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Reacciones al Documento de Ginebra

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(Para Radio Nederland)
Desde su filtración el pasado día 12 de octubre, la noticia de la existencia de un texto negociado entre altos representantes políticos que apunta a una solución global, equilibrada y justa para el grave problema que enfrenta a Israel y a los palestinos, ha ido generando esperanzas en quienes vislumbran la posibilidad de un cercano fin del conflicto y un rechazo frontal, nada sorprendente, por parte del gobierno de Sharon. El llamado Documento de Ginebra, más allá de lo que el destino le depare como base de un futuro acuerdo es importante por varias razones:

– En primer lugar por mostrar que aún en periodos tan oscuros como el actual, tras más de tres años de Intifada y con un clima de violencia que parece conducir al suicidio colectivo, existe la voluntad para imaginar escenarios distintos al actual. Durante más de 18 meses, y con el apoyo explícito del gobierno suizo, se han desarrollado múltiples encuentros para explorar, y encontrar, vías de salida a los asuntos más espinosos del contencioso que enfrenta a palestinos e israelíes: Jerusalén, asentamientos, refugiados, fronteras y naturaleza política de la entidad palestina. En definitiva, en lugar de centrar la atención en asuntos de mera gestión o de resolución de temas coyunturales, en el marco de nuevos periodos transitorios (tal como se acordó en Oslo), se ha entendido que es necesario y posible encarar sin más dilaciones los asuntos que constituyen el núcleo fundamental de las diferencias.

– El nivel de los participantes muestra, asimismo, que estamos ante algo más que un mero ejercicio de actores preocupados pero irrelevantes en la solución de los problemas. Por parte palestina cabe destacar la implicación personal de Yasser Abed Rabbo, figura significativa en el entramado de la Autoridad Palestina y hombre de confianza del propio presidente Arafat. También se han integrado en el equipo negociador representantes de sectores sociales y políticos más o menos ligados a la AP, incluyendo líderes de los grupos más radicales y de las milicias que vienen actuando en los Territorios Ocupados y en Israel. Por lo que respecta a los israelíes basta con reseñar la presencia de Yosi Beilin, Avraham Burg o Amram Mitzna, todos ellos altos dirigentes del partido laborista, junto a miembros significados de la jerarquía militar y de movimientos pacifistas y de organizaciones sociales. Se trata, en su conjunto, de un grupo altamente representativo no sólo en términos simbólicos sino también desde la perspectiva de su capacidad política para poder llevar a la práctica lo acordado en este marco.

– El texto publicado por diferentes medios (del que todavía quedan por conocer determinados detalles integrados en los anexos y en los mapas) recoge y fija posiciones que ya habían sido discutidas y planteadas en ocasiones anteriores (Camp David, Taba), con renuncias expresas a posturas maximalistas, con la aceptación de que la vía de la fuerza y la violencia debe ser descartada de manera radical y con la recuperación del principio de “paz por territorios”. Plantea la existencia de dos Estados soberanos con fronteras claramente definidas e intercambio de embajadores, con una división transitoria de Jerusalén como capital de ambos Estados, con la práctica desaparición de los asentamientos, con un intercambio de territorio a Palestina, en la medida en que el núcleo fundamental de asentamientos pasarían a formar parte de Israel, y con un intento de asegurar la continuidad territorial de la futura Palestina (mediante unos corredores de enlace entre Gaza y Cisjordania, bajo soberanía israelí y gestión palestina).

– Entiende, por otra parte, la necesidad de contar con la implicación directa de actores externos, no sólo en el terreno económico y político sino también en el estrictamente militar. Se prevé el despliegue de una fuerza multinacional con misiones de separación de contendientes, control del cumplimiento de los acuerdos y consolidación del clima de seguridad entre las partes. En el terreno de la seguridad también resalta la decisión de los palestinos por convertirse en un Estado desmilitarizado, renunciando, como en otros terrenos, a posiciones de fuerza.
En las circunstancias actuales existe la tentación de volcarse en el apoyo a cualquier propuesta que plantee algo distinto a la agenda de violencia que los enemigos de la paz de ambos bandos practican como única estrategia de actuación. Sin embargo, ese súbito entusiasmo puede verse enfriado inmediatamente con sólo recordar los resultados obtenidos por las decenas de propuestas de paz que a lo largo de estas décadas han sido promovidas por diferentes actores. Por encima de estas prevenciones, el Documento de Ginebra merece ser considerado y apoyado, aunque sólo sea porque recoge todos los aspectos esenciales del problema y porque aparece en un contexto en el que el cansancio y la falta de visión de los radicales de ambos bandos abunda en la necesidad de romper esa dinámica.

La viabilidad del Documento descansa, junto a las dificultades internas que esconden sus distintos artículos, en la voluntad política de quienes ostentan actualmente el poder. En el bando palestino, y por lo que respecta a la AP, la presencia de Rabbo permite pensar que sería un instrumento a considerar por la presidencia en cualquier futura negociación abierta o discreta. A pesar de las previsibles resistencias de los grupos violentos, cabe suponer que si Arafat cuenta con la voluntad israelí de ofrecer una vía de salida como la que se recoge en el Documento de Ginebra, tendrá capacidad para doblegar a sus opositores y para ofrecer algo sustancial a sus seguidores. Quedaría por resolver, en todo caso, una cuestión con una alta carga simbólica como es el abandono de la reclamación del derecho al retorno para los refugiados (según el Documento, sólo se permitiría el regreso a la futura Palestina, no a Israel, y una compensación económica a los que no puedan regresar a sus lugares de origen en el actual Israel); Arafat sabe que no controla en su totalidad a un movimiento de refugiados asentados en los países árabes de la zona (más de tres millones de personas), muy críticos con lo que perciben desde la aparición de la AP como un abandono sistemático de sus reclamaciones.

Por parte israelí, la condición para impulsar un futuro desarrollo de negociaciones sobre estas bases pasa por la desaparición de Ariel Sharon como máximo responsable político. Empeñado como está en su estrategia de fuerza, no tiene intención ninguna de dar su brazo a torcer, ofreciendo una mesa de negociaciones que pueda dar un mínimo respiro a Arafat. De ahí su intento por capitalizar la agenda, con una nueva oferta de diálogo con Abu Ala (que no con Arafat) y su acusación de traición ya no sólo a los dirigentes laboristas implicados en el Documento sino también al propio gobierno suizo. Su desplazamiento, como no puede ser de otra manera, depende del propio pueblo israelí. ¿Están los votantes decididos a provocar ese giro?

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