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Política de violencia en Gaza

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(Desde los Territorios Palestinos para El País)
Ha llegado la hora. Así parece haberlo entendido Hamas y así trata de hacerlo ver, sobre todo en Gaza. El escenario palestino, con la evidente colaboración de Israel, se ha ido hundiendo en una violencia que ya lleva demasiado tiempo apuntando a un estallido generalizado como efecto combinado de la frustración de la mayoría de la población, de la aspiración de Hamas por consolidar el poder tras su victoria en las elecciones de enero del pasado año y de la resistencia de los tradicionales monopolizadores de la representación palestina desde hace décadas (Fatah). Hoy, una vez rebosado el vaso de la paciencia de todos, la cuestión parece limitarse a determinar si estamos ya ante una guerra civil palestina o si todavía cabe esperar algo peor.

Aunque pudiera parecer lo contrario, la violencia actual no es el resultado de la locura ni responde a la acción descontrolada de grupos que no obedecen a sus líderes políticos. Más allá de las continuas llamadas al diálogo y al cese de la violencia, obligadas por un guión que nadie asume sinceramente, cada uno de los tres actores principales de este desastre siguen su propia estrategia de fuerza para lograr sus objetivos. Israel lleva mucho tiempo, y de forma más abierta tras la creación del gobierno liderado por Ismail Haniya en marzo de 2006, empleando su fuerza para doblegar la resistencia palestina y para crear una situación insostenible que provoque la convocatoria de elecciones anticipadas, creyendo que así eliminarán a quienes perciben estrictamente como terroristas. Para ello sirve el mantenimiento de la ocupación (sin querer entender que ésa es la fuente principal de una situación tan insostenible para los palestinos como para los propios israelíes), los repetidos cierres (más agobiantes en Gaza), los controles (alrededor de 800 en una Cisjordania de apenas 5.600km 2 ) y los asesinatos selectivos (que no sólo suprimen a los violentos sino también a los elementos más moderados, haciendo cada vez más difícil encontrar a dirigentes con capacidad de análisis y negociación). Todo ello, sin olvidar la permanente expansión de los asentamientos (aunque la mitad de las viviendas estén vacías) y la construcción del muro (como una serpiente que devora Cisjordania, siguiendo un trazado que hace pensar que sus diseñadores han perdido los mapas en los que, en 1949, se había dibujado la Línea Verde). Se trata, en definitiva, de una política de violencia sistemática, mantenida además por un gobierno débil, que probablemente se desmoronará en cuanto se conozcan las conclusiones finales del informe Vinograd y el nuevo líder laborista, Ehud Barak, decida romper la coalición que su partido mantiene con Ehud Olmert.

Sobre ese trasfondo, el derrotado Fatah ha optado por seguir el juego de quienes pretendían la desaparición política de sus rivales islámicos. Con el desnortado respaldo internacional, se ha resistido abiertamente a ceder lo que le correspondía a Hamas, intentando incluso la aprobación de normas legislativas que revertían un proceso que en su día exigió la comunidad internacional (se trataba entonces de restarle capacidad a Yaser Arafat a favor de su primer ministro, precisamente el mismo Mahmud Abbas que ahora figura como rais ). Se ha enfrentado también por la fuerza a Hamas, reforzando, con el transparente apoyo israelí, su capacidad militar no solo con el reclutamiento de nuevos hombres sino también con más y mejor armamento adquirido en el exterior. En lugar de aprovechar la derrota electoral para limpiar el partido de las tal vez inevitables excrecencias acumuladas con el tiempo, la vieja guardia ha preferido la resistencia a toda costa, bloqueando así el proceso de su necesaria reforma y haciendo oídos sordos al castigo que los votantes palestinos les habían inflingido.

Hamas- que había optado por entrar en el juego electoral no sólo para desarrollar su agenda política sino también para blindarse desde dentro de las instituciones contra cualquier intento de eliminación palestino o israelí- ha intentado traducir su victoria de 2006 en poder efectivo. Desde el principio de su andadura ha tenido que nadar contra corriente, contando con la imposición de un boicot político y económico internacional, el rechazo de la Autoridad Palestina (AP) y la persecución de Israel. Cabe imaginar que su aceptación del Acuerdo de la Meca (marzo de 2007), para conformar un gobierno de unidad nacional con Fatah, fue el último intento por aliviar la presión interna y externa contra sus planes. Mientras tanto, consciente de que ese nivel de oposición llevaba directamente a mayores niveles de violencia (el nombramiento de Mohamed Dahlan como responsable real de los servicios de seguridad leales a Abbas puede interpretarse como la señal definitiva de que la deflagración era inevitable), ha ido reforzando también su potencial de combate.

En este terreno- y a diferencia de un Fatah menos disciplinado, motivado y profesional- Hamas se distingue precisamente por todo lo contrario: una estructura eficaz y eficiente con una visión política que va más allá de lo que hoy ocurre ante sus narices. Esto significa que una vez llegados a este punto- y al margen de posibles anuncios sobre nuevos acuerdos de cese de las hostilidades, que serán inmediatamente incumplidos-, la inferioridad numérica de los combatientes de Hamas queda compensada por su mejor preparación para desarrollar una política de violencia organizada que les otorgue finalmente lo que los votos no le han concedido en la práctica.

Cuando Israel debe estar ya recibiendo las primeras imágenes del satélite espía que puso en órbita el pasado día 11, se atreve a apuntar la conveniencia de un despliegue de fuerzas internacionales en la frontera entre Gaza y Egipto y declara su desinterés por intervenir directamente en el interior de la Franja. Pretende con ello dar la imagen (desmentida a diario en la práctica) de que ya no tiene responsabilidades sobre ese territorio, como si no siguiera siendo la potencia ocupante obligada a asumir tareas de protección y asistencia a la población local. Por su parte, la AP debe ser a estas horas consciente de su debilidad, por mucho que cuando uno se mueve por los Territorios estos días, con notables dificultades, asista a teatrales despliegues de una mezcolanza de individuos armados, aunque no todos, que apenas muestran los más elementales comportamientos de una tropa instruida adecuadamente. Hamas, por el contrario, no transmite esa misma imagen, aunque muchos de sus leales no lleven vestimenta militar. Se sienten arrinconados y decididos a imponerse en lo que interpretan como el asalto definitivo.

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