Siria, parteaguas de la primavera árabe
El conflicto que sufre Siria desde marzo de 2011 no apunta a un final inmediato. Por el contrario, la violencia no hace más que aumentar, alimentada por grupos armados de variado perfil y un régimen decidido a resistir a toda costa. A esto se añade la implicación de países vecinos y de potencias globales, con Estados Unidos, Unión Europea, Turquía, Arabia Saudí y Qatar apoyando a los grupos rebeldes, y con Rusia, Irán y el grupo libanés Hezbolá haciendo lo propio con el régimen de Bashar al-Assad.
Ninguno de los dos bandos está en condiciones de lograr una victoria definitiva en el campo de batalla. Los rebeldes no han logrado consolidar un mecanismo de coordinación político ni militar efectivo, lo que se traduce en su creciente fragmentación e inoperancia. Por su parte, el régimen no sólo ha logrado evitar su colapso interno, sino que ha recuperado buena parte de su capacidad de castigo. En estas condiciones, con Siria convertida en un escenario de confrontación violenta por intermediación de actores que pugnan por el liderazgo regional, el régimen cuenta con opciones reales para seguir aferrado al poder, no sólo por sus propias fuerzas sino también porque tanto las minorías sirias como importantes actores occidentales lo perciben como un mal menor ante el peligro de que los grupos yihadistas terminen por dominar la zona. Visto así, la prevista Conferencia Ginebra 2 no augura la solución a la tragedia que ya es la mayor crisis humanitaria de lo que llevamos de siglo.