Siria, ¿qué ocurre tras cruzar la línea roja?
En la locura violenta que vive Siria desde hace más de dos años ya es imposible determinar a primera vista quién es el responsable de cada una de las atrocidades cometidas. A estas alturas está suficientemente documentado que ambos bandos comparten la idea de que todo vale en el campo de batalla para conseguir sus respectivos objetivos. Son múltiples los ejemplos de desprecio al derecho internacional humanitario y de violación de los derechos de los civiles en cualquier rincón del territorio. Por eso, la denuncia de que en la pasada madrugada el régimen sirio habría empleado armas químicas en un suburbio de la capital, ocasionando la muerte de centenares de civiles (aunque alguna fuente eleva la cifra hasta más de 1.300), deja más dudas que certezas.
Entre las primeras destaca el hecho de que resulta difícil entender la lógica de una actuación gubernamental de este calibre, cuando hace dos días se ha iniciado (tras meses de retraso) la visita de inspección de la ONU para determinar precisamente el posible uso de ese tipo de armas en tres escenarios a lo largo de esta primera mitad del año. Bachar el Asad y sus leales no están militarmente en una situación tan desesperada como para tener que recurrir a un arma de destrucción masiva que puede (hipotéticamente) activar una intervención internacional de represalia, que podría arruinar su estrategia de conservación del poder a toda costa. Por el contrario, ha ido recuperando posiciones en el terreno militar y en el político trata ahora mismo de recobrar cierta credibilidad internacional, permitiendo incluso el trabajo de los inspectores de la ONU.
También es cierto que a pesar de las reacciones internacionales de primera hora, reclamando una inspección inmediata sobre el terreno, el régimen tiene la capacidad para bloquear cualquier intento de esos mismos inspectores de salirse del guión bilateral acordado previamente (quince días para realizar entrevistas y análisis SOLO en los tres escenarios predeterminados).
Desde la perspectiva de los rebeldes resulta igualmente espinoso suponer que hayan podido recurrir a un método tan brutal, contra la población de unos barrios donde el Ejército Libre de Siria cuenta con apoyo popular. En esa línea de análisis, y tras mostrar reiteradamente su frustración por el insuficiente apoyo exterior que reciben, no cabe descartar que hayan pensado que ese era el único modo para lograr finalmente que haya una decidida respuesta internacional en su favor (traducido en más armas y hasta en despliegue de tropas). Una de las bases principales para sostener alimentar esa pesadilla serían las reiteradas declaraciones de gobernantes occidentales (incluyendo las del propio presidente estadounidense) de que el uso de armas químicas por parte del régimen supondría cruzar una línea roja, con consecuencias muy serias.
Frente a esas elementales dudas, podemos ya adelantar algunas cosas que no ocurrirán. La primera de ellas es que el régimen sirio vaya a permitir una inspección inmediata in situ, lo que despejaría buena parte de los interrogantes actuales. Tanto si ha ordenado el ataque como si no lo ha hecho, su grado de ofuscación («yo o el caos», «guerra contra los terroristas») le llevaría a interpretarlo como una sumisión a quienes identifica como conspiradores para provocar su caída. Para resistir esa tentación cuenta, además, con el inamovible apoyo de Moscú.
Tampoco vamos a ver una intervención militar internacional (ni siquiera del tipo de la registrada en Libia). A lo sumo, habrá una nueva ronda de sanciones y un refuerzo militar limitado a algunos grupos rebeldes; medidas claramente insuficientes para volcar definitivamente la balanza a favor de los llamados rebeldes.
Con esto se demostrará una vez más que las líneas rojas son, en realidad, conceptos elásticos que sirven más para el discurso que para la acción. Y mientras tanto, los sirios seguirán sometidos a la barbarie.