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Tras Arafat, ¿la calma o la tormenta?

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(Para El Mundo)
Tras la declaración oficial de la muerte de Yaser Arafat, la ansiedad parece ir apoderándose de los actores más directamente afectados por esta crucial circunstancia. Unos, como su propia esposa, tratan de aprovechar en su propio beneficio la oportunidad que le brinda su condición legal de llave para desencadenar el proceso de sucesión. Otros, entre los que destacan los tan previsibles como escasamente legítimos Abu Mazen y Abu Ala, pretenden dejarlo todo «atado y bien atado» para que la desaparición del histórico líder no suponga su propio desplazamiento del primer plano de una escena política de la que vienen siendo figuras permanentes desde hace décadas. Otros, como el ministro español de exteriores, se apresuran, cabe pensar que con el respaldo de Bruselas, a viajar a Damasco para utilizar sus buenos oficios en búsqueda de una salida que no haga aún más difícil el futuro de los Territorios Palestinos.

En paralelo a estos movimientos publicitados, la población de los Territorios se prepara para asumir el impacto de la perdida del rais con la resignación de lo inevitable. Eso no impide que manifieste, al mismo tiempo, una creciente indignación ante la falta de sensibilidad israelí para permitir que su despedida se pueda llevar a cabo en Jerusalén (lo que prefigura un serio problema de orden público) y que se escuchen reiteradas llamadas a la unidad palestina, tanto para evitar el conflicto interno como para no ofrecer al gobierno israelí la oportunidad de explotar la situación.

En esas circunstancias, sorprende el bajo perfil de actores tan relevantes como EEUU e Israel. El reelegido presidente Bush se ha limitado, hasta donde se conoce, a telefonear al presidente francés para interesarse por la salud de su invitado (cabe recordar que, siguiendo la estrategia de marginación decretada por Ariel Sharon, el presidente de la Autoridad Palestina (AP) no ha pisado los salones de la Casa Blanca en estos últimos cuatro años). Por su parte, el propio Sharon ha convocado a su gabinete y ha puesto en marcha la operación Nueva Página, con vistas a consolidar su ventaja.

No resulta aventurado imaginar que, sin embargo, ambos gobiernos (incluso de manera coordinada) estén tratando de jugar sus bazas. La más arriesgada sería la de romper las agendas de quienes trabajan desde dentro de la OLP y la AP para controlar la situación y promover a un líder como Marwan Bargouthi, con gran apoyo popular entre los palestinos como consecuencia de su liderazgo durante la primera Intifada y su labor al frente del movimiento Tanzim. Su condición de preso en las cárceles israelíes puede llevar a Sharon a creer en la posibilidad de que su liberación negociada le permitiría someterlo en el futuro a sus designios. Ni el perfil de Bargouthi y su inteligencia política ni las dificultades que tendría Sharon para explicar esa medida ante su propia opinión pública otorgan posibilidades reales a corto plazo a esta alternativa. Menos arriesgado sería jugar la baza de Mohamed Dahlan, igualmente reconocido incluso entre círculos críticos con Arafat y con conocidos apoyos en Washington y en Tel Aviv. Su extraño papel como miembro de la pequeña delegación que acompañó inicialmente a París al enfermo Arafat (sin ocupar ningún cargo oficial y habiendo sido marginado de la AP en anteriores crisis) han disparado aún más los comentarios sobre su futuro político. Por último, y ésta sigue siendo la opción más probable, aunque también es la que menos esperanzas de cambio presenta para los propios palestinos y para encontrar una salida al conflicto con Israel, todos los ojos se vuelven una y otra vez hacia la vieja guardia de la OLP. Es muy difícil imaginar que los compañeros de viaje de Arafat dejen escapar su última oportunidad. Además de sus propias palancas de poder contaran seguramente con el consentimiento de EEUU e Israel. ¿Alguien ha pensado, mientras tanto, en la población de los Territorios, que deberá ser llamada a las urnas en un plazo previsible de sesenta día tras el anuncio del fallecimiento?¿Va a validar lo que se precocine en las interioridades de un aparato escasamente transparente y democrático como el que ha puesto en marcha Arafat? A él ya no cabe pedirle un último servicio a la causa palestina, pero muy distinta es la situación de unos dirigentes que por afán de aferrarse al poder pueden bloquear, una vez más, las necesarias reformas internas. Por último, ¿asistirán grupos como Hamas o la Yihad Islámica a este proceso sin reclamar una mayor cuota de poder, en función del innegable apoyo con el que cuentan?

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