Reconstrucción con el pueblo de Haití
En la actualidad, nuestro mundo es testigo del incremento y agravamiento de los desastres naturales así como de la presencia de situaciones de vulnerabilidad provocadas por la complejidad de los conflictos armados o situaciones de pobreza. En este sentido, el año 2010 ha marcado un antes y un después en la historia de Haití, que ha sufrido una de las catástrofes naturales más devastadoras y letales en la historia de la humanidad: el terremoto de 7,3 grados en la escala de Richter, que tuvo lugar el 12 de enero, a las 16:53 hora local, con el epicentro a 17 kilómetros de la capital, Puerto Príncipe. El seísmo dejó al descubierto la débil situación que dicha nación arrastraba desde hacía décadas, ya caracterizada por ser un “Estado fallido” y el país con mayor nivel de pobreza de América Latina (“con un 78% de la población viviendo con menos de 2 dólares al día”)(1)
Dadas sus características y la vulnerabilidad de la isla, cifras oficiales de la Protección Civil Haitiana indican que unas 300.000 personas perdieron la vida(2) y, en total, una cuarta parte de la población se vio gravemente afectada por el desastre. Como consecuencia de la destrucción de sus hogares, actualmente un millón y medio de haitianos viven en campamentos improvisados y aproximadamente 20 millones de metros cúbicos de escombros asolan el país, sin contar con la epidemia de cólera y sus nefastos efectos a finales de año, causando cerca de 2.500 muertes y 115.000 personas contaminadas(3).
El impacto y el grado de destrucción de un Estado tras un terremoto de tal índole no sólo debe medirse a partir de la magnitud y las consecuencias del desastre sino, en especial, a partir del grado de empobrecimiento que presenta el país, que viene determinado por decisiones y acciones humanas que han llevado a que la población viva en dicha situación de pobreza. Durante siglos, sus habitantes han sido testigos de la configuración de la isla, etiquetada por su pasado colonial y un gran número de injerencias occidentales e invasiones por parte de las potencias del Norte ansiosas por defender sus intereses y buscar su propio enriquecimiento, bien alejado del fomento del bienestar de los haitianos y de reformas que demandaba la nación.
Factores como persecución, dictaduras, violencia y corrupción interna, declive económico, escasez de infraestructuras y servicios sociales, desempleo, desigualdad social (entre la población negra criolla y un porcentaje reducido de población mulata de habla francesa que cuenta con la mitad de la riqueza del país) y deforestación, constituyen los elementos clave que entran en juego para entender la fragilidad de un Estado que ha conducido a grandes olas migratorias de los más capacitados hacia otras naciones en busca de mejores condiciones de vida. A todo ello, se suma la vulnerabilidad ambiental de la isla ante posibles seísmos y huracanes, además de tormentas tropicales e inundaciones que afectan, en gran medida, a la agricultura del país (economía de subsistencia de la que dependen dos tercios de la población). He aquí una suma de variables que hicieron que, el 11 de enero de 2010, Haití ya se caracterizara por ser una nación pobre, con ausencia de Estado y aplicación de políticas inadecuadas que provocaron la fractura de una sociedad desconfiada y expectante del porvenir que les aguardaba.
Una respuesta insuficiente e inadaptada
La ayuda humanitaria contribuye a salvar vidas, proteger la integridad de la persona, aliviar el sufrimiento humano, así como cubrir necesidades básicas. En Haití, durante los primeros momentos tras el terremoto, la respuesta humanitaria se centró en operaciones de rescate que la propia población haitiana decidió emprender, pues la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (MINUSTASH) y el Gobierno Haitiano quedaron afectados por el desastre.
Asimismo, la respuesta de la comunidad internacional en lo que respecta a envío de ayuda humanitaria de emergencia y a promesas de ayuda dirigidas a la reconstrucción del país fue rápida. España, por su parte, ocupó una posición destacada como donante, colaborando, de forma activa, a las demandas de los organismos del sistema de Naciones Unidas y fomentando programas de financiación a ONG(4). Sin embargo, y de manera general, la respuesta humanitaria se vio ensombrecida por una serie de dificultades, como la destrucción de los medios de transporte y de comunicación y la inseguridad que azotaba la isla. La actuación internacional fue inmediata pero descoordinada. Asimismo, la inexistencia de un plan de contingencia y la falta de alineación de los principios de la acción humanitaria, la excesiva militarización de la ayuda por parte de la comunidad internacional, así como la inexperiencia de numerosos actores humanitarios dificultaron la respuesta.
De este modo, a pesar de la gran dimensión de la respuesta humanitaria por parte de la comunidad internacional, que ha contribuido a salvar vidas así como a satisfacer y cubrir necesidades básicas, el balance sobre lo ocurrido, a día de hoy, es negativo. Quince meses después del terremoto, muchos haitianos no perciben el comienzo de la reconstrucción del país, pues todavía viven en refugios de manera provisional y sus condiciones de vida no han mejorado. Asimismo, la situación se ha visto agravada, dada la lentitud de las tareas de reconstrucción con el retraso en la reparación y mejora de los sistemas sanitarios, así como la falta de acceso a agua potable y saneamiento, que han causado la expansión del brote de cólera, convirtiéndolo en una grave epidemia. Esto, vinculado a la ineficacia y poca credibilidad del presidente René Préval y a la falta de cumplimiento de los actores internacionales, han constituido el origen de la paralización de las actividades de reconstrucción.
Dicho esto, la situación de crisis desencadenada constituye un nuevo desafío para los propios haitianos, para la agenda internacional y para la comunidad de actores humanitarios, que muestran su afán por reconstruir el Estado y conseguir un futuro mejor, con nuevas oportunidades para la población haitiana a partir de un desarrollo sostenible mediante cambios estructurales necesarios.
Son numerosos los retos a los que Haití debe hacer frente: la presencia vital de un gobierno legítimo, la participación de los actores locales en la toma de decisiones y en la vida pública, el fortalecimiento del Estado, así como el fomento y cobertura de los bienes y servicios básicos (salud, agua y saneamiento, educación, seguridad alimentaria). Y, todos ellos, no se pueden abordar sin una clara “voluntad política”, que garantice un proceso de descentralización en el país, la seguridad humana así como la igualdad de derechos y oportunidades para todos los haitianos. Estos constituirán los principales elementos para la refundación de Haití, a los que añadiremos, la ayuda y coordinación de la comunidad internacional y los principales protagonistas: el pueblo, los organismos y las instituciones haitianas. Dicha implicación contribuirá a potenciar los proyectos de futuro de los haitianos, creando conciencia de comunidad y ciudadanía para llevar acabo iniciativas vinculadas al desarrollo local y sostenible, fomentando el diálogo así como la participación política y social. La implicación de la sociedad civil es y será, por lo tanto, imprescindible, porque debe aportar las capacidades, conocimientos y visión de la realidad, la cultura y costumbres, experiencias y códigos éticos que permitan la creación de un mejor futuro para Haití.
Aunque queda todavía mucho por hacer, mediante compromiso, esfuerzo, dedicación, respeto y coordinación, el sueño de los haitianos puede hacerse realidad. Y, todo ello, con la presencia de un nuevo Gobierno, liderado por Michel Martelly, que obtuvo un 67,57% de los sufragios y comenzará su trayectoria política con el objetivo de dirigir y guiar la reconstrucción del país durante el mes de mayo, sustituyendo a Préval.
Ya decía Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”…
Notas:
1. Banco Mundial. URL: http://go.worldbank.org/GBXI5JKM50