Trump en clave imperial


No es, desde luego, el único. Ahí está desde hace tiempo Vladímir Putin empeñado en garantizarse una zona de influencia propia en sus vecindades europea y asiática, mientras que Xi Jinping no deja duda alguna sobre su pretensión de absorber Taiwán y ampliar su dominio en los mares del sur y del este de China. Y hasta Turquía sueña a lo grande e Israel sigue ganando terreno soberano de otras naciones manu militari. En todo caso, lo chocante con Donald Trump es que sus recientes pretensiones imperialistas respecto a Canadá, Panamá y Groenlandia rompen por completo su pretendida imagen de no belicista y su supuesto perfil aislacionista.
Trump y su estrambótico compañero de viaje, Elon Musk, parecen pretender remodelar el mundo a su imagen y semejanza. Eso supone, en primer lugar, terminar el derribo del orden internacional vigente, tanto en lo que afecta a instituciones que directamente no respetan –como las Naciones Unidas– o que ya no les resultan útiles –como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)–, al tiempo que se sienten libres para saltarse los compromisos internacionales heredados- como el Acuerdo de París –y para hacer caso omiso de las reglas fundamentales que regulan las relaciones internacionales– incluso aunque se trate de aliados. Así se entiende, por ejemplo, que no descarte el uso de la fuerza militar para lograr el control de Groenlandia y del canal de Panamá o que muestre un desprecio tan visible contra el primer ministro canadiense.