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Siria: fin de la emergencia, continuación de la crisis

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(Para Radio Nederland)

El 19 de abril, el Gobierno de Bachar el Asad anunció el fin del estado de emergencia, que estuvo en vigor desde que, en 1963, el omnipresente partido Baaz tomó las riendas de Siria. Nada hace pensar que, a corto plazo, la medida ponga fin a la crisis.

A esta decisión se añaden la eliminación del Tribunal Supremo de la Seguridad del Estado- encargado de enjuiciar a los prisioneros políticos- y la inminente aprobación de una ley que permita las manifestaciones públicas- hoy prohibidas bajo cualquier formato. Dados los antecedentes del régimen, conviene no olvidar que se trata simplemente de anuncios, aún pendientes de traducirse en realidades palpables.

Si lo que ocurre en Siria fuera una película habría que descalificar al guionista por incompetente, dado el alto nivel de incoherencia de lo que los espectadores estamos viendo. Desde que el pasado 4 de febrero arrancaron las movilizaciones en Deraa- e inmediatamente en otras ciudades-, el régimen ha insistido en que todo respondía a una «conspiración yihadista». Más de 200 muertos después, y cuando la crispación popular sigue aumentando, esas mismas autoridades eliminan una medida de seguridad tan poderosa como la ley de emergencia, que les debería resultar muy conveniente para hacer frente a quienes identifican como enemigos de Siria. O el régimen es irresponsable, renunciando a un instrumento muy valioso para actuar frente a esos enemigos, o, sencillamente, no había tal conspiración.

Evidentemente, lo que viven los veinte millones de sirios no es una mala película sino una tragedia provocada por unos gobernantes que se aferran al poder por la fuerza. Un régimen que lleva años despreciando las demandas de una ciudadanía que aspira, como cualquier otra, a satisfacer sus necesidades básicas y a tener garantías de seguridad en un marco que garantice sus libertades fundamentales, así como a librarse de una clase dirigente tan corrupta como ineficaz. Buena muestra de este comportamiento son personajes como Rami Makhlouf, primo del presidente y ejemplo destacado de corrupción y manejo de información privilegiada, al frente de empresas de telecomunicaciones (como SyriaTel) y convertido desde hace años en un verdadero factótum, imprescindible para conseguir poner en marcha cualquier negocio rentable en el país. Lo mismo cabe decir del general Asef Shawqat, cuñado del presidente y que ha pasado de ser el jefe de la inteligencia militar a ocupar el puesto de segundo jefe del Estado Mayor. No cabe olvidar tampoco a Maher el Asad, hermano del presidente y jefe de la poderosa Guardia Republicana.

Conociendo el historial del régimen- liderado primero por Hafez el Asad (1970-2000) y ahora por su hijo-, no sorprende que haya optado nuevamente por la violencia contra su propia población, combinada con medidas puntuales de tímida apertura, todo ello con el objetivo último de preservar sus privilegios. Once años después de su acceso al poder, Bachar el Asad ha agotado ya su inicial imagen como reformista modernizador y hoy lidera un régimen agotado, aunque no derrotado.

En su acceso al poder pretendió revestirse de una capa de reformista- interesado en abrir la economía siria a la inversión exterior, pero sin tocar la base del poder que había sorpresivamente heredado. Hoy ya no se sostiene el reiterado argumento de que, aunque lo desearía, no puede ir más rápido en las reformas que necesita el país por el freno que ejerce la vieja guardia. Si no lo ha hecho es- más allá de tratar de mantener los delicados equilibrios que permite monopolizar el poder a la minoría alauí que representa (apenas 2 millones de personas, de las 22 que habitan Siria)- por su afán de poder, aunque sea a costa de la insatisfacción general de una población controlada a golpe de delaciones y represión absoluta.

En estas circunstancias, no parece plausible que ni la liberación de algunos prisioneros políticos (sobre un total estimado en más de 4.000), ni el cambio total de los 32 ministros de un gobierno escasamente dotado de competencias, ni incluso el levantamiento efectivo del estado de emergencia vayan a frenar las ansias de cambio que demandan amplios sectores sociales.

De poco sirven en esta situación las forzadas contramanifestaciones de apoyo al presidente, al que se intenta preservar de las críticas, como si no fuera el principal responsable de la actual situación de bloqueo del país. A pesar de su retórica, gestos como los que ahora se anuncian difícilmente van a solucionar los problemas de un país con tan profundas carencias (ocupa el puesto 111º en el índice de desarrollo humano) y fracturas internas (baste recordar las que afectan a la marginada población kurda). Por el contrario, lo previsible es que a partir de aquí se acelere aún más el apetito de quienes huelen ya su debilidad como un animal herido. Ante eso, también cabe prever que aumentará la represión- de la que se ha servido tradicionalmente el régimen para imponer una estabilidad paralizante.

Aunque la ley de emergencia llegue a levantarse, todo indica que la crisis siria continuará a un ritmo que, aunque no permite prever un colapso del régimen actual a corto plazo, prefigura un mayor nivel de inestabilidad. Por si hubiera alguna duda sobre la voluntad del régimen de no ceder a lo que demanda la calle, basta con recordar que el anuncio de la eliminación del estado de emergencia ha estado acompañado de una nueva matanza en Homs- a manos de las fuerzas de seguridad- y de la detención de activistas y defensores de derechos humanos.

 

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