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Tras el desastre, la próxima cita es Kobe

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(Para Radio Nederland)
La próxima semana comienza en Kobe (Japón) la Conferencia Internacional sobre Reducción de Desastres convocada por las Naciones Unidas desde hace tiempo, y que continúa el llamado Decenio para la Reducción de Desastres que ocupó los años noventa.

Obviamente, el drama ocasionado por el maremoto en el Sur de Asia, ha convertido un evento apenas conocido por los expertos hace unas semanas, en una ocasión sin precedentes para consolidar la solidaridad de la población y los gobiernos que estamos viviendo, en medidas eficaces de largo plazo. Kobe, ciudad afectada gravemente por un terremoto hace algunos años aunque causo mucha destrucción y víctimas, éstas fueron muchas menos de las habituales en un desastre de tan gran magnitud, y ejemplo de la adecuada preparación ante estos eventos, debe convertirse en algo más que el símbolo que ya es. Debe ser el lugar en el que la comunidad internacional – que afortunadamente estas semanas parece existir – se haga consciente de la extrema vulnerabilidad en la que viven millones de seres humanos en todo el planeta y tome decisiones adecuadas para prevenir y hacer frente a los desastres. En este caso a los de tipo natural, aunque agravados muchas veces por los seres humanos.

Las Naciones Unidas han ido a lo largo de su historia incorporando la respuesta a los desastres dentro de sus preocupaciones y competencias, pero de un modo tardío y aún poco eficaz cuando se trata de desastres de gran magnitud. No fue hasta 1971 con la creación de la UNDRO (Organización de las Naciones Unidas para el Socorro en los Desastres), que la ONU intenta dotarse de un organismo especializado en la materia. En 1991 con la creación del Departamento para los Asuntos Humanitarios (DHA) se quiere dar impulso y actualizar el mandato de UNDRO y en 1997, para enfatizar más aún el papel de la coordinación en las emergencias y crisis, se le cambia el nombre pasando a llamarse Oficina para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios (OCHA) y dependiendo directamente de un Vicesecretario General de la ONU. La coordinación, por lo menos, de las agencias del sistema onusiano, carentes de fondos y ávidas de visibilidad y protagonismo, pasa a ser el mandato fundamental de OCHA.

Por ello, es muy positivo que pese a las presiones de los Estados Unidos por el liderazgo de «la mayor operación humanitaria de la historia», haya sido al final la ONU quien ejerza el papel de coordinación tanto entre las agencias multilaterales como entre los Estados y las ONG. Coordinación que debe ser respetuosa con los mandatos de cada organización, pero que debe buscar una utilización óptima de los recursos. Y que debe ser, sobre todo, respetuosa y estimulante de la participación local. Gubernamental y de la sociedad civil.

En su corta trayectoria, la OCHA ha ido dando importantes pasos en conseguir esta coordinación, pero desastres de la magnitud del que vive el Sur de Asia ponen de manifiesto las limitaciones del sistema internacional para suministrar ayuda a las víctimas. Esa debe ser la primera constatación de la que se debe partir en Kobe para fortalecer ciertos organismos, dotarles de recursos y evitar la vergüenza que supone aceptar que un tsunami como el que azotó las costas asiáticas, no hubiera podido afectar igual a otras partes del mundo, pues en otros lugares existen mecanismos de alerta temprana que lo hubieran impedido. O al menos, mitigado. Y hablamos de fortalecimiento y no de creación de nuevos organismos. Las «ocurrencias» de los líderes políticos en estos días son buena muestra de la falta de rigor (demos la buena voluntad como supuesta, que ya es mucho) y de la búsqueda de protagonismo que les caracteriza. No creemos que se trate de crear nuevos «cascos rojos», ni de militarizar aún más la ayuda, pero tampoco de querer hacerla recaer en cuerpos de voluntarios. La complejidad de las operaciones humanitarias requiere de sofisticados medios técnicos que, en ocasiones, sólo están al alcance de las Fuerzas Armadas. Que se usen estos medios, bajo el control civil y la coordinación de la ONU, nos parece correcto. Y el voluntariado debiera encontrar su cauce de expresión, no sólo pero fundamentalmente, a través de las ONG.

Aunque resulte triste reconocerlo, la experiencia de desastres anteriores muestra que la solidaridad, sobre todo cuando proviene de los gobiernos es episódica y no de largo plazo. ¿Qué pasará cuando las imágenes de la tragedia dejen de aparecer en las televisiones o se sustituyan por otras?. ¿Qué pasará con los generosos compromisos económicos cuándo la opinión pública mire para otro sitio?. Estos hechos nos deben llevar a tratar de aprovechar la ola solidaria tras el maremoto, para que en Kobe se conviertan en realidad las propuestas de prevención que se barajan estos días: centros de vigilancia de maremotos, sistemas de alerta rápida, educación de la población vulnerable, recursos para la prevención,… En definitiva proyectos de medio y largo plazo que redunden en el aumento de las capacidades y la resistencia frente a este tipo de calamidades.

La Conferencia de Kobe, puesta de relieve lamentablemente por la tragedia del Sur de Asia, debe convertirse en oportunidad para adoptar una agenda internacional que reconozca el hecho de que vivimos con el riesgo y que, por tanto, debemos prepararnos ante él. Y por supuesto, dar medios a los países más pobres, más vulnerables y que sufren más amenazas, para poder afrontarlos.
Próxima cita: Kobe.

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