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Sharon cabalga de nuevo

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La permanente inestabilidad de la escena política israelí se ha visto acentuada hasta niveles inauditos con la decisión de Ariel Sharon de abandonar el partido Likud, que contribuyó decisivamente a crear hace más de treinta años, y su cargo de primer ministro, lo que coloca al país nuevamente en plena campaña electoral. Este gesto, lejos de ser interpretado como una retirada de quien a sus 77 años podría parecer derrotado frente a tantos enemigos internos y externos, es una indudable señal de batalla en toda regla para intentar mantener a toda costa su liderazgo.

Arik, como es conocido popularmente en Israel, abandona un Likud cada vez más extremista y empantanado en una feroz competencia interna en la que el exprimer ministro Benjamín Netanyahu parece el mejor colocado para sucederle, para seguir en la carrera desde su nueva cabalgadura, de nombre Kadima (Adelante). De poco sirven los primeros apuntes sobre la intención de voto de los israelíes para analizar lo que ocurra el próximo 28 de marzo, aunque todos puntan con insistencia a una victoria de Sharon. A la tradicional dificultad para adivinar de antemano sus intenciones se une ahora una situación sin igual en los casi cincuenta años de independencia de Israel. Con su decisión Sharon quiebra definitivamente el esquema político nacional, basado en la irregular alternancia entre los dos grandes partidos, tratando de ocupar una supuesta posición centrada entre los que niegan cualquier concesión a los palestinos (incluida la reciente retirada unilateral de Gaza) y los que, como el nuevo líder laborista, Amir Peretz, defienden la existencia de dos Estados netamente diferenciados y soberanos.

Como no podía ser de otra manera, y a pesar de las enormes grietas que se están produciendo en el país como efecto de una errónea política económica y social (el número de personas que viven por debajo de la línea de pobreza supera el millón), el tema palestino volverá ocupar el centro del debate. Eso implica que quizá no baste con atender a lo que digan los partidarios convencidos de cada bando, sino que haya que prestar más atención a lo que los palestinos, tanto en los Territorios Ocupados como en el propio Israel, perciban de la situación actual. Por un lado, queda por ver si los enemigos de la paz en el bando palestino repetirán los errores pasados, ejerciendo una violencia que incremente aún más las opciones de Sharon, o si, por el contrario, entenderán finalmente que esa misma violencia siempre se devuelve, notablemente incrementada, contra el pueblo palestino ocupado. Por otro, es fundamental analizar el papel de los llamados árabes-israelíes (en torno a 1,7 millones de los 6,9 millones de ciudadanos israelíes), puesto que su voto puede resultar vital para dilucidar finalmente si Peretz o Sharon pueden alzarse con la victoria.

Por lo que respecta a la agenda de los principales candidatos cabe imaginar que todos ellos se empeñaran en aparecer como promotores de la paz, sin poner en peligro los intereses vitales de Israel (en ese sentido Peretz es quien aparece en una posición más débil, tanto por su inexperiencia como por sus conocidas posiciones conciliadoras). Al mismo tiempo, intentarán presentarse como eficaces gestores, capaces de hacer frente con éxito al deterioro generalizado en el ámbito socioeconómico (y aquí, por el contrario son Sharon y Netanyahu quienes tendrán más difícil convencer a los votantes). En todo caso, al margen de la lectura interna de esta nueva situación, es inmediato concluir que las perspectivas de paz con sus vecinos se paralizan totalmente (sin que eso quiera decir que hubiera hasta ahora algún proceso en marcha entre Abu Mazen y el propio Sharon). El inicio de la carrera electoral descarta cualquier avance serio en la búsqueda de un entendimiento con las autoridades palestinas (aunque se pueda producir, tal como en su día intentó el entonces candidato laborista Ehud Barak, alguna oferta aparentemente atractiva pensada más para atraer el voto de los indecisos que para negociar realmente con los líderes palestinos). Por muy optimistas que sean en principio las expectativas de Sharon, no cabe caer en la confusión de un discurso interesado en hacer ver a este gobernante como un hombre de paz, decidido a encontrar una solución que satisfaga las demandas de ambos pueblos.

Por el contrario, y aprovechando la previsible escora del Likud hacia posiciones cada vez más extremistas (retroalimentando un planteamiento impulsado por el poderoso movimiento de colonos y por grupos ultraortodoxos), el responsable de una estrategia de fuerza mantenida en contra de cualquier lógica de paz (que incluye desde su responsabilidad personal en la matanza de Sabra y Chatila a la imparable profusión de asentamientos en los Territorios Ocupados desde los primeros años setenta, sin olvidar su provocadora visita a la explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000, su incumplimiento de los compromisos adquiridos en el marco del Proceso de Oslo o de la Hoja de Ruta ) cree estar ahora ante la posibilidad de despejar el horizonte a su favor. Se está rodeando para ello de sus aliados más fieles, lo que le asegura un mayor atractivo electoral, al tiempo que deja desmantelado su antiguo partido y tienta a otros que considera todavía útiles como reclamo electoral.

Como mínimas referencias para navegar en estas agua turbulentas hasta el próximo 28 de marzo, cabría recordar que: 1) Sharon lucha por su futuro político, le interesa acelerar el proceso para impedir que sus competidores tengan tiempo para darse a conocer a la opinión pública y articular una estrategia política; 2) el hecho de que Netanyahu, o cualquier otro posible líder del Likud, sea un reconocido enemigo de la negociación con los palestinos, no convierte a Sharon en una paloma , dispuesto a cumplir con la Hoja de Ruta o a empeñarse realmente en un dinámica de negociación que conduzca algún día a una solución global, justa y duradera; 3) los enemigos de la paz en ambos bandos tienen su propia agenda, y en su intento de evitar que se impongan opciones de negociación y conciliación de intereses tan divergentes pueden prestar un gran servicio al propio Sharon; 4) antes de las elecciones israelíes deberán celebrarse las palestinas, previstas para el 25 de enero, y sus resultados (con la probable irrupción de los representantes de Hamas en los órganos de poder palestino) provocarán un efecto de imprevisibles consecuencias que puede dar al traste con cualquier cálculo que ahora pudiera hacerse; 5) si, a pesar de todo ello, se produjera la victoria de Sharon, en ningún caso cabría interpretarla como una buena noticia ni para los israelíes, ni para los palestinos, ni para la anhelada paz en la región. La ciudadanía israelí tiene, en cualquier caso, la palabra.

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