Salir de Irak
(Para Semana, colombia)
No bastó la prensa a favor, ni la declaración del fin de la guerra a los pocos días de iniciada, ni las alianzas con la España de José María Aznar ni con la Inglaterra de Tony Blair, ni las victorias pírricas en Faluya; ni el despliegue de más de 140.000 soldados: Estados Unidos perdió otra guerra, tan costosa (si no más) tanto en términos militares como políticos, como lo fue la guerra de Vietnam y ahora le toca retirarse.
Luego de más de cuatro años, más de 3.600 muertos y más de 20.000 heridos propios, luego de más de 650.000 civiles iraquíes muertos, luego de todo esto, en el informe de este 12 de julio, del mismo Congreso de Estados Unidos deja a George Bush desnudo frente a su mayor fracaso. Pero el informe trata de presentar la tarea como lograda: instituciones en Iraq, fuerzas de Policía, procesos políticos en marcha, todo esto para abonar el terreno a una conclusión tan falsa como simple: como ya logramos un Iraq autónomo y en camino a la paz, nos retiramos para no molestar.
Los 138.000 miembros del nuevo ejército y los 188.000 de la nueva Policía no logran su cometido. La retirada progresiva de soldados estadounidenses de las calles y su reemplazo por las incipientes fuerzas de seguridad iraquí tampoco ha dado resultados. La nueva Policía aparece cada vez más responsable de violaciones de derechos humanos, así como de colaboracionismo con los grupos armados, corrupción e infiltración. La fuerzas iraquíes no controlan más de tres de las 18 provincias.
El libreto norteamericano parece haber sido: invadir y dar la guerra por terminada (mayo primero de 2003), como esto fracasó pues el paso siguiente fue presentar de otra manera la guerra: legitimarla vía ONU, comprometer a terceros países en el envío de más tropas y presentar a la resistencia simplemente como terrorismo internacional. Como esto también fracasó, entonces se da la iraquización: devolver el país descuadernado a los propios iraquíes, pero manteniendo las tropas como “aliadas” de los entonces autónomos iraquíes, crear un gobierno nacional y una Constitución. Lo cierto es que no hay ni democracia, ni unificación nacional, ni paz, ni justicia, ni prosperidad. Pero mantener las tropas con bajo perfil es otro fracaso. La esperanza de acercamiento a Siria y a Irán para la búsqueda de una salida a la guerra iraquí se diluyó. Sin plan B ni soluciones mágicas, Bush puso a pagar al pueblo iraquí el precio de su torpeza política.
La peligrosa tendencia de transferir toda la responsabilidad a los iraquíes (como lo sugiere el informe Baker-Hamilton de 2006) no es creíble: decir que la culpa de la violencia y hasta de la ocupación, es de los iraquíes mismos no cuela; lo demás, lo que ha venido de fuera, serían “solo ayudas”. Lo mismo pasó en Vietnam: no “perdió” Estados Unidos sino los vietnamitas del sur. Entre los iraquíes no hay fe en el ocupante. Una encuesta en agosto de 2005 mostraba que 82 por ciento rechazaban enérgicamente la ocupación, 72 por ciento no tenían confianza alguna en los ocupantes y sólo 1 por ciento consideraba que habían contribuido a mejorar la situación.
La campaña en Iraq prometió ser el comienzo de la construcción de paz en la región y exportación de democracia, pero la cosa no pinta bien en todo el Medio Oriente: Israel, antes más atrevido en el lenguaje frente a Irán ahora hace un giro hacía la modestia luego de su derrota ante Hizbollah; Hizbollah ha consolidado su poder en el sur del Líbano; Siria sigue controlando buena parte de la política interna del Líbano; Turquía piensa en una eventual guerra contra los kurdos del norte de Iraq que ya han realizado ataques cruzando la frontera; Irán sigue en su proceso de enriquecimiento de Uranio sin que haya como detenerlo; Hamas controlando Gaza busca cómo crecer en Cisjordania y la Autoridad Palestina para alejarse de Hamas no duda en aliarse con los asesinos de su propio pueblo: Israel y Estados Unidos.
Al Qaeda trata de hacer presencia en todo lado pero es el otro gran perdedor: Hizbollah lo rechazó durante su guerra con Israel, en Gaza nadie piensa en Osama Ben Laden (aunque la prensa diga lo contrario), y hasta la resistencia iraquí busca desmarcarse en los hechos y en el discurso de Al Qaeda.
Más allá de la región el frente de Afganistán es de nuevo noticia, el silencio de las continuas hostilidades entre 2002 y 2006 buscaba tapar algo que ya no aguanta más: la guerra en Afganistán no se ha acabado, salvo Kabul, la capital afgana, el resto de Afganistán no ha dejado de estar bajo el control de los llamados “señores de la guerra”. Queda, de toda esta tendencia, Guantánamo y una grave crisis del derecho humanitario, tanto por la muerte sistemática de civiles en Iraq, sur del Líbano y Afganistán, como por la institucionalización de la tortura (en Iraq) y de cárceles secretas (en la propia Europa).
El choque de civilizaciones y la llamada guerra contra el terrorismo no fueron una buena excusa para invadir Iraq, pero de seguro son ahora una excelente consecuencia, para beneficio precisamente de Osama Ben Laden. La guerra contra el terrorismo y el choque de civilizaciones son solo dos promesas autorrealizadas, que se hacen realidad en su propio juego de intereses, pero que no existen fuera de ellos.
¿Cómo tratará Estados Unidos de superar su fracaso? Una nueva aventura en Irán es poco probable por el inminente triunfo del partido demócrata y el desprestigio del fracaso en Iraq; ¿Venezuela? Tan aventurado como irresponsable; ¿Corea del Norte? Ya las negociaciones consiguieron aflojar la arrogancia de su pintoresco presidente; ¿Nepal? Ni queda cerca ni tiene petróleo; pero ya encontrarán, sin duda, ya encontrarán.
¿Palestina? No está mal, pero no como guerra sino como propuesta de paz; como en el viejo chiste de quien pierde las llaves en un lugar oscuro pero las busca en el lugar iluminado precisamente porque hay luz, Bush se lanza a recuperar los votos republicanos perdidos en Iraq mediante la guerra, a través de una estrategia en Palestina hablando de paz. Pero con todo y eso, les toca salir de Iraq.