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Sin ojos en Irak

 
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(Para El Correo)
El creciente clima de inseguridad en Iraq parece cada vez más el producto de una meditada respuesta por parte de los responsables del antiguo régimen, con un Sadam Husein que puede conservar todavía una capacidad de actuación notable, y de acciones terroristas desarrolladas por cualquiera de los actores frustrados (militares desmovilizados, milicias sunníes o shiíes, fedayin, yihadistas…), por lo que perciben como una ocupación intolerable. En esas circunstancias parece muy aventurado sostener como única hipótesis a considerar que el ataque contra los ocho agentes del CNI, ocurrido el pasado sábado en los aledaños del llamado “triángulo sunní”, se trataba de un acto premeditado y específicamente dirigido contra españoles. Sin descartar evidentemente que así pudiera haber sido, es más probable pensar que se trata de un objetivo de oportunidad que se materializa prácticamente sobre la marcha y que no necesita una gran infraestructura previa. Basta con disponer de un equipo encargado de ocupar una posición de observación en una carretera transitada con la misión de detectar un blanco potencial (vehículos civiles de características distintas a los habituales para los iraquíes, con escasa o nula protección inmediata y ocupados por extranjeros) y de comunicárselo a otro equipo que, unos kilómetros más allá y a bordo de un vehículo, pueda finalmente desencadenar el ataque. Desgraciadamente es demasiado sencillo y a los promotores de la violencia les resulta totalmente secundario si, finalmente, los muertos son de una u otra nacionalidad. Su objetivo es consolidar un clima de inseguridad que obligue a las fuerzas ocupantes a replantearse su presencia en la zona y, desde esa perspectiva, cualquier objetivo que pueda ser identificado como asociado a las fuerzas de ocupación es altamente rentable.

Al margen de esa interpretación de los hechos, más relevantes resultan las implicaciones directas de la desaparición del grueso, sino de la totalidad, de la capacidad de inteligencia española en Iraq. Por una parte, cabe pensar que la labor desarrollada por estos equipos sirve directamente a las necesidades permanentes de información sobre un país que, como todos los del área árabo-musulmana, constituye una prioridad conocida de los servicios españoles. La evidente dificultad de conocer más detalles sobre las tareas concretas que podrían estar desarrollando estos agentes, no impide imaginar que su esfuerzo principal se centraba en la captación de todo tipo de elementos de información que sirvieran directamente para incrementar la seguridad de las tropas españolas desplegadas en Iraq. Al margen de la lógica seguridad inmediata que las fuerzas estacionadas en Diwaniya se prestan a sí mismas de manera permanente, sus ojos y oídos más sensibles son esos agentes con conocimiento del terreno y con contactos personales con los actores locales (de hecho, algunos de los fallecidos eran viejos conocidos de los servicios de información iraquíes del antiguo régimen, como señal clara de su permanencia en el terreno desde hace años). En sus actividades diarias están necesariamente más expuestos a los riesgos de un clima de inseguridad tan preocupante como el iraquí. No pueden dedicar demasiado tiempo y esfuerzo a su propia protección, puesto que resultarían mucho más fácilmente detectables y menos eficaces. En estas condiciones constituyen, sin duda, un blanco más asequible para quienes están interesados en dañar no tanto allí donde resulte más importante, como allí donde sea comparativamente más sencillo.

La escasez de recursos para una potencia media como España es una constante que se hace más notoria en entornos tan complejos como el iraquí. De un solo golpe se ha anulado la capacidad operativa ya no sólo del grupo de agentes que venían operando en el terreno, sino también de su relevo. Es fácil imaginar las enormes dificultades para restablecer una infraestructura eficaz que garantice mínimamente la seguridad de los intereses españoles en la zona. A corto plazo, las fuerzas militares desplegadas tendrán que dedicar más esfuerzo y medios a su propia seguridad inmediata, con la consiguiente reducción en otras áreas, y aún así no podrán sustituir a los tristemente fallecidos y a quienes, en cualquier caso, necesitarán tiempo para asumir la tarea de sus predecesores. Todo ello en un ambiente en el que la estrategia de los que se oponen a los ocupantes está reorientando su esfuerzo para castigar objetivos más fáciles ante la reciente respuesta en fuerza de las tropas estadounidenses.

El dolor por la pérdida de quienes ofrecían lo mejor de sí mismos no puede ocultar la creciente insostenibilidad de una participación equivocada en una campaña militar que cada día incrementa sus rasgos negativos. Puede entenderse que la retirada no sea, en estas circunstancias la mejor de las opciones posibles. Pero frente a esa alternativa cabe recuperar urgentemente a la ONU como actor de referencia, para permitir la implicación de la comunidad internacional, y no sólo de los que, por diferentes motivos, se alinean con Estados Unidos

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