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Palestina entre la violencia y la negociación

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Ahmed Qurei junto a Yaser Arafat en una foto de archivo

Qué difícil debe de ser a estas alturas convencer a palestinos e israelíes de que la salida del túnel está al alcance de la mano. Es fácil compadecer a los defensores de paz y a los negociadores de buena fe de ambos lados, cuando se esfuerzan por identificar supuestas ventanas de oportunidad para poner fin a un conflicto que, si nadie lo remedia, cumplirá 60 años la próxima primavera. En la balanza entre los intentos de diálogo y las muestras de violencia, la realidad diaria en Palestina se empaña en inclinar el fiel netamente hacia el lado de los que siguen creyendo que la fuerza de las armas le acabará por dar la razón.

En el bando israelí, y con escasos matices entre los principales actores políticos, hace ya mucho tiempo que se ha impuesto una estrategia de fuerza bruta, tan equivocada como sanguinaria, que termina por castigar indiscriminadamente a la población palestina, pero también a quienes entre los israelíes pretenden no renunciar a sus señas de identidad como una sociedad laica, pacífica y tolerante. El episodio más reciente que cabe recordar es el bloqueo a una delegación palestina, encabezada por Ahmed Qurei, que se dirigía de Ramala a Jerusalén para reunirse con la ministra israelí de exteriores, Tzipi Livni, en su calidad de encargada de los contactos con los palestinos. Sin descartar la pura inoperancia del sistema de seguridad israelí, del que hay muestras sobradas que echan abajo la generalizada imagen de eficiencia que han ido cosechando, lo lógico es considerar el incidente como un ejemplo más de la estrategia de humillación y castigo tan habitual cuando se trata de mostrar a los palestinos quién domina y quién es dominado. Qurei y sus acompañantes son, en primer lugar, figuras bien conocidas para las autoridades israelíes, con quienes se han reunido en multitud de ocasiones. Se encaminaban, además, a un encuentro programado de antemano y del que cabe imaginar que había conocimiento en las diferentes instancias israelíes encargadas de estos asuntos. En consecuencia, y aunque pueda parecer una peripecia menor, sólo puede interpretarse lo ocurrido como una bofetada más para arruinar cualquier posibilidad de entendimiento entre ambas partes.

En un plano más abiertamente violento, Gaza ha vuelto a ser testigo de la profunda fractura interna que vive la sociedad palestina. El tercer aniversario de la muerte de Yaser Arafat, denostado en su día y hoy glorificado hasta el extremo, ha servido para constatar el escaso atractivo político de las actuales autoridades palestinas (que apenas se han animado a cumplir el trámite de una ceremonia burocrática en la Muqata) y el enorme abismo que separa a Fatah de Hamas, ambos deseosos de ocupar el liderazgo que creen merecer. Los muertos y heridos en la manifestación convocada por Fatah, y consentida por Hamas- en su afán de dejar claro que no desean hacer más sangre de las diferencias internas, pero que tampoco están dispuestos a ceder en su intento por consolidar su poder- explican hasta qué punto es hoy imposible la reconciliación intrapalestina, con vistas a alcanzar posiciones comunes en su relación con los ocupantes israelíes. Ni lo que Fatah hace en Cisjordania, ni lo que Hamas pretende en Gaza les permite salir del pozo en el que ambos, y el conjunto de la población de los Territorios Ocupados, están sumidos.

En el frente diplomático, mientras tanto, nadie se atreve a emitir una sola señal positiva sino que, por el contrario, no hay más que un común esfuerzo para rebajar las expectativas de que un acuerdo esté próximo. No cambia esa sensación el hecho de que el presidente israelí, Simon Peres, y el rais palestino, Mahmud Abbas, se encuentren hoy en Ankara, compartiendo una sesión en el parlamento turco. Aunque las autoridades turcas se empeñen en interpretarlo como un hecho histórico, no hay que olvidar que Peres es visto por muchos israelíes como un político demasiado propalestino y, sobre todo, que su actual cargo lo convierte en una figura decorativa sin poder de decisión alguno. Por su parte, Abbas llega a la cita extremadamente debilitado, pierde apoyos y poder a cada día que pasa y se ve condenado a aceptar las limosnas que la comunidad internacional e Israel tengan a bien entregarle.

En una situación como la que actualmente vive Palestina el cambio de tendencia sólo puede venir de un esfuerzo combinado de la sociedad civil de ambas partes, de la comunidad internacional y de los actores más destacados en su seno (como Estados Unidos y la Unión Europea), así como del gobierno israelí, auténtico dominador del escenario y principal responsable de lo que allí ocurre en su condición de potencia ocupante. Nada de lo que se anuncia para la próxima reunión cara a cara entre palestinos e israelíes en Annapolis permite imaginar que estemos ante un punto de inflexión como el que demanda la gravedad de la crisis actual. Siete años después del último intento diplomático con cierta enjundia, ahora se nos confirma que el encuentro se celebrará el 27 de noviembre, pero ni están todavía identificados todos los asistentes (valga Siria como ejemplo) ni se puede suponer que baste un solo día para convencer a unos y a otros de que es el tiempo de la paz. Los violentos, por su parte, siguen de enhorabuena.

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