Popurrí árabe sin orientación definida
(Para Radio Nederland)
Si lo que escuchamos ayer por boca de Barack Obama es todo lo que Estados Unidos tiene que decir- y, sobre todo, hacer- para contribuir a la emergencia de la democracia en el mundo árabe y a la resolución del conflicto palestino-israelí, poco podemos esperar en términos de mejora.
Escuche la entrevista a Jesús A. Núñez Villaverde.
Y esto es así no por falta de claridad sobre las razones que han impulsado a la ciudadanía a movilizarse sino, sobre todo, como efecto de la reacción violenta de los gobernantes locales, que sienten cuestionado su poder, y de la doble vara de medida que la comunidad internacional sigue aplicando en la región.
Así, mientras que las diversas movilizaciones sociales comparten como objetivos principales el trabajo, la libertad y la dignidad, los regímenes que dominan estos territorios emplean el viejo juego de la zanahoria (promesas de mayor gasto social, de subida de salarios o de medidas inconcretas de liberalización política) y el palo (sirvan Libia, Siria, Yemen, Bahrein de ejemplos más notorios, pero sin dejar de lado a Egipto, Argelia o Marruecos), con la obvia voluntad de aferrarse al poder e impedir cambios de verdadero calado.
Por su parte, en la comunidad internacional domina el sentimiento de temor ante las convulsiones de una región geoeconómicamente tan relevante- dado que la emergencia de nuevos actores puede cuestionar un statu quo netamente favorable a las potencias occidentales-. Es por eso por lo que, junto a un genérico discurso de apoyo al cambio, se vuelve a repetir la habitual práctica del doble rasero- que apuesta militarmente por la caída de Muamar el Gadafi, pero que prefiere olvidar la brutal represión que Bachar el Asad ejerce contra su pueblo y aceptar sin crítica alguna la intervención militar de Arabia Saudí en territorio de Bahrein.
Como es bien sabido, a día de hoy solo se ha producido la caída de dos gobernantes- en Túnez y en Egipto-, pero ni siquiera en esos países puede darse por garantizado que el proceso de cambio desembocará en una democracia plena. En el resto de los países árabes, la situación es de indefinición absoluta. Sin olvidar que ninguno de ellos está inmunizado, en la medida en que todos comparten causas estructurales de suficiente gravedad, las últimas noticias de la región muestran claroscuros que no permiten determinar todavía hacia qué lado se inclinará finalmente la balanza.
En Libia el tiempo parece comenzar a correr en contra de Gadafi y sus leales. Sin embargo, eso no significa que su desaparición esté próxima, dado que conserva notables apoyos internos y activos económicos y militares que le permiten seguir soportando la presión de los rebeldes y de la coalición internacional que los sustenta. El dictador libio puede todavía causar mucho daño a su pueblo y forzar una situación de empantanamiento prolongado que haga desistir a los países occidentales que se han significado en su contra o, al menos, establecer una condiciones de negociación que le garanticen la permanencia en el poder por un plazo indefinido. Su opción más clara parece ser la resistencia a toda costa, convencido de que la comunidad internacional no tiene voluntad suficiente para aumentar la apuesta militar en su contra.
En Siria, el régimen actúa con la misma idea de resistencia a ultranza, mientras anuncia una amnistía que todavía queda por materializar y sigue matando a ciudadanos indefensos. Lo novedoso, en términos positivos, es que la diversidad de opositores al clan de El Asad parece moverse hacia la colaboración con el objetivo común de derribarlo. Así cabe interpretar la reunión celebrada esta misma semana en Antalya (Turquía) de unos 400 representantes de diferentes grupos, en la que han logrado establecer un Consejo de la Revolución centrado en tres prioridades: unidad nacional, democracia parlamentaria y Estado laico. Si lo acordado ahora entre grupos tan diversos- desde los de perfil islamista a los nacionalistas, pasando por activistas y defensores de derechos humanos- termina cuajando, la comunidad internacional ya no podría seguir aduciendo la falta de un interlocutor válido para establecer una estrategia de apoyo al cambio.
En Yemen, mientras tanto, Ali Abdulah Saleh sigue anclado al sillón presidencial mientras se dirimen por vía violenta las diferencias clánicas que dominan la vida nacional. En este caso puede entenderse que el tiempo político del presidente Saleh ha concluido; pero eso no significa ni que su salida del poder vaya a ser inmediata ni que vaya a derivar en un cambio democrático. Es más probable que el hipotético cambio solo permita el relevo entre la clase dirigente, sin que nada sustancial modifique el desastroso balance social, político, económico y de seguridad de un país en el que los grupos violentos están ya aprovechando el vacío de poder que existe más allá de la capital.
Un ejemplo más de esa mezcolanza es Bahrein, un país en el que se mantienen unos 4.000 soldados de fuerzas del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), encargadas de evitar problemas a la monarquía suní reinante del clan Al Khalifa. Esa intervención militar liderada por Arabia Saudí- muy interesada en evitar que Irán pueda incrementar su influencia ante sus propias puertas- es ilegal desde la perspectiva del derecho internacional, pero apenas se ha escuchado alguna voz crítica ni de Estados Unidos- que tiene su V Flota asentada en la isla principal de este pequeño país del Golfo- ni de ninguno de los países de la Unión Europea.
Ahora el monarca acaba de decretar el levantamiento del estado de emergencia, vigente desde mediados de marzo, en una muestra de confianza sobre su propia supervivencia política. Pero simultáneamente el régimen ha dejado saber que las tropas del CCG seguirán en el reino por tiempo indefinido. Más aún, todo indica que de manera inminente se pondrá en marcha la construcción de una base permanente para alojar a parte de las capacidades militares del CCG. De ese modo, en lugar de poner en marcha reformas que terminen con la marginación de la mayoría de la población (de adscripción chií), se pretende garantizar la estabilidad manu militari, procurando neutralizar de paso la influencia iraní.
Nadie puede saber hoy en qué acabará la llamada primavera árabe. Ojalá que no termine en invierno.