Túnez contra las cuerdas
La violencia- que desgraciadamente nunca llegó a desaparecer del todo en estos últimos dos años- ha vuelto a hacer acto de presencia en Túnez. Y lo que muestra el asesinato de Choukri Belaid, líder del izquierdista y minoritario partido de los Patriotas Demócratas, es que quien inauguró lo que mediáticamente se ha dado en llamar la primavera árabe, está muy lejos aún de la estabilidad y mucho más todavía de la consolidación de un sistema democrático.
La multiplicación de las manifestaciones registradas desde el mismo momento del asesinato, el pasado día 6, van mucho más allá de la repulsa por la muerte de una persona que, en términos políticos, tenía muy poco peso en la escena nacional. Sin desmerecer un ápice la valía de quien se distinguió durante los años de la dictadura en la defensa de los derechos humanos- cuando eso comportaba un riesgo personal nada desdeñable-, el partido que lideraba Belaid apenas había logrado representación en el parlamento y ahora pugnaba por hacerse un hueco entre los actores laicos que han conformado el Frente Popular.
Visto así, la movilización ciudadana es, en primer lugar, una muestra del hartazgo que genera una clase política que no resuelve los problemas diarios de una población ahogada por una crisis profunda económica (de ahí que se hayan producido protestas muy directas contra Ennahda, cuando probablemente los responsables del asesinato haya que buscarlos en las filas del salafismo yihadista). Pero también es una señal del temor creciente a que los salafistas y el propio partido gubernamental Ennahda- con la Liga de Protección de la Revolución como enseña inquietante- sigan estrechando el marco de libertades y derechos políticos que muchos aspiran a ver consagrados en una nueva Constoitución.
Una Constitución, por cierto, que sigue haciéndose esperar tras más de un año en pleno proceso de elaboración por parte de una Asamblea que ya han abandonado cuatro partidos. En la actual situación de crispación política no solo está en cuestión el contenido de dicho texto- con enormes presiones para que el papel del islam vaya más allá de la esfera personal para inundar todas los ámbitos de la vida pública- sino también la fecha de celebración del referéndum que debe servir para su entrada en vigor (previsto inicialmente para abril). Lo mismo cabe decir, por otra parte, de las dudas que surgen a diario sobre el cumplimiento del calendario electoral, que debería concretarse en la celebración de elecciones presidenciales y legislativas para el próximo mes de junio. Unas elecciones que cabe imaginar cada vez más polarizadas en clave de confrontación entre laicos- con el Frente Popular a la cabeza- y religiosos- con Ennahda como referencia-, mientras los salafistas pueden soñar con obtener réditos nada despreciables del desgaste de un gobierno de coalición- Ennahda, Ettakatol y Congreso para la República-, que cuenta cada vez con menos apoyos entre los más de diez millones de tunecinos que, cabe imaginar, pudieron alegrarse de la caída de Ben Ali.
Lo que enseña también este asesinato político es, por un lado, que el gobierno no tiene capacidad efectiva para manejar a sus fuerzas de seguridad- contaminadas aún por un pasado muy negativo- y, por otro, que los sindicatos (UGTT, por encima de cualquier otro) siguen siendo un referente político de primer orden. Muestra, asimismo, la debilidad interna de Ennahda, con un primer ministro que anuncia la disolución del gobierno para nombrar inmediatamente a otro que incluya únicamente a tecnócratas, y con la réplica del aparato, rechazando la idea por entenderla una mera opinión personal, no sometida a discusión interna.