Mayor, general Ergin Saygun. Añadidos a los más de 200 detenidos imputados por su participación en la organización golpista Ergenekon, salen ahora a la luz los implicados en otra trama de similares intenciones, diseñada ya en el 2003, con la idea de crear un clima de terror- que incluía el derribo de un caza turco sobre el Egeo para responsabilizar a los griegos, o la explosión de bombas en las principales mezquitas de Estambul durante la oración del viernes- que propiciara el colapso del Estado y la «necesaria» vuelta de los militares al poder.
Algunos pueden temer que todo esto no sea más que un plan del AKP para eliminar a la institución militar como obstáculo al desarrollo de su supuesta agenda islamista oculta. Pero sin descartar todavía esa interpretación en su totalidad, parecen imponerse los hechos de una casta militar que gasta sus últimos cartuchos en la defensa de un orden (y unos intereses propios) que han hecho de ellos tanto un actor económico de primera magnitud como un poder con demasiada autonomía en un sistema que pretende ser democrático.
El hecho de que una operación de tal calibre- que ha llevado al muy poderoso jefe del Estado Mayor, general Ilker Basbug, a suspender su visita oficial a Egipto- se haya realizado mientras Erdogan está fuera del país, muestra a las claras la sensación de fortaleza de un Primer Ministro que se ha ido convirtiendo en una referencia más allá de las fronteras nacionales.
Precisamente en el ámbito externo, Erdogan ha dejado ver también su voluntad de abrir nuevos cauces para una Turquía que gana día a día presencia internacional. Aunque la dinámica ya viene desde más atrás, puede entenderse el desplante que realizó al presidente israelí, Simon Peres, y sus anfitriones en la convocatoria de Davos del pasado año como la visibilización del giro que pretende dar una política planteada hasta hoy en términos de «cero problemas con los vecinos». Erdogan, sin perder aún de vista la opción de Bruselas, entiende que a Turquía se le vuelve a presentar la oportunidad de recuperar gran parte de su peso en el concierto regional, aprovechando lazos históricos y errores o indecisiones de otros actores. En ese sentido ha acentuado su distanciamiento con Tel Aviv- lo que deja a Israel en desventaja frente a un mundo árabe receloso de sus intenciones- y con Washington- al que le sigue interesando la complicidad con Ankara, pero que ya no cuenta con el fiel apoyo del que ha disfrutado durante décadas. Al mismo tiempo, viene ofreciendo sus buenos oficios (y oportunidades de negocio) tanto a un mundo árabe del que tradicionalmente estaba desconectado e, incluso, a un Irán- necesitado de aliados en su compleja situación actual.
Con este múltiple esfuerzo Turquía pretende no solo romper las ataduras con su propio pasado, sino acelerar las reformas que necesita para convertirse en uno de los quince países de mayor peso en el mundo globalizado de hoy. Al mismo tiempo, busca superar el sinsabor que le causa la resistencia de la UE a aceptarla en su seno y aprovechar sus opciones para convertirse, al menos, en cabeza de ratón, aspirando a que el león (la UE), si algún día asume su destino como actor relevante en el mundo, entienda que, sin Turquía, la Unión seguirá estando incompleta.