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Testigos incómodos: ayudas para sobrevivir

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Texto de nuestra colaboradora Mayte Carrasco, que reproducimos por su interés para periodistas y cooperantes desplazados en zonas de conflicto.

Iraq, Paquistán, India, Filipinas, México, Sri Lanka, Somalia, Chad, Rusia… La lista de países en los que ONG y periodistas arriesgan su vida crece a un ritmo vertiginoso y salta de un continente a otro. Tres cooperantes asesinadas de un tiro en la cabeza en Kabul, tres periodistas muertos en Georgia, un cooperante salvajemente asesinado en el Chad, una joven periodista muerta a balazos en las calles de Moscú. Cada vez en más países sobran los testigos incómodos, las cámaras y los micrófonos o la mirada extranjera de los humanitarios que arriesgan su vida para ayudar, a sabiendas de que su pasaporte (de un país considerado como enemigo) se puede convertir en un billete hacia la muerte. Según la ONU, sólo durante el año pasado treinta y cuatro cooperantes murieron únicamente en Afganistán.

Decía Zarco Zaid (periodista de la televisión croata que murió en 1991, asesinado en la antigua Yugoslavia) que la cámara es la única arma del que no está armado. Pagó esa afirmación con su propia vida cuando le dispararon, confundiendo (supuestamente) su objetivo con un arma de verdad, como le pasó más tarde a José Couso (Telecinco) en Iraq. Según los datos del Instituto Internacional de la Prensa (IPI), 66 periodistas murieron trabajando en 2008, la mayoría de ellos en Iraq- que sigue siendo el país más peligroso para los informadores con 14 muertos (que son, en todo caso, menos de los 46 fallecidos en 2007). El segundo país más peligroso en el macabro ranking fue Paquistán, con 6 periodistas muertos. En la vecina India y en Filipinas murieron diez y cinco respectivamente, y Europa fueron diez los periodistas fallecidos, al igual que en Latinoamérica, donde la palma se la llevó México, con cinco reporteros muertos (y ocho desaparecidos).

¿Cómo evitar morir en una zona de conflicto? ¿Cómo conjurar a la muerte y evitar riesgos inútiles en una guerra? ¿Qué ocurre con las familias de los fallecidos? A algunas de estas preguntas da respuesta la Fundación Rory Peck (http://www.rorypecktrust.org), que lleva el nombre de un brillante cámara fallecido en 1993, en Rusia, y que se financia a través de donantes. Basada en Londres, ofrece ayudas económicas a los periodistas que trabajan por cuenta propia (los más desprotegidos, sin seguro, sin medios) y que han resultado heridos, están encarcelados, viven en el exilio o sufren persecución. Además, da dinero a las viudas o viudos e hijos, convoca unos prestigiosos premios anuales y ofrece ayudas a los periodistas freelance de todo el mundo para que realicen un curso de supervivencia en zonas de conflicto a través de becas financiadas en su mayoría por medios anglosajones, como Reuters, APTN, Broadcast, Channel 4, The Guardian, BBC y NBC, entre otros.

El año pasado tuve la suerte de obtener una de esas becas para realizar el curso Survival in Hostile Enviroments, que resultó muy útil e incluso imprescindible para preservar mi vida en zonas de conflicto. Fueron cinco días en Hereford (UK) a través de la empresa privada AKE (http://www.akegroup.com), que imparte dichos cursos para reporteros de guerra y cooperantes que residan o vayan a partir temporalmente a países en conflicto.

A través de dos veteranos ex miembros del SAS (unidad de élite del ejército británico), enseñan a identificar y a esquivar los riesgos en zonas hostiles. Por ejemplo, aprendí trucos para salir airosa de un check point hostil, de una emboscada o de un intento de secuestro (y cómo actuar en el caso de que ya sea demasiado tarde), y aprendía a conocer los diferentes tipos de armas y su munición. También te enseñan a detectar las distintas minas antipersona, a tener en cuenta el factor cultural y social de la población y los parámetros esenciales para ir sobre el terreno con una información vital que puede salvar nuestras vidas.

Los primeros auxilios y conocimientos médicos básicos abarcan casi la mitad del curso y son esenciales para salvar una vida en caso de sufrir una herida de bala, un accidente (la mayoría de periodistas que mueren en zona de conflicto lo hacen en accidentes de tráfico, según las estadísticas), una quemadura grave o una fractura. Igualmente se enseñan técnicas de reanimación cuando alguien sufre un infarto (CPR). También nos concienciaron sobre la necesidad de vacunarse antes de viajar a ciertos países y de adoptar medidas para evitar contraer ciertas enfermedades sobre el terreno. (Links de información médica: www.who.int, www.mdtravelhealth.com).

El penúltimo día tuvimos ocasión de poner en práctica los conocimientos adquiridos en escenarios reales preparados en las colinas galesas, con actores disfrazados, explosiones con pirotecnia, simulación de lanzamientos de morteros, heridas y sangre que parecían reales. Confieso que el estrés y la frustración que siguió a los ejercicios nos dejaron a todos abatidos, pero considero que fue una excelente lección para los ocho alumnos de mi curso. Por ejemplo, en uno de los ejercicios una cooperante que vive en Paquistán enseñando periodismo a adolescentes locales resultó supuestamente ejecutada (con tiro de bala incluido) en una emboscada, como castigo por no haber sido cauta en un chek point. El trauma le duró varios días, pero admitió que el entrenamiento le había hecho despertar y estar alerta para el futuro.

Precisamente, el último día del curso hubo una concienciación sobre el síndrome postraumático, una dolencia que padecen muchos humanitarios y periodistas que han trabajado en zonas de conflicto. Los síntomas pueden aparecer incluso un año después del viaje, y comprenden irritabilidad, angustia, dificultad para relacionarse con la familia y los amigos, falta de concentración, pesadillas, etc. Se trata de un problema que suele ser ignorado hasta por las propias víctimas. Las organizaciones humanitarias, ONG y empresas de comunicación deberían concienciarse y ofrecer ayuda psicológica a la persona que ha visto con sus propios ojos las atrocidades que se cometen en algunas partes del mundo (a todos ellos, recomiendo visitar la página www.dartcenter.org).

En resumen, la gran lección que aprendí es que lo único predecible de un acto hostil es que ocurrirá, que nunca dos situaciones serán la misma y que un ataque siempre llegará cuando menos nos lo esperemos. Ésa debe ser la Biblia de un cooperante o de un periodista en zona de conflicto: estar alerta con los cinco sentidos y no ignorar nunca el riesgo.

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