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Reconstrucción de Haití: el papel de América Latina

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Mathew Marek

(Para Radio Nederland)
Cinco meses después del terremoto que asolara Haití el mes de enero pasado, se pone en marcha la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH).

Este mecanismo fue creado en las sucesivas reuniones de donantes para coordinar las tareas de la llamada «refundación» del país.

La creación de este organismo, copresidido por el primer ministro haitiano Jean Max Bellerive y el ex presidente estadounidense Bill Clinton, ha sido desde su creación objeto de polémicas en la propia sociedad haitiana pero, al menos, hoy podemos decir que sus trabajos, previstos para 18 meses, han comenzado el día 17 de junio. Y los augurios al día de hoy, vistos los problemas para fijar la composición del organismo y la lentitud en los desembolsos prometidos, son preocupantes.
 
Desde que la comunidad internacional se planteara dedicar especial atención a los procesos de rehabilitación posbélica o posdesastre, cada uno de ellos ha tenido características particulares y la arquitectura de los mismos ha sido muy variada. El balance de estos procesos, desde el huracán Mitch hasta el tsunami asiático o los conflictos en los Balcanes o los países de África del Oeste, es muy desigual, pero en todos ellos las diferencias entre lo previsto en los foros internacionales de donantes y la realidad final sobre el terreno ha sido enorme. Al ritual de las solemnes promesas en las conferencias internacionales, suele seguir la constatación de que la realidad en el terreno es mucho más compleja y que, por tanto, los resultados son mucho más lentos de lo previsto. En cualquier caso, las grandes sumas de dinero que se manejan en estos procesos hacen que instituciones de todo tipo, y por supuesto las empresas, traten de tomar posiciones en ellos. Para muchos la reconstrucción abre excelentes posibilidades de negocio y solo así se explican ciertas posiciones.

En el caso de Haití se decidió que la coordinación de la reconstrucción recayera sobre la CIRH y se basara en la constitución de un fondo fiduciario gestionado por el Banco Mundial. Pero poco más se ha concretado sobre los sistemas concretos de gestión de estos fondos. La composición mixta de la CIRH, compuesta por representantes de los organismos y países donantes y el gobierno y la sociedad haitiana, trata de reflejar el compromiso compartido de unos y otros, pero es al mismo tiempo una muestra de la desconfianza con que la comunidad de donantes ve a las instituciones haitianas. Además, el hecho de que se decidiera que solo podrían participar en la CIRH aquellas instituciones o países que aportaran más de 100 millones de dólares al proceso, ha hecho que los países latinoamericanos queden fuera del organismo y tan solo estén representados por la OEA y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Y eso plantea ciertas incertidumbres y problemas.

En efecto, al margen de las contribuciones económicas directas o de los compromisos adquiridos en los diversos foros, muchos países de América Latina han jugado y juegan un rol fundamental en Haití en numerosos sectores y pueden ser claves en el proceso de reconstrucción. En primer lugar y muy singularmente la República Dominicana que en todo el tiempo transcurrido desde el terremoto ha modificado su visión respecto a su vecino y se ha comportado con una enorme solidaridad. Evidentemente, para el presidente dominicano Leonel Fernandez el asunto no es fácil ya que afecta también a numerosos aspectos de su política interna, pero sea dentro o sea fuera de la CIRH el rol protagonista de la República Dominicana debiera ser reconocido, más allá de las meras declaraciones diplomáticas.

En segundo lugar los países que aportan tropas a la Misión de Estabilización de Naciones Unidas (MINUSTAH), cuyo papel, pese a haberse visto minusvalorado por la exagerada presencia de fuerzas militares de Estados Unidos y, en menor medida, de otros países tras el terremoto, es fundamental y lo seguirá siendo mientras dure su mandato. Brasil, Argentina y Chile (el llamado ABC) y otros países latinoamericanos en menor medida, llevan impulsando en Haití acciones de cooperación que complementan su compromiso en el componente militar o policial de MINUSTAH y cuentan con experiencia y conocimiento del terreno que puede ser de mucha utilidad en estos momentos. Han desarrollado, además, iniciativas de cooperación Sur-Sur y de cooperación triangular que les sitúan como socios fiables en el país.

En tercer lugar, pero no menos importante, otros países miembros del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) como Cuba y Venezuela que realizan desde hace tiempo acciones en Haití de un gran impacto. Cuba en el ámbito de la salud y de la formación de técnicos y profesionales, entre otras, y Venezuela que se ha comprometido al envío de petróleo en cantidades muy importantes de manera gratuita. De confirmarse los compromisos, la aportación de Venezuela sería, en términos reales, mucho mayor que la de la mayor parte de miembros de la CIRH.

Por último habría que citar la enorme sensibilidad que la reconstrucción de Haití ha despertado en el conjunto de la sociedad civil latinoamericana y en el creciente movimiento de ONG en el continente.
Evidentemente, entre los países del ALBA y los que aportan contingentes militares a MINUSTAH existen desacuerdos en lo que tiene que ver con el carácter de la intervención internacional en Haití, o el liderazgo de los Estados Unidos y la propia figura del ex presidente Clinton. Pero unos y otros comparten un interés genuino en la necesidad de fortalecer el estado haitiano y de contribuir a la reconstrucción y el desarrollo (y esto se ha repetido hasta la saciedad estos meses) del que es el país más pobre del continente. Y eso se ha reflejado en posiciones de UNASUR y del conjunto de países de la región. Y el resto de la comunidad internacional debería alentar esta participación y dejar de lado viejos intereses neocoloniales o posiciones basadas en meras cuestiones migratorias o de seguridad.

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