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Palestina aún existe

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(Para Radio Nederland)
Antes de que la crisis financiera internacional absorbiera la atención mundial hasta impedir que se colara cualquier otro asunto en las noticias diarias, Palestina era un foco de ciertas esperanzas y muchas amarguras que obligaba a mirar constantemente hacia Oriente Próximo.

Por un lado, se vivía una tregua entre Israel y Hamas -iniciada en junio gracias a la mediación egipcia-, que suponía la detención de los lanzamientos de cohetes desde Gaza contra territorio israelí a cambio de un alivio al cerco impuesto por las Fuerzas Israelíes de Defensa sobre la Franja. Por otro, Ehud Olmert pasaba a mejor vida (política), dejando el paso a Tzipi Livni, en un intento por mantener el poder en manos del partido Kadima antes que arriesgarse a unas elecciones que dieran una nueva oportunidad al popular Benjamín Netanyahu (Likud). Además, con la mediación de Turquía, Israel y Siria entraban aparentemente en una senda de diálogo sobre sus notables diferencias, con los Altos del Golán como principal punto de fricción.

Hoy, cuando a la crisis financiera se le añade otra que afecta ya muy directamente a la economía real, el conflicto árabe-israelí se ha convertido un asunto marginal de la agenda internacional. Parece que se hubiera olvidado que es el más importante de todos los que están abiertos en el planeta, aunque solo sea porque su efecto repercute como ningún otro en la seguridad mundial. Una nueva mirada apresurada sobre la región nos muestra que la situación no ha mejorado en absoluto; antes bien, se acerca peligrosamente el fin de año sin que se atisbe por ningún lado la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz palestino-israelí, tal como algunos vienen haciendo creer desde la Conferencia de Annapolis (noviembre de 2007).

El panorama no deja mucho espacio para el optimismo. Tzipi Livni se acaba de ver obligada a abandonar su intención de emular a Golda Meir, convirtiéndose en la segunda mujer en ocupar el cargo de primera ministra israelí. Sus esfuerzos por convencer a los actuales socios en la coalición gubernamental se seguir unidos en el poder han chocado contra una realidad que muestra la ceguera política de unos dirigentes que, una vez más, se precipitan al abismo. Con el único apoyo de Avodá- el partido laborista, tan interesado como Kadima en evitar una convocatoria electoral que seguramente retrotraería a ambos a posiciones marginales en la Kneset- no ha logrado ir más allá de los 48 diputados que de momento la apoyan (de un total de 120). Si primero se retiraron los dirigentes del Partido de los Jubilados (4 diputados), poco tiempo después han sido los ultraortodoxos del Shas (con 12) los que han arruinado las opciones de Livni (que, si bien estaba dispuesta a aceptar su petición de dedicar 200 millones de euros en ayudas estatales por hijos, no pudo hacer lo mismo con la exigencia de no negociar con los palestinos sobre Jerusalén). Como en ocasiones anteriores, hemos asistido a unas negociaciones intrapartidos que se acercan mucho más al puro chantaje que a un verdadero interés por colaborar en el desarrollo y seguridad del país. En estas circunstancias, el país se encamina a una nueva convocatoria electoral que paralizará la agenda política durante varios meses yq eu augura la emergencia de un gobierno todavía más duro que el actual, liderado (si hacemos caso a las encuestas actuales) por el líder del Likud, Benjamín Netanyahu.

Por su parte, el maniatado rais palestino, Mahmud Abbas, acaba de relevar al jefe de los servicios de inteligencia, en una nueva muestra de consideración hacia sus rivales de Hamas.

Consciente de su creciente marginalidad apenas tiene margen de maniobra, más allá de la que escasamente le concede Israel, para mejorar su imagen entre una frustrada y empobrecida población palestina y para dotarse de un cierto halo de autoridad por encima de los diferentes partidos y grupos palestinos. Al margen de sus habilidades personales o de la sinceridad de sus propuestas, es muy difícil verlo como un líder capaz de traer el necesario bienestar y seguridad a su pueblo, cuando no logra desembarazarse de la imagen de subalterno de Israel, que no duda en ningún momento en desautorizarlo y ningunearlo (con acusaciones de irrelevancia y de falta de control sobre los actores políticos y violentos que se mueven en los Territorios Ocupados).

Mientras tanto, la violencia no se da un solo respiro. Israel acaba de decretar nuevamente el cierre completo de Gaza, como represalia al lanzamiento esta misma semana de un cohete desde la Franja (el primero desde hace seis semanas). Por su parte, un palestino ha apuñalado a dos israelíes en Jerusalén Este, matando a uno de ellos.

En el campo diplomático, hace ya un tiempo que el encefalograma de los contactos entre sirios e israelíes es completamente plano; lo que no cabe entender más que como una parálisis total. En fechas más recientes llega desde fuera de la región el anuncio (y el inmediato desmentido) de que Washington, por medio de Condoleezza Rice, habría hecho llegar un mensaje a Hamas, valorando positivamente su compromiso con la tregua decretada el pasado verano (y que, inicialmente, duraría hasta finales del próximo diciembre). No sería Estados Unidos el único que parece haber contactado con el Movimiento de Resistencia Islámica, sino que también Tony Blair habría trabajado en la misma línea, lo que, de confirmarse, debería interpretarse como una señal de realismo, frente a las posiciones de demonización iniciales contra quienes siguen ostentando la legitimidad que le dieron las urnas en 2006.

Por último, se acaba de registrar un nuevo encuentro entre el presidente israelí, Simon Peres, y su homólogo egipcio, Hosni Mubarak. En un ejercicio de pura diplomacia mediática, Peres ha difundido la idea de que Israel estaría «abierto» a un plan de paz árabe. Se supone que se refiere a la iniciativa saudí, respaldada por la Liga Árabe en marzo de 2002, por la que se ofrece a Israel la plena normalización de relaciones a cambio de la completa retirada de todos los territorios árabes ocupados. Pero esa idea se desvanece de inmediato al reprochar a continuación a Egipto su ineficacia en la liberación del soldado Gilat Shalit, en manos de Hamas y por el que este grupo pide la liberación de unos 1.400 prisioneros palestinos de las cárceles israelíes (de un total que supera a los 12.000). Una declaración que solo pretende presionar aún más a Egipto en busca de concesiones palestinas. Pero por si hiciera falta alguna nueva muestra de la falta de voluntad real para asumir el reto planteado por la Liga Árabe, Peres rápidamente se ha encargado de arruinar toda esperanza, al afirmar que se trata de un plan que debe ser discutido para modificar sus parámetros originales.

En definitiva, se registra una parálisis negociadora en todos los frentes, sin que pueda llevar a engaño la teatral escenificación de algunos encuentros meramente formales. Se ha terminado por instaurar un clima de bloqueo (lo que no significa que la violencia estatal y privada no siga su curso), en el que todos entienden que no cabe esperar nada serio de los interlocutores actuales. Más a lo lejos, los ojos también se dirigen hacia Barak Obama. ¿Acaso será el príncipe azul que todo lo arregle?

Entrevista en RN

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