Sri Lanka: ¿el final del conflicto?
La ofensiva que actualmente está llevando a cabo el ejército de Sri Lanka podría suponer el fin de un conflicto que desde hace ya más de tres décadas se ha cobrado más de 70.000 vidas. En su avance, las Fuerzas Armadas del país han forzado el repliegue de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE, por sus siglas inglesas), que ahora están confinados en un pequeño territorio de unos 25 kilómetros cuadrados. En este contexto surgen varios motivos de preocupación. El primero son las 150.000 personas que, según la Cruz Roja, están atrapadas en la zona, y cada vez más desabastecidas de alimentos, agua o medicinas. El segundo, las dudas sobre cómo abordará el Gobierno la ofensiva final: un ataque frontal y masivo podría suponer la muerte de miles de civiles.
Las organizaciones humanitarias están reclamando un alto el fuego temporal para permitir a los civiles ponerse a salvo y garantizar el reparto de ayuda humanitaria. Sin embargo, el Gobierno controla de forma férrea el acceso y no permite la entrada de organizaciones ni periodistas. El LTTE, por su parte, ha sido acusado de utilizar a los civiles como escudos humanos y de obligarles a luchar. Sólo en los dos últimos días de marzo han muerto más de 30 civiles, según Naciones Unidas, una cifra que ronda los 3.000 contando con los dos últimos meses de ofensiva.
Para entender las raíces de este conflicto hay que remontarse a la época poscolonial, cuando la mayoría cingalesa, de religión budista, comenzó a ejercer políticas discriminatorias contra la minoría tamil, mayoritariamente hinduista (aunque con minorías musulmanas). Ya en los años cincuenta se adoptaron medidas para dificultar su acceso a la educación superior y a la administración, y políticas de reasentamiento que favorecieron la llegada de población cingalesa a áreas de mayoría tamil, con el objetivo de alterar los equilibrios demográficos.
El detonante para el crecimiento del separatismo tamil fue la Constitución de 1972. En virtud de esta norma, Sri Lanka se consagraba como una república, el cingalés era constitucionalmente reconocido como la lengua oficial y el budismo como religión del Estado. En la práctica, esto significaba convertir a los tamiles en ciudadanos de segunda categoría. Además, se proclamaba una forma de Gobierno unitario que excluía cualquier posibilidad de federalismo.
A partir de ese momento, a los partidos políticos que tradicionalmente defendían la causa tamil, y el federalismo o el independentismo según los casos, se sumaron grupos armados separatistas que competían para conquistar la legitimidad entre esta población. Las tradicionales demandas de mayor autonomía expresadas por medios pacíficos fueron sistemáticamente ignoradas por los Gobiernos cingaleses. El LTTE llegó a imponerse a los demás grupos por varias razones. Por un lado, por su política de «no compromiso», en su objetivo de lograr un Estado propio para los tamiles. Por otro, por el aniquilamiento sistemático de adversarios más moderados, hasta convertirse en el principal representante de los tamiles.
El líder del LTTE (al menos hasta su captura el pasado 31 de enero), Velupillai Prabhakaran, es un líder carismático considerado un semi-dios por sus partidarios, que logró sacar partido a varios acontecimientos en los años ochenta y catapultar a su grupo como una auténtica guerrilla opositora. Diversos eventos desataron oleadas de violencia y una represión sobre los tamiles en Colombo y otras ciudades que causaron la muerte de unos 3.000 civiles, así como la huida de otros 150.000. Más de 18.000 viviendas fueron destruidas entonces. Esto desató un deseo de venganza y de búsqueda de seguridad en un Estado propio, que llevó a miles de jóvenes tamiles a incorporarse al LTTE, convertido a partir de entonces en uno de los actores armados de oposición más poderosos del mundo.
El LTTE se ha financiado históricamente con grandes aportaciones de la diáspora- especialmente en EE UU, Canadá, los países nórdicos, Suiza y Australia- y también se le ha relacionado con actividades ilegales (como el narcotráfico). Eso le ha permitido disponer de una flota de buques operando por todo el mundo, con negocios legales y legítimos, que al mismo tiempo les ha garantizado el suministro de armas. Este grupo ha hecho uso, más que ningún otro, del terrorismo suicida (a pesar de que los medios y la opinión pública identifiquen este método con el fundamentalismo islámico, el LTTE ha ejecutado en las últimas décadas más operaciones suicidas que todos los demás grupos armados/terroristas en el mundo).
A lo largo de los años, en varias ocasiones se han iniciado conversaciones de paz, centradas en el grado de autodeterminación o autogobierno que podría concederse al norte y este del país (las zonas de mayoría tamil). Las últimas, iniciadas con apoyo noruego y ahora fracasadas, comenzaron en 2002. El contexto internacional de estos años no ha sido favorable para la adopción de acuerdos. Después del 11/S y en el contexto de la «guerra global contra el terrorismo», el Gobierno de Sri Lanka se alineó con esos objetivos, ganó legitimidad frente a sus propios «terroristas» y adoptó un enfoque netamente militarista que nadie cuestionó y que ahora estaría a punto de lograr sus objetivos.
Sin embargo, algunos analistas alertan de que, en estos más de 30 años de conflicto, la insurgencia tamil ha sido capaz de recuperarse en numerosas ocasiones y lanzar ataques de guerrilla; lo que probablemente podría seguir haciendo en el futuro. El LTTE conserva aún la mayor parte de su armamento pesado, tiene entre 1.500 y 3.000 efectivos (según las fuentes) y su operatividad no ha resultado seriamente dañada. En plena ofensiva del ejército, hace pocas semanas, todavía fueron capaces de lanzar un ataque en Colombo usando pequeños aviones cargados de explosivos; poco después, un ataque suicida mataba a 15 personas y hería a otras 60 en una mezquita.
La duda, por tanto, es si el conflicto finalizará sólo con la previsible conquista del territorio por parte de las Fuerzas Armadas o si, para lograr que se consolide la paz, será necesario abordar un acuerdo político que acomode las demandas de los diferentes grupos. Otra cuestión preocupante, ésta a más corto plazo, es qué va a pasar con los civiles atrapados en el norte del país y sujetos a la violencia de todas las partes.