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Revienta Irak en un mar de petróleo

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(Para Radio Nederland)
Cabe recordar que el punto central de la nueva ofensiva militar decidida por George Bush es el control de Bagdad, con intención de hacer visible su voluntad inquebrantable de permanecer en el país y de demostrar que Estados Unidos (con la ayuda de las fuerzas iraquíes lideradas por Al Maliki) tiene el poder suficiente para limpiar de enemigos esa ciudad y para mantener en ella el orden. Sin embargo, si el pasado 3 de febrero, en un atentado de similares características, murieron 135 personas en el mercado de Sadriya; ahora ese mismo escenario ha visto como eran asesinadas otras 140. Ese mercado está localizado en el corazón de las zonas de mayoría chií de la capital (en plena Ciudad Sader) y el hecho de que precisamente allí haya ocurrido una tragedia de estas dimensiones (a la que se suman otros tres atentados ese mismo día, con unas 50 víctimas mortales), en medio de una ofensiva global, vuelve a dejar claro que por esta vía ni se ha logrado reducir la capacidad operativa de los violentos (sean del signo que sean), ni mucho menos imponer una normalización en la vida capitalina (ni en el resto del país).

Nueve semanas después de la puesta en marcha de la ofensiva no hay síntomas de que el plan esté dando los resultados imaginados por Bush y Al Maliki. Los grupos violentos chiíes, incluyendo al Ejército del Mahdi, liderado por un crecido Muqtada al Sader, han optado en muchos casos por desaparecer momentáneamente de la escena. Esto puede dar una falsa impresión de derrota, cuando en realidad tiene más sentido interpretarlo como un movimiento que evita el enfrentamiento directo con las tropas estadounidenses que ahora patrullan la capital, dejando tiempo para estudiar sus movimientos con vistas a futuras acciones contra ellas, al tiempo que trasladan el frente a otras localidades del país, manteniendo así un alto nivel operativo. Los grupos suníes, mientras tanto, siguen incrementando sus acciones violentas para mostrar su voluntad de no quedarse definitivamente marginados en el reparto del pastel nacional (tanto en el marco político como en el económico) que se está perfilando en estas semanas.

Un elemento importante de este reparto viene dado por el proyecto de nueva ley de hidrocarburos, ya aprobado por el gabinete ministerial y ahora en trámite parlamentario. Nadie quiere quedarse fuera de ese juego, conscientes de que se trata del elemento central para disponer de bazas de futuro, tanto si el país se mantiene unido como si finalmente se fragmenta en tres entidades (kurda, suní y chií). Quien, de momento, parece acumular más ventajas es la minoría kurda (a la que aún les falta completar la apuesta con el control de Kirkuk) y la chií (asentada ya en Basora y con expectativas serias en la zona central, alrededor de Bagdad). Los suníes, sin embargo, no controlan ninguna de las zonas importantes desde la perspectiva energética, y de ahí su insistencia en forzar los acontecimientos para mostrar su deseo de no quedar al margen del reparto.

En esa línea acaba de darse a conocer un dato que puede modificar sustancialmente el panorama energético iraquí y, por tanto, las posiciones y el comportamiento de los actores directamente implicados en la crisis actual. Según estimaciones de la empresa IHS , con casi cincuenta años de experiencia en la provisión de datos técnicos para la industria, habría que añadir unos 100.000 millones de barriles de petróleo (y significativas cantidades de gas) a los 116.000 millones que se manejan habitualmente como reservas probadas de Iraq. Ése el resultado más notable del Atlas de Iraq, estudio realizado durante este último año por la citada empresa utilizando los más modernos métodos de detección y exploración, que se dará a conocer el próximo 9 de mayo.

Eso convierte a Iraq en el segundo país del mundo por volumen de reservas, superando a Irán, lo que lo hace aún más importante no sólo para los actores internos que compiten por el control del poder nacional, sino también para quienes desde fuera (con Estados Unidos a la cabeza) intentan dominar a Iraq y al resto del Golfo Pérsico. Si bien esto puede disparar aún más la competencia (y, por tanto, la violencia), también cabe entenderlo como un factor que puede facilitar el encaje de los diversos intereses en juego. Ese nuevo maná está principalmente localizado en el Desierto Occidental, una zona con baja densidad de población en la que precisamente los suníes son mayoría.

A día de hoy parece claro que nadie domina la agenda ni tiene la capacidad de imponer su plan a los demás. Cabe prever que tanto Estados Unidos como Irán sigan dirimiendo una parte considerable de sus diferencias en territorio iraquí, utilizando a sus peones intermediarios. También es previsible que Al Qaeda siga aprovechando la situación para reforzar su capacidad operativa (utilizando Iraq a modo de laboratorio para impulsar la segunda oleada de terrorismo salafista yihadista que ya asoma con fuerza en el Magreb y otros rincones del planeta). Mientras tanto, Al Maliki se limita a ordenar el arresto del coronel iraquí encargado de la seguridad del mercado de Sadriya y coloca a Iraq, como señala Amnistia Internacional, como el cuarto país del mundo por número de penas de muerte ejecutadas. ¿Es ése el camino hacia un Iraq democrático y seguro?

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