Reflexiones entorno al “Katrina“ y a Francia
La denominada “curva de Laffer” desarrollada por el economista norteamericano Arthur B. Laffer hacía referencia a la aplicación gráfica de la argumentación siguiente: la disminución de impuestos en una economía determinada es un estímulo para el trabajo y la producción. Esta argumentación nacía de las concepciones neoliberales emergentes y se basó en la noción de que el aumento de impuestos no tenía porqué producir un aumento en el volumen de la recaudación de los mismos. Además, había un punto en el que aumentar más los impuestos provocaría una presión fiscal de tal magnitud que los ingresos recaudatorios disminuirían, en lugar de aumentar. Este razonamiento, muy brevemente descrito, fue, precisamente, la base de la política económica inicial del presidente Reagan en los Estados Unidos en los años ochenta, teniendo en cuenta, también que el señor Laffer fue miembro del President Reagan’s Economic Policy Advisory Board y del Executive Committee of the Reagan/Bush Finance Committee , y que tuvo en Margaret Thatcher a una fiel aliada y en los posteriores gobiernos conservadores franceses a importantes seguidores. Todo esto traducido, de una manera aproximativa, no era más que la tendencia a reducir la presión fiscal y el volumen de gasto público a favor de dejar más espacio al mercado. En definitiva, reducir el poder del Estado, el de la esfera pública, a favor de la esfera privada. Por tanto, los servicios públicos habrían de ser, en la medida de lo posible, reducidos a la mínima expresión para que “lo público” no distorsione el mercado y deje actuar a la “mano invisible” de Adam Smith, y al igual que pensaba el gran economista escocés a fines del siglo XVIII, tratar de enmarcar y limitar la actuación del Estado a tres ámbitos básicos: la seguridad interior o actividades de “policía”, la defensa nacional o actividades de “guerra”, y a la asistencia social básica o actividades de “caridad”.
En este contexto de los ochenta, en que se plantea la ausencia de política económica como la mejor política económica, hay un impulso importante del humanitarismo entendido de manera similar al concepto clásico de caridad. Las política sociales de atenuación de los efectos o “fallos” de la economía de mercado y del sistema capitalista que cristalizaron en el denominado Estado de Bienestar, dan paso, progresivamente, a una liberalización de los mercados y a una privatización de los servicios sociales. Además, la falta de referentes políticos y económicos de corte heterodoxo, no oficialista, debido a la caída en desgracia de las teorías marxistas y neomarxistas tras el desplome del régimen soviético llevan a que, en cierta manera, se lleguen a subcontratar, por parte del estado, ciertos servicios sociales, cuando no ceder directamente la gestión de los mismos a organismos privados.
En este proceso de “trasvase” de competencias sociales hay un agente, que aún no siendo de nueva aparición, cobra gran fuerza y, en algunos casos redefine su papel y sus funciones como son las denominadas ONG.
Resulta revelador que en un período de auge de las teorías neoliberales, en un contexto de decadencia del Estado del Bienestar y de quiebra técnica de las economías de planificación central, hayan sido, precisamente las ONG uno de los agentes con un mayor impulso y desarrollo en las economías de la OCDE y que en cierta manera, hayan provocado un cierto efecto sustitución respecto de las funciones que les son propias al estado. Más aún, la aplicación de las políticas económicas emanadas del denominado “Consenso de Washington” y de los Planes de Ajuste Estructural auspiciados por el Fondo Monetario Internacional y el grupo del Banco Mundial para países empobrecidos con un grave problema de deuda ha estimulado, en muchos de estos países, a partir de los ochenta, el desmantelamiento o desaparición, en unos casos, y la fuerte reducción, en otros, de la escasa cobertura social existente en los mismos.
No es este breve análisis una crítica de la gestión de las ONG, que en muchos casos es brillante, sino de los efectos que teorías o tendencias del estilo de la “curva de Laffer” pueden tener sobre la cobertura social que las distintas administraciones públicas deben proveer a la sociedad. Dichos efectos suelen tener especial incidencia, precisamente, sobre los segmentos de la población con menos recursos y que, por tanto, no pueden acceder a servicios sociales privados. Además, estos efectos pueden socavar de manera importante la paz social en determinados momentos.
La gestión de la asistencia a las víctimas del desastre provocado por el paso del huracán Katrina en Estados Unidos sería un buen ejemplo de ello, con la, parecer ser, lenta respuesta y la descoordinación provocada por la reducción, sobre todo, de fondos públicos destinados a la prevención y la protección civil. Asimismo, la recepción de ayuda humanitaria internacional por parte del Estado más rico del planeta, en términos de PIB, parece ser un hito histórico por cuanto éste no fue capaz de movilizar por sí mismo los recursos necesarios para la gestión de la crisis, al mismo tiempo que en Wall Street las sesiones bursátiles se abrían cada día no distorsionando, así, el mercado financiero.
Otro ejemplo significativo lo encontraríamos en graves altercados que están teniendo lugar hoy mismo en muchas de las calles de algunas ciudades francesas, donde, ya no sólo la reducción de los servicios sociales estatales, sino la reducción de los fondos destinados a ONG locales, parecen estar entre algunas de las causas de la violencia desorganizada que ha estallado en el vecino país. Violencia, siempre injustificada y condenable, que tiene su origen en los barrios de los extrarradios urbanos y es ejecutada y mayoritariamente sufrida por los habitantes de dichos barrios.