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Rusia-UE, ahora o nunca

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Ahora que el verbo refundar está de moda (la economía mundial, el nuevo orden internacional…) la cumbre entre la UE y Rusia, en Niza, debería también subirse al carro de la renovación y convertirse en una buena ocasión para sentar las bases que marquen las futuras relaciones entre Bruselas y Moscú. Como una muestra bien clara de que la realpolitik ha terminado por imponerse sobre cualquier otra consideración, los Veintisiete se han puesto de acuerdo, por fin, para reanudar las negociaciones con Rusia y firmar un nuevo convenio de cooperación. En el camino han quedado superadas las reticencias de algunos de sus miembros (sobre todo de Lituania, pero también de algunos países ruso-escépticos, como algunos escandinavos, Gran Bretaña, Polonia, Letonia y Estonia) y olvidado el efímero castigo diplomático impuesto a Moscú tras los excesos rusos en la guerra del Cáucaso.

Aprovechando que Bush ya no cuenta, Putin-Medvédev sueñan más que nunca con imponer su propio tempo y su propia visión del mundo, y querrán sacar partido de este periodo que abre la historia para intentar que el rostro de la Unión Europea gire más hacia el este que hacia el Atlántico. Así cabe entender, por ejemplo, su iniciativa de crear una nueva arquitectura de seguridad europea, propuesta por el presidente ruso este pasado verano. Parece que se ha abierto la veda del multilateralismo, donde el que no corre vuela, y en ese contexto Moscú está intentando aprovechar la coyuntura internacional, la crisis mundial y la llegada de Barak Obama para forzar la marcha atrás en medidas que, en privado, califican como las “tercas” iniciativas de la era republicana (como el famoso escudo antimisiles, verdadera obsesión en el Kremlin y la Casa Blanca rusa). Baste como prueba de ello el reciente anuncio de Medvédev de la decisión rusa de instalar misiles Iskander en Kaliningrado, justo un día después de la victoria electoral de Obama, como un claro mensaje de bienvenida hostil dirigido a la nueva administración norteamericana.

Todavía no sabemos lo que opina Obama de las pretensiones rusas ni cual será su respuesta, pero parece que la UE (tal vez escarmentada tras la experiencia de la guerra de Georgia) se ha dado cuenta de que los Iskander y el Cáucaso no son lo más urgente para Europa y que los asuntos trasatlánticos no deben bloquear lo básico. Bruselas toma ahora la iniciativa para empezar a hablar con una sola voz con Moscú y coger el toro por los cuernos: hay que reanudar las negociaciones para un nuevo acuerdo de cooperación y resolver asuntos tan vitales y urgentes para la Unión como la energía (muchos de sus miembros dependen en porcentajes muy significativos del gas ruso), el comercio o la ecología. De hecho, ya había prisa por tratar estos asuntos antes de la guerra de Georgia, cuando Francia se fijó como objetivo reemprender las negociaciones con Rusia antes de finalizar su presidencia de turno de la Unión (el anterior convenio se firmó en 1997 y expiró el año pasado). El tiempo apremia también porque estamos en medio de una crisis mundial y en su solución debe participar imperativamente Rusia, miembro del G8. Y más allá de los asuntos energéticos y económicos, hay que seguir hablando con Moscú para resolver los conflictos de Oriente Medio, Irán, Corea del Norte, o los enquistados del Cáucaso.

Para España, la cumbre de Niza toma especial relevancia tras el anuncio del gobierno ruso de hacerse con el 20% que Sacyr tiene en Repsol a través del gigante ruso de la energía, Gazprom, en un paso más en su asalto a Latinoamérica (donde Repsol tiene importantes intereses). Ésta es una muestra más de que Rusia se mueve con creciente confianza en el nuevo contexto mundial y de que está dispuesta a utilizar todos los medios a su alcance para defender sus intereses y volver a ocupar un lugar entre los poderosos. Ahora le toca a España esquivar como pueda los apetitos de la poderosa y estatal Grazprom (la primera compañía gasística del mundo), conocida por sus cortes de suministro a Ucrania y Bielorrusia y convertida en una de las principales armas del Kremlin para lograr sus objetivos políticos. En estas condiciones, el Gobierno español tendrá que hacer malabarismos para sortear el toro ruso en este nuevo ruedo globalizado.

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