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Tragedia (¿eterna?) y júbilo (momentáneo) en Gaza

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(Para Radio Nederland)
La imagen más inmediata de la Franja de Gaza en estos últimos dos días, o más concretamente la del paso de Rafah, es la del júbilo generalizado de quienes pueden adquirir lo que necesitan. Pero nadie se llama a engaño. Saben de sobra que se trata de una situación provisional y que ya Egipto e Israel se aprestan a cerrar los boquetes abiertos en el muro por los milicianos palestinos. También saben que su tragedia no va a ser reparada por una comunidad internacional escandalosamente pasiva ante lo que sucede en la prisión de mayores dimensiones del planeta.

Hablamos de un territorio ocupado por Israel desde el verano de 1967 en el que malviven encerradas (y eso no es una metáfora sino una realidad de separación física impuesta por la potencia ocupante) más de un millón y medio de personas. Hablamos de unos seres humanos sometidos por Israel a una “dieta estricta”, como método “humanitario” (debe evitarse que mueran literalmente de hambre para que no puedan utilizar ese argumento como insulto contra sus vecinos israelíes) empleado por el gobierno de Ehud Olmert para provocar el levantamiento popular contra el Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, que actúa como autoridad palestina en la Franja. Hablamos asimismo de una cárcel monstruosa, bendecida por la comunidad internacional, que no cuenta con aguas territoriales ni espacio aéreo propio, ni agua potable (insuficiente y crecientemente salinizada), ni saneamiento, ni infraestructuras básicas para facilitar una vida mínimamente digna para sus pobladores. Además, Israel añade a esta situación ya cotidiana medidas puntuales de castigo colectivo, como el cierre completo de los pasos que conectan a Gaza con el mundo, de los suministros de electricidad y combustible o del ataque militar indiscriminado contra la población y sus dirigentes.

Es bien sabido que dentro de esa prisión rigen las disciplinadas normas impuestas por Hamas, que sigue contando a pesar de todo con un amplio apoyo popular. También lo es que allí operan grupos violentos que incluso se atreven a lanzar diariamente unos cohetes rudimentarios, que sólo cumplen un papel simbólico frente a la imponente superioridad militar del ocupante. Es evidente que los palestinos no lograrán imponerse nunca por la fuerza a los israelíes, pero ese argumento no basta hoy para frenar una dinámica violenta alimentada, sin desmayo, por quienes ven cada vez más insatisfechas sus necesidades básicas y más lejanos sus objetivos políticos de independencia y soberanía nacional.

Sesenta años después del inicio del conflicto parece claro que ninguna de las partes logrará sus objetivos si no es a través de la cesión de parte de sus planteamientos maximalistas (ni Israel va a desaparecer del mapa ni los palestinos van a abandonar su aspiración de contar con un Estado soberano). El balance acumulado por seis guerras y dos Intifadas confirma que la victoria definitiva está fuera del alcance de ambos bandos. Igualmente, los más de sesenta planes y propuestas de paz puestos encima de la mesa en todos estos años indican que nunca (tal vez con la excepción de un Isaac Rabin y un Yaser Arafat que firmaron la Declaración de Principios ante Bill Clinton, en septiembre de 1993) hubo una verdadera voluntad política para aceptar la existencia de dos entidades soberanas en la Palestina histórica que los británicos gestionaron de manera tan nefasta.

Lo que la tragedia actual en Gaza pone de manifiesto es, entre otras cosas, que Israel está dispuesto (y cuenta para ello con apoyos tan explícitos como el que le presta Washington) a sostener el empeño de la ocupación- auténtico impedimento para cualquier futura solución del conflicto- y de la utilización del dolor y la penuria de los palestinos como ariete en su estrategia de acoso y derribo de Hamas. También muestra hasta qué punto la sociedad israelí se ha precipitado en un abismo colectivo que desdice todos sus presupuestos religiosos y políticos. Esa dinámica, liderada por un Olmert en plena huida hacia delante, les acerca sin remedio a una caída que arrastrará a Israel a una situación de mayor amenaza externa y de inestabilidad interna.

El desolador ejemplo de Gaza nos obliga a repetir (¿cuántas veces será necesario?) que la violencia, tanto la palestina como la israelí, sólo aleja a ambos de la solución a sus problemas. Del mismo modo nos obliga a denunciar que el castigo colectivo e indiscriminado a la población palestina es, simultáneamente, un error y un quebrantamiento frontal de la legalidad internacional y del derecho internacional humanitario. Además, nos obliga a demandar una reacción de la comunidad internacional (¿qué ha dicho la ONU?, ¿ qué dice el Cuarteto?, ¿qué la Unión Europea o Estados Unidos?) para que se deje de aceptar indisimulada y vergonzosamente el plan de aniquilamiento de un pueblo y sus aspiraciones. ¿Son palabras muy fuertes? Nada en comparación con lo que sufren los israelíes que quieren la paz y la convivencia con sus vecinos y los palestinos que se atreven a rebelarse contra la condena que pesa contra ellos.

Entrevista a Jesús A. Núñez en La noche menos pensada

Entrevista a Jesús A. Núñez en RN

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