Tratado contra bombas racimo: por un fin una buena noticia
(Para Radio Nederland)
Acostumbrados con demasiada frecuencia a las malas noticias, resulta extraño (pero muy gratificante) poder hacerse eco de una buena nueva: el acuerdo para poner fin al uso, fabricación y almacenamiento de las bombas de fragmentación de municiones (más conocidas como bombas racimo). Eso es justamente a lo que se han comprometido el pasado día 29 los representantes de 109 países reunidos en Dublín.
Si se ha logrado llegar hasta aquí es, en gran medida -en un proceso muy similar al que permitió la firma del Tratado de Ottawa (1999) para la eliminación de las minas antipersona-, como consecuencia del esfuerzo combinado de algunas organizaciones de la sociedad civil y de algunos Gobiernos que han asumido la carga de llevarlo a la agenda internacional. Las primeras (agrupadas en torno a una campaña que puede consultarse en http://www.stopbombasracimo.org/) fueron las que pusieron en común sus fuerzas para concienciar y presionar a los gobiernos y las que, simultáneamente, dieron testimonio sobre el sufrimiento que causaba en muchos de los conflictos violentos de estos últimos años. Los segundos, con el protagonismo de última hora del gobierno británico, han sido los que han acabado asumiendo la ilegalidad de esos artefactos y la necesidad de poner fin a su empleo en los combates.
Aunque ya en 1976 algunos actores reclamaban su prohibición, hubo que esperar a febrero de 2007 para que 46 gobiernos firmaran en Oslo una declaración común en tal sentido. Ahora, con la firma de Dublín, se acelera el proceso que debe culminar nuevamente en Oslo este próximo mes de diciembre, con la firma del consiguiente tratado. Se prevé su entrada en vigor seis meses después de que hayan estampado su firma al menos 30 países, con el objetivo de que en el plazo de ocho años a partir de entonces esas armas dejen de existir.
Las primeras reacciones no dudan en calificar el resultado de Dublín como “histórico”, y en ello coinciden tanto gobiernos como las principales organizaciones no gubernamentales implicadas en su erradicación. No olvidemos que estamos hablando de unas armas que contravienen directamente las Convenciones de Ginebra por su carácter indiscriminado, al no distinguir entre civiles y combatientes. Su empleo habitual es mediante el lanzamiento aéreo de una bomba que se fragmenta, antes de llegar al suelo, en submuniciones (que pueden llegar a ser centenares) con un alto poder explosivo y, por tanto, letales. Como se comprobó en el verano de 2006 en Líbano (donde el ejército israelí dejó más de cien mil diseminadas en los últimos momentos de su combate contra la milicia chií de Hezbola) y a diario en muchos otros escenarios bélicos, diferentes causas provocan, además, que un buen número de ellas no explosionen en primera instancia. Se convierten así en una especie de mina antipersona que mantiene intacta su capacidad para causar daños mortales. Esto se traduce en una amenaza permanente para la población, incluso tiempo después de que el conflicto violento haya terminado, hipotecando el tránsito, la actividad económica y, en definitiva, la vida de quienes traten de rehacerse tras la violencia.
Por su parte, algunas compañías fabricantes han intentado escapar a su mala imagen corporativa ideando mecanismos que las hagan más “humanas”. Pretenden que, pasado un tiempo tras su llegada al suelo, se desactiven o se autodestruyan. Pero aún así, y al margen de que siguen registrando una alta tasa de errores, no por ello pierden su condición de arma de efectos indiscriminados. Son, se mire como se mire, armas deleznables e ilegales, o lo que es lo mismo parafraseando a Nietzsche, “humanas, demasiado humanas”.
El acuerdo dublinés no ha servido, sin embargo, para que el éxito sea total. Como ocurre con toda obra humana, la perfección es imposible y los resquicios para la duda siguen abiertos. En primer lugar, interesa destacar que países como Estados Unidos, Rusia, China, Israel, India y Paquistán- productores y usuarios frecuentes de estos artilugios- sencillamente no han asistido a la reunión de Dublín ni tienen intención, a día de hoy, de sumarse a la firma del tratado. Como ha expresado con contundencia un portavoz oficial de la Administración Bush- aunque lo mismo cabe aplicar al resto de los miembros de ese funesto grupo-, estas armas han demostrado su utilidad militar y aunque comparten la preocupación suscitada por su uso, la eliminación pondría en riesgo la vida de sus propios soldados. Aunque la presión mediática y el coste político y de imagen que acarrea quedarse fuera del tratado puede hacer cambiar de opinión a alguno de ellos en estos próximos meses, no cabe descartar que se mantengan en sus trece por tiempo indefinido (hasta que no encuentren otra arma que realice las mismas funciones y todavía no esté estigmatizada).
Por otra parte, seguirá quedando abierta una pequeña puerta, puesto que se permite la existencia de bombas racimo con menos de diez submuniciones que se desactiven o autodestruyan si no explosionan al alcanzar el suelo. Por último, todavía quedar por ver cómo se concreta la relación con los países que queden fuera del futuro tratado. Esto afecta no sólo a su posible denuncia o sanción (impensable a día de hoy), sino también a la posibilidad de que algún Estado firmante acabe estableciendo algún tipo de colaboración con otro no firmante para beneficiarse mutuamente de estas armas.
Por rematar con el inicial tono gratificante, cabe reseñar que algunos gobiernos se apresuran ahora a adelantarse incluso al futuro tratado. Así, el alemán, ha decidido eliminar de inmediato todos sus arsenales de estas bombas y suspender su uso; mientras que el español manifiesta su intención de poner en marcha, en cuestión de semanas, una moratoria en el mismo sentido. Así sea.