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Recordando Srebrenica, 1995

Autor: Javier Clemente – Fotógrafo y autor del libro “1995. Recordando Srebrenica”

Yugoslavia fue una federación de Estados que se formó después de la II Guerra Mundial. Bajo el mando del mariscal Josip Broz Tito, Yugoslavia integraba Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro, Kosovo (actualmente con un reconocimiento internacional limitado) y la República de Macedonia. Los diferentes intereses de los integrantes de aquella Yugoslavia desembocaron en la Guerra de los Balcanes. El conflicto obedeció a causas políticas, económicas y culturales, así como a la tensión religiosa y étnica. El conflicto fue fugaz y Eslovenia fue la primera, en 1991, en autoproclamarse independiente. Tras la proclamación de independencia de Eslovenia muy pronto Croacia intentó seguir la misma senda. En este nuevo conflicto violento se enfrentaban, por un lado, el Ejército Croata y, por el otro, el Ejército Popular Yugoslavo. Finalmente, en 1995, Croacia se independizó también de Yugoslavia.

Pero ya en 1991, el conflicto que se había iniciado en las dos primeras repúblicas llegó también a la región de Bosnia y Herzegovina, en donde se vivirían dos conflictos, uno inmerso en el otro, y por parte de tres facciones: los serbios de Bosnia y Herzegovina, los croatas de Bosnia y Herzegovina y los bosnios musulmanes de Bosnia y Herzegovina. Diferían principalmente por su confesión, estando divididos en tres religiones dominantes: ortodoxa, católica y musulmana respectivamente. Fue, con diferencia, el conflicto más sangriento de las Guerras de Yugoslavia, con episodios de limpieza étnica tan relevantes como la masacre de Srebrenica y de Ahmici. Asimismo, importantes ciudades como Sarajevo y Mostar fueron asediadas y devastadas durante años. Se estima que alrededor de cien mil personas murieron de forma violenta.

El genocidio de Srebrenica, el capítulo más oscuro en la Europa de la Posguerra Fría, se remonta al verano de 1995, cuando después de casi tres años de asedio, el general serbobosnio Ratko Mladic ordenó el ataque final contra 40.000 civiles musulmanes de la ciudad, en la Bosnia Oriental, de los cuales la mitad eran refugiados de la zona declarada «segura y protegida por las Naciones Unidas».

En el Memorial y Cementerio de Potocari, a las puertas de Srebrenica, hoy están sepultadas muchas de las víctimas exhumadas de las fosas comunes. Pero aún hoy muchos de los restos de estas víctimas están dispersos en los bosques y fosas de la zona.

Los libros de historia están repletos de genocidios y masacres por motivos, en la mayoría de los casos, territoriales que encierran siempre problemas étnicos: desde la romanización hasta la conquista de América, pasando por la invasión del imperio mongol al mando de Genghis Khan y otros más actuales como el genocidio armenio (1915-1923), el Holocausto (1933-1945), la revolución cultural de Mao Tse Tung (1949-1969), Pol Pot y los Jemeres Rojos (1975-1979), Ruanda (1994)… Y desgraciadamente Srebrenica (1995) no supone el final de ese largo listado de barbaridades.

“El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, Confucio es el autor de ésta aparentemente simple reflexión que encierra gran sabiduría. En realidad, es aterradora la veracidad de esta frase, en una secuencia infinita que lleva a destruirnos los unos a los otros en guerras que tienen tanto o menos sentido que las que provocaron Napoleón, Alejandro Magno y tantos otros. Nuestra historia se repite una y otra vez, pero seguimos sin aprovechar sus lecciones.

Parece acertado reconocer que la diversidad cultural es una de las causas de terribles conflictos. Es posible que sean las particularidades las que enfrentan a unos grupos con otros, las causantes del racismo, de las «limpiezas étnicas» o de los genocidios. Pero no sería honesto culpar a la diversidad cultural de ser el origen de los conflictos, cuando en muchas más ocasiones son los intentos de suprimir la diversidad lo que genera los problemas, cuando se exalta «lo propio» como lo único bueno, lo verdadero, y se mira a los otros como infieles a convertir, si es necesario por la fuerza. O cuando se considera que los otros representan «el mal», la causa de nuestros problemas y se busca «la solución» en su aplastamiento. Los enfrentamientos no surgen porque existan particularismos, no son debidos a la diversidad, sino a su rechazo, a la imposición por la fuerza de “nuestro” derecho sobre el de otros.

La barbarie es una crueldad que proviene de la ignorancia, de la estupidez, del error, de la superstición, de las preocupaciones; en una palabra, de la falta de educación, instrucción y talento. La guerra y los conflictos que azotaron la Antigua Yugoslavia, las masacres ocurridas entonces, el racismo y la xenofobia que los impulsaron nos obligan a utilizar este término cuando se habla de hechos como el que se rememora aquí. Limpiezas étnicas, genocidios, violaciones en masa y campos de concentración en pleno corazón de Europa. El conflicto de Bosnia-Herzegovina, que despertó al “viejo continente” a un horror que creía haber dejado atrás, fue la más sangrienta de las guerras de desintegración de la Antigua Yugoslavia, en la que se llevaron a cabo los peores crímenes en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

En el genocidio de Srebrenica, los serbios de Bosnia asesinaron a 8.372 personas de etnia bosnia musulmana. Aunque se buscaba supuestamente la eliminación de los varones bosnios musulmanes, la masacre incluyó el asesinato de niños, adolescentes y ancianos, con el objetivo de conseguir la limpieza étnica de la ciudad. Y esto se produjo en una zona previamente declarada como «segura» por las Naciones Unidas, ya que en ese momento se encontraba bajo la “protección” de 400 cascos azules neerlandeses. El proyecto “1995. Recordando Srebrenica” es un recuerdo a todas las víctimas de la crueldad y la barbarie, al genocidio perpetrado por las fuerzas serbias el 11 de julio de 1995 en Srebrenica. Aquellos horrores nunca podrán rectificarse. Fotografiar y documentar el lugar donde ocurrió uno de los capítulos más tristes de nuestra historia moderna servirá como un doloroso recordatorio de lo ocurrido aquel verano, esperando que jamás se reviva algo semejante.

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