Sharon, ¿atrapado?
(Para Radio Nederland)
Sin que el frente externo presente síntomas de relajación- en la medida en que se mantienen los asesinatos selectivos, el bloqueo de los Territorios Palestinos, la construcción del muro de separación…-, Ariel Sharon se enfrenta a un creciente deterioro interno que pone en peligro su propia continuidad a la cabeza del gobierno de coalición. Las noticias del reciente intercambio de prisioneros con el grupo libanés Hezbollah, con la mediación de la diplomacia alemana, no sirve para desviar la atención de un proceso que alumbra nuevas evidencias de la implicación del primer ministro en turbios asuntos de corrupción. Con la iniciativa de la fiscalía general del Estado de abrir las investigaciones contra el líder del Likud son ya tres los procesos que apuntan al uso de fondos recibidos de particulares para cubrir las campañas electorales que le llevaron, en primera instancia a convertirse en el máximo dirigente del partido, en 1999, y posteriormente en primer ministro, desde 2001.
A los ojos de la opinión pública israelí el actual proceso no hace más que incrementar el malestar contra un gobernante fracasado en su objetivo de proporcionar seguridad a sus conciudadanos y que ha adoptado un rumbo de confrontación que es crecientemente rechazado. En las próximas semanas el nuevo fiscal general debe decidir si finalmente se produce el procesamiento de Sharon, lo que, a juicio mayoritario del pueblo israelí, debería llevar como mínimo a que suspenda sus funciones hasta que no se dicte una sentencia definitiva.
A favor de que se produzca finalmente el procesamiento juega el hecho de que el sistema judicial israelí ha actuado ya en ocasiones anteriores contra las más altas autoridades. Sin embargo, la experiencia acumulada hasta ahora no apunta precisamente a que se llegue a tomar tal decisión. Cabe recordar que ya los antecesores del propio Sharon, Ehud Barak y Bentajim Netanyahu, fueron asimismo investigados por asuntos similares, lo cual abunda en la idea de que la corrupción no es un asunto ajeno a la práctica política israelí, pero en ningún caso llegaron a ser procesados. Al mismo tiempo, más allá de la teórica independencia del nuevo fiscal general, su elección por unanimidad del gabinete ministerial (con las abstenciones lógicas del propio Sharon y del viceprimer ministro, Ehud Olmert, que también está siendo investigado por razones parejas) tampoco permite albergar muchas esperanzas.
En una situación de esta naturaleza lo que cabe esperar de un dirigente sobradamente experimentado como Sharon es que trate de neutralizar cualquier ataque contra su persona, desviando la atención hacia otros asuntos. Difícilmente podrá hacerlo en el terreno económico, en un año que se ha cerrado con un nuevo agravamiento de la crisis, y por ello, si sigue el guión establecido en ocasiones anteriores, su respuesta más probable es la de que intente provocar algún tipo de crisis, con los palestinos o cualquier otro vecino. Tratará así de reforzar la idea de que él es el único que puede mantener el timón contra las amenazas exteriores y el único que puede garantizar la seguridad (al margen de su escaso éxito en estas materias, a tenor del trágico y creciente balance de víctimas registrado en el marco de la actual Intifada). En consecuencia, seguirá empeñado en presentarse como el líder necesario e insustituible para hacer frente a una situación de la que es, en gran medida, responsable.
Él, mejor que nadie, sabe que su liderazgo es extremadamente débil y que su declarada voluntad de agotar la legislatura, hasta 2007, no depende en absoluto de su propia voluntad. Su debilidad, más allá de su aparente imagen de fortaleza, es manifiesta en el seno de un gabinete en el que malamente conviven cuatro partidos que amenazan constantemente con provocar una crisis de gobierno- tanto por supuestas cesiones ante los palestinos como por medidas que puedan afectar a los intereses más inmediatos de algunos socios de coalición, cuyo poder se deriva del apoyo que encuentran en los sectores más fundamentalistas de la sociedad israelí. Lo es también en su propio partido, en el que se enfrenta permanentemente al reto que le plantea su actual ministro de finanzas, Benjamín Netanyahu, que se propugna abiertamente como sucesor y que se postula como el líder adecuado para aplicar definitivamente una mano dura para resolver el tema palestino, como si la que Sharon utiliza fuera blanda en algún punto. Si las investigaciones dan finalmente paso al inicio del proceso judicial correspondiente, Sharon podría verse incluso obligado a adelantar el acuerdo al que, tal como se comentó en el momento de constitución del actual gabinete, ambos habrían llegado para un relevo pacífico a mitad de legislatura. Por último, es también un gobernante socialmente débil, en la medida en que se incrementa el rechazo a su política en una ciudadanía cansada de la violencia diaria, a lo que se suma la crítica de altos representantes de los servicios de información y de las fuerzas armadas.
Ante este panorama, es difícil imaginar que quien se muestra empeñado en rematar por la fuerza una tarea que inició ya en los años setenta esté dispuesto a renunciar. Quien ha acumulado un currículo en el que se anotan actuaciones militares desautorizadas por sus superiores (Líbano), colaboración en masacres de civiles palestinos (Sabra y Chatila), promoción de la política de asentamientos (como ministro de vivienda en los años setenta) y decisiones como la actual construcción del muro, no parece probable que se detenga ahora por una tercera investigación judicial que considera condenada al fracaso. Por lo que respecta a los palestinos de los Territorios, esta situación no hace más que aumentar su preocupación por cuanto se saben objeto preferente de cualquier estrategia que, desviando la atención, conceda un respiro a Sharon para superar esta crisis puntual. Ojalá que los hechos desmientan, al menos esta vez, esas predicciones.