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Prolegómenos de la retirada de Gaza

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(Para Radio Nederland)
Que el presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen, haya sido tiroteado por un grupo violento palestino (aparentemente adscrito a las Brigadas Al Aqsa, ligadas a la organización Tanzim, vinculada a su vez a la propia OLP) transmite una imagen preocupante en varios sentidos. En primer lugar, muestra la vulnerabilidad del sistema de seguridad palestino que, a pesar de la multiplicidad de servicios creados por Yaser Arafat, brilla por cualquier cosa menos por su eficacia. Además, indica la debilidad del teórico máximo líder palestino, convertido en objetivo preferente de los que se oponen a aceptar el marco que pretende imponer un cuestionado presidente que, para los más críticos, no es más que el mensajero y ejecutor de los planes diseñados en Tel Aviv y en Washington. En esa oposición confluyen grupos como la Yihad Islámica y Hamas, lo cual no puede sorprender, pero también sectores poderosos de la propia OLP, mostrando que el frente interno no ha quedado desactivado tras la victoria electoral del sucesor de Arafat.

Por otra parte, muestra que los movimientos de Abu Mazen, en su intento de atraer a los violentos hacia una tregua más sólida que la alcanzada hace apenas unas semanas en El Cairo, elevan el riesgo de acentuar las fracturas internas en el campo palestino, al intentar forzar decisiones que rompen al actual statu quo en los Territorios Palestinos. Ya no se trata únicamente de aceptar la existencia de Israel como Estado, cuestión todavía sometida a un fuerte debate para grupos como Hamas, sino también de asumir que, en función de los últimos acontecimientos en el seno del gobierno y del parlamento israelí, la retirada de los casi 8.000 colonos de los 17 asentamientos de Gaza (y de cuatro situados en Cisjordania) es ahora mismo una hipótesis altamente probable a partir del próximo mes de julio.


Desde la perspectiva de Abu Mazen, empeñado en reforzar su posición entre los palestinos y a los ojos de la comunidad internacional, es vital atraer a Hamas al campo de los que apuestan por el diálogo y la negociación. En esa línea, asistimos actualmente al desarrollo de un debate que puede tener como resultado la integración de ese grupo radical en la OLP y, más significativo aún, en el propio gobierno palestino. Aunque en primera instancia esa hipótesis sería interpretada como una renuncia esencial a la doctrina de Hamas, de rechazo absoluto a la mera existencia del Estado israelí en la Palestina histórica, cabe imaginar una vía alternativa de interpretación. Si finalmente los dirigentes de Hamas aceptan la oferta que plantea el rais palestino, podemos interpretar que su incorporación al gabinete ministerial sea un movimiento con vistas a las próximas elecciones parlamentarias para renovar el Consejo Legislativo este próximo verano. En los recientes comicios municipales ya ha mostrado su fuerza y su atractivo entre amplias capas de la población palestina. Ahora, tras haber renunciado a presentar un candidato propio en las pasadas presidenciales ganadas por Abu Mazen, se prepara para incrementar todavía más su poder real tanto en el ámbito legislativo como en el ejecutivo, sin que quepa descartar una competencia directa con el actual presidente desde dentro de esos distintos niveles de decisión en los que tendrá asegurada su presencia. Cuenta para ello, entre otras cosas, con el apoyo de la población más desfavorecida (principal beneficiaria de su amplia labor asistencial) y de los descontentos con la gestión de la Autoridad Palestina, así como con su propia capacidad militar, bien evidente en los numerosos actos violentos perpetrados contra intereses israelíes en estos últimos años.

En esas condiciones, la teórica victoria de Abu Mazen, al poder presentar ante Israel y la comunidad internacional que ha logrado desactivar a un poderoso opositor a la paz negociada, podría convertirse en un auténtico problema para su propia supervivencia política y para un, todavía muy hipotético hoy en día, proceso negociador en el estrecho marco que Ariel Sharon pondría sobre la mesa.

Mientras tanto, el propio Sharon sigue superando a duras penas los obstáculos para llevar a cabo su plan de desconexión unilateral. Es cierto que ha logrado finalmente la aprobación de los presupuestos (tres meses después del inicio del año fiscal), que posibilitan financiar la retirada de Gaza, y que ha evitado la celebración de un referéndum israelí sobre dicho plan. Pero no lo es menos que esos resultados se han saldado con un claro debilitamiento de su liderazgo. Sus principales adversarios están, una vez que los laboristas han aceptado convertirse nuevamente en los legitimadores de la política de fuerza de Sharon, dentro de sus propias filas. Así ha quedado bien patente con el comportamiento de Benjamín Netanyahu, aspirante notorio a relevar a su primer ministro, y de la mayoría de los diputados del Likud, que han retirado su apoyo en el parlamento a las mencionadas iniciativas de su jefe de partido. Para imponer finalmente sus ideas, Sharon ha necesitado apoyos externos como los prestados coyunturalmente por los laicos del Shinui.

En estas condiciones de inestabilidad permanente, con cambios continuos de bando y de opinión en función de factores extremadamente coyunturales, nada le garantiza al primer ministro israelí que pueda mantener el rumbo trazado en su mente.

Cada actor trata de ir tomando posiciones para los próximos asaltos de un combate que no tiene trazas de detenerse. Todos creen tener bazas para lograr sus objetivos a costa de los demás. En esas condiciones puede ocurrir, como tantas veces ha sucedido ya en esta tierra largamente violentada, que la lucha por los objetivos de cada uno se haga nuevamente a costa de la paz. Nada garantiza que no estemos ante un nuevo capítulo de esa vieja historia.

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