Progresos en Palestina…hacia el abismo
(Para Radio Nederland)
En el reciente encuentro del Cuarteto (EE. UU., Rusia, ONU y Unión Europea) la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, ha vuelto a insistir en que ve progresos en Palestina, que permiten mantener la esperanza de que será posible alcanzar un acuerdo entre palestinos e israelíes antes de final de año. Se desconoce si algo de lo que consumieron los asistentes a esa reunión londinense tenía algún efecto alucinógeno, pero es difícil encontrar alguna otra causa para explicar un brote de optimismo de tal nivel.
Desde luego no es ésa la sensación que se deduce de un análisis actual de la situación en el terreno. Para satisfacción, apenas disimulada, del gobierno israelí la fractura producida entre Gaza y Cisjordania- o, lo que es lo mismo, entre Hamas y la Autoridad Palestina- no hace más que agrandarse cada día desde enero de 2006, sin que los sucesivos intentos por volver al acuerdo de La Meca (febrero de 2007) logren frenar la tendencia fraticida que se alimenta desde las facciones violentas de ambos actores. A día de hoy de nada han servido los esfuerzos de Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Qatar o Arabia Saudí para hacer ver a quienes se esfuerzan en monopolizar el (nimio) poder que Israel ha cedido a los dirigentes palestinos que esa vía lleva a la ruina de sus aspiraciones políticas y a un mayor sufrimiento para quienes habitan los Territorios Palestinos.
A pesar del brutal bloqueo al que Gaza está siendo sometida, Hamas no está en su peor momento. Por el contrario, sigue contando con un fuerte apoyo popular (mayor, al menos, del que tiene una desprestigiada Autoridad Palestina en manos de Mahmud Abbas y sus escasos fieles) y da la apariencia de ir mejorando constantemente sus capacidades militares. La Autoridad Palestina, por el contrario, se muestra impotente para mejorar el bienestar y la seguridad de los palestinos, ofrece una deplorable imagen por su incapacidad para controlar las diferentes sensibilidades presentes en su seno y nada consigue de sus interlocutores israelíes que potencie su posición ante su propio pueblo.
Por lo que respecta a Israel, tampoco hay señales que apunten hacia una salida pacífica. Enmarañado en un ejercicio que combina las crecientes amenazas cruzadas con Hezbolá e Irán y tenues señales de negociación con Siria, el gobierno de Ehud Olmert no parece dudar de que el único camino a seguir con los palestinos es el castigo colectivo hasta niveles en los que la supervivencia nunca está garantizada. Sigue disfrutando además de un inamovible apoyo estadounidense, lo que le otorga un amplio margen de maniobra para intentar quebrar de una vez por todas la resistencia palestina a su dominio territorial entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. En ese empeño ya ha dado suficientes muestras de que no le frena ni la legalidad internacional ni sus olvidadas obligaciones como potencia ocupante. Lo que transmite su acción diaria es su intención de eliminar físicamente a todos los que no acepten las migajas que, en algún hipotético marco negociador futuro, pongan sobre la mesa. Ese momento sólo llegará cuando Hamas haya sido borrado del mapa (objetivo, por otro lado, inalcanzable en términos militares) y los dirigentes palestinos (Abbas, preferentemente) se muestren dispuestos a renunciar a su idea de un Estado soberano y viable.
El propio Cuarteto, aunque lo intente desesperadamente en cada comunicado, no puede ofrecer tampoco mejor balance de su labor de mediación. Nada sustancial puede achacarse a su trabajo, salvo el dato de que existan todavía ciertos canales de contacto entre las partes enfrentadas. Aunque formalmente es una instancia paritaria es bien evidente que sus miembros han cedido el protagonismo a Washington, de tal modo que poco puede esperarse a partir de ese hecho. El liderazgo estadounidense en ese marco asegura a Israel que nada debe temer de lo que emane de una plataforma en la que Rusia (preocupada de recuperar su peso internacional y de evitar el cerco que siente a su alrededor) y la ONU (marginada explícitamente por Washington desde la invasión de Iraq en 2003) apenas ofrecen resistencia a las indicaciones de Estados Unidos. La UE, por su parte, se basta a sí misma para confirmar que sigue siendo un actor imperfecto, incapaz todavía de dotarse de una voz única en el escenario internacional. Su desempeño como principal donante y socio comercial es vital para evitar el colapso palestino, pero no es realista imaginar que a corto plazo logrará alcanzar un nivel similar en el plano político.
Tal vez por todo esto, Rice haya tratado de desviar la atención en Londres hacia los países árabes, argumentando (por otra parte, con razón) que no apoyan suficientemente a los palestinos. De los 717,1 millones de dólares prometidos recientemente por la Liga Árabe sólo 153,2 han sido realmente desembolsados (concretamente por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Argelia). Desgraciadamente esto ha dejado de ser una noticia hace mucho tiempo. Lo novedoso sería, de hecho, que los países árabes cumplieran con alguno de sus compromisos y promesas en relación con el conflicto de Oriente Medio y con el apoyo a sus hermanos palestinos. La verborrea florida de los habituales discursos de apoyo árabe a la causa palestina nunca se ha visto correspondida por hechos que contribuyan al menos a paliar en suficiente medida la penuria en la que malviven los palestinos, no sólo en los Territorios Ocupados, sino también en los otros países árabes en los que, como refugiados, siguen siendo en general marginados y arrinconados social, política y económicamente.
Siendo cierto, por tanto, el incumplimiento árabe de sus compromisos no deja de sorprender que Rice ponga el énfasis ahora en ese punto de la agenda, como si todos los demás (con especial atención a Israel y a EE. UU.) fuesen fieles y exactos cumplidores de todo lo que anuncian y de lo que deben hacer por imperativo legal.
En definitiva, tiene razón Rice cuando habla de progreso, si por eso se entiende que no estamos quietos. Efectivamente nos movemos… acercándonos cada vez más al abismo.