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Pero, ¿qué enseñan en West Point?

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(Para Radio Nederland)
En una famosa escena de la película «El puente sobre el río Kwai», un militar inglés detenido por los japoneses y que está comenzando a ser interrogado, se acoge al Tercer Convenio de Ginebra y trata de explicar que éste sólo le obliga a dar ciertos datos y no otros. Recibe dos sonoras bofetadas, pero demuestra, aparte de una cierta dignidad y aplomo, un buen conocimiento de los instrumentos jurídicos que rigen los conflictos armados. Porque, como dice un slogan del Comité Internacional de la Cruz Roja, «también la guerra tiene límites» y éstos deben ser respetados por los contendientes. Por tanto, desde que existe el Derecho Internacional Humanitario (DIH), los Estados que firman y ratifican los Convenios de Ginebra y Protocolos adicionales se comprometen a incluir en la formación de los mandos militares el DIH, como un elemento básico que todo componente de las fuerzas armadas debe conocer. El DIH forma, junto con otras normas emanadas de los Convenios de La Haya, el llamado Derecho de la Guerra, que se ha ido construyendo desde hace siglos y que trata de limitar los efectos de algo tan monstruoso como las guerras.

Resulta, por tanto, sorprendente, cuando no indignante, la confusión que se ha vivido estos días en la guerra de Irak sobre la responsabilidad de las fuerzas de ocupación en materia de provisión de bienes y servicios básicos o en la garantía de una seguridad mínima que impida el saqueo y el pillaje y que, por otro lado, permita la llegada y distribución de asistencia humanitaria. Sorprendente, porque en el DIH desde hace muchos años están previstas estas situaciones y está meridianamente clara la responsabilidad de las fuerzas ocupantes en una situación en la que, como ésta, no existe una autoridad gubernamental competente. Indignante, porque la falta de previsión, o lo que sería peor, la inacción por parte de las fuerzas estadounidenses, ya sea por ignorancia o por falta de interés, ha agravado una situación ya de por sí compleja provocando más víctimas y sufrimientos innecesarios a la población civil.

Estados Unidos ha firmado y ratificado los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, pero no ha ratificado los Protocolos adicionales de 1977 ni el Convenio de la Haya de 1954, de protección de bienes culturales en caso de conflicto armado. Pero, aún no habiendo ratificado estos últimos instrumentos- que concretan mucho más la protección de prisioneros, victimas civiles o bienes culturales- con las disposiciones de los cuatro convenios de 1949 es suficiente para haber podido evitar cualquier confusión sobre el ejercicio de la autoridad en los territorios ocupados por un ejército invasor. Los artículos 47 y 48 del Cuarto Convenio, dedicado a la protección civil, establecen que el ocupante debe garantizar el suministro a la población civil de los territorios ocupados de víveres, medicamentos, medicinas, ropa y material de abrigo. Debe, además, posibilitar el acceso a las víctimas por parte de las organizaciones humanitarias imparciales y por el CICR (art. 30, 55 y 143 del Cuarto Convenio) y también queda claro que los envíos de socorro por parte de ONG u otros organismos no eximen a la potencia ocupante de su responsabilidad de garantizar el suministro a la población. (art. 59 a 62 y 108 a 111 del IV Convenio).

Pues bien, todas estas cuestiones deben estar previstas cuando un ejército se embarca en una operación militar de ocupación de otro país y, de la misma manera, su conocimiento debe ser parte integrante de la formación que los oficiales hayan recibido en las Academias militares (la mítica West Point de las películas) y de la formación específica (los «briefings») que reciban para cada misión. En este caso resulta aún más sorprendente la sensación de «vacío» que se transmitió los primeros días tras la toma de Bagdad, pues durante meses los países de la coalición invasora habían estado preparando «ambiciosos» planes de contingencia tratando de prever el «enorme flujo de refugiados», la ubicación de los campos para su asistencia e incluso la participación- eso sí, bajo su dirección- de algunas ONG. Todas esas previsiones, elaboradas con sofisticados sistemas de «inteligencia», se han mostrado inútiles y al final el caos, el descontrol, el «sálvese quien pueda» han sido la pauta y la falta de asunción de su responsabilidad por las fuerzas invasoras ha agravado la situación. ¿O es que se ha jugado al «cuanto peor mejor»? Para complicar aún más esta situación, el papel del «Gobernador Garner» cambia cada día y ahora, tras su llegada a Bagdad ya no se presenta como el virrey responsable del imperio en la región, que se supone era, sino como un simple gestor del que no está claro su papel en la transformación institucional del país. Sombrío escenario para un país en el que, por cierto, no aparecen las armas de destrucción masiva.

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